En la aldea
20 abril 2024

De cómo los dictadores se apropian de los relojes

La película “El extraño”, de Orson Welles, retrata a un criminal nazi que siente fascinación por los relojes. La manía de Franz Kindler puede interpretarse como una metáfora de la obsesión de los déspotas por controlar el tiempo. La dinastía de Corea del Norte. La mano de hierro de los Castro. La eternidad a la que aspira el chavismo. La reelección indefinida en China. El Daniel Ortega aferrado al trono. El Evo Morales de las triquiñuelas en las urnas. Todas son expresiones del fetichismo que dejó plasmado Welles en su thriller: El poder perpetuo.

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Gloria M. Bastidas | 11 noviembre 2019

En 1946 se estrenó una película de Orson Welles titulada El extraño. Nunca tan genial como Ciudadano Kane, pero es una bella cinta tocada por la magia del blanco y negro. Acabo de verla: Forma parte del catálogo de Netflix. Trata de un fugitivo nazi que se instala en un apacible pueblo de Connecticut con una identidad postiza. Su nombre real es Franz Kindler. En su nueva vida se llama Charles Rankin. La pirueta migratoria le ha convertido en un discreto profesor de Historia en la escuela de Harper. Rankin conquista a la hija de un magistrado de la Corte Suprema de Estados Unidos y se casa con ella. El nazi ha sido muy cuidadoso: Antes de huir de Europa, ha borrado todo vestigio que facilite seguirle el rastro. Resulta difícil dar con su paradero porque, además, nunca figuró en público. Le gustaba el anonimato. Actuaba en la trastienda y era -como suelen ser muchos psicópatas- genial. No existe ni una foto suya. Es un ser fantasmal.

Kindler es una presa codiciada: De su mente salió la macabra idea de la “solución final”. Míster Wilson, un agente encargado de perseguir a los criminales de guerra y de llevarlos ante la justicia, lleva a cabo las pesquisas. El detective urde una trampa: Propone que un antiguo subordinado de Kindler, que está a punto de ser ejecutado en Checoslovaquia, sea liberado para que los conduzca hacia él. Así ocurre: Konrad Meineke toma un barco y llega a América. Un contacto le permite dar con el paradero de Kindler. Míster Wilson va detrás de él, como una sombra. Meineke se da cuenta de que el detective lo sigue y lo hiere levemente. El detective se desmaya. Y Meineke da con Kindler. El psicópata sabe que a su subalterno lo han puesto en libertad para llegar hasta él. Lo asesina. Míster Wilson desconoce que su principal pista ya es cadáver. Cuando el investigador despierta del mazazo que le ha asestado Meineke, sigue en la búsqueda de Franz Kindler.

“Para que el reloj republicano se reactive es preciso que la oposición deponga la guerra de egos que palpita en su seno”

Míster Wilson revisa la lista de todos los forasteros que han arribado a Harper en el último año. Le llama la atención un nombre: Charles Rankin. El sabueso  va a casa del suegro de Rankin con el pretexto de ver la colección de antigüedades del magistrado. Allí coincide con Rankin y su esposa, quien se impresiona porque míster Wilson y su marido comparten una misma pasión: La fascinación por los relojes. Esta es la otra gran pista con la que cuenta el investigador: El pasatiempo de Franz Kindler. El sabueso dice en una escena de la película (todo detective sabe algo de psiquiatría) que el gusto del nazi por ellos raya en la manía. Kindler siempre está nervioso y lo único que lo calma -su ansiolítico- es instalarse en la torre de la iglesia del pueblo para tratar de arreglar el reloj, que no funciona desde hace un siglo.

Toda la familia termina sentada a la mesa: Un banquete espontáneo con míster Wilson como invitado. La conversación fluye hasta que desemboca en el tema de Alemania. Rankin despotrica de los alemanes y, en un momento, dice que Marx no era alemán sino judío. Míster Wilson se va a su hotel. Hace una llamada a Washington. Dice a su interlocutor que Charles Rankin está fuera de toda sospecha y que se va de Harper al día siguiente. Se duerme. Luego despierta sobresaltado. Se da cuenta de que sólo un nazi diría que Marx no era alemán. Además: A Rankin le obsesionan los relojes. Probablemente, míster Wilson quedó tan aturdido con el mazazo que le asestó Meineke que no ató cabos. El agente pone al corriente al magistrado y a su hija de la verdadera identidad del nazi. En medio de su nerviosismo, Kindler logra una hazaña: Arregla el reloj de la torre de la iglesia. Al final de la película, el psicópata se ve acorralado en el templo. Abajo lo espera una turba. El pueblo de Harper se ha congregado para lincharlo. La esposa le da un tiro. Kindler se abraza al reloj. Las campanas suenan y suenan. El nazi pierde el equilibrio, cae y muere. Hasta último momento: El reloj.

II

Viendo la película de Welles se me ocurrió que la obsesión que siente Franz Kindler por los relojes constituye una metáfora de la manía que poseen las mentes totalitarias por controlar el tiempo. Por adueñarse de él. En un pasaje de la película, Kindler le dice a Meineke que permanecerá escondido hasta el día que los nazis vuelvan a atacar. El psicópata camuflado en docente no se rinde. Sigue fiel a la promesa de que el Tercer Reich duraría mil años. Esto hacen los totalitarismos: Confiscan los relojes. Los adelantan, los atrasan o los congelan según su conveniencia. Aspiran sin pudor a la eternidad. El sueño de Hitler se vio truncado: Las Fuerzas Aliadas acabaron con él en 1945. Pero el Führer y quienes lo secundaron adelantaron el reloj para provocarles la muerte a seis millones de judíos. Manipularon las manecillas para consumar el Holocausto. ¿Cuánto habrían vivido las víctimas de las cámaras de gas si hubieran completado el ciclo biológico que les correspondía? Los dictadores se aferran a los relojes así como el psicópata Franz Kindler se aferraba al de la torre de la iglesia de Harper.

Un caso paradigmático de la cronomanía es el de Corea del Norte. Kim II-sung estuvo al mando desde 1948 hasta 1994. Lo sucedió su hijo Kim Jong-il (1994- 2011). Y ahora quien continúa la tradición del puño de hierro es Kim Jong-un. Son 71 años de dictadura comunista. Corea del Norte da también para un thriller: En 2017 fue asesinado en Malasia Kim Jong-nam, hermano del actual dictador y quien, por ser el primogénito de Kim Jong-il, era  el candidato natural en la línea sucesoral. Crimen de novela negra: Dos mujeres le rociaron una sustancia tóxica que los entendidos llaman VX. Kim Jong-nam no tuvo tiempo de sacar el antídoto que al parecer cargaba en su mochila.

“Los totalitarismos confiscan los relojes. Los adelantan, los atrasan o los congelan según su conveniencia. Aspiran sin pudor a la eternidad”

Kim Jong-nam cayó en desgracia en el 2000: El linaje no es un salvoconducto en ese país de sombras e intrigas. Le tocó irse al exilio. The Wall Street Journal llegó a asomar tiempo después del asesinato que Kim Jong-nam habría sido confidente de la CIA. La dinastía de Corea del Norte apela a cualquier arma para sostenerse en el poder. Para asegurarse el monopolio del reloj. Su escudo principal -en el tablero de la geopolítica mundial– es el arsenal nuclear. Y, hacia adentro, el terror. Es una sociedad hermética donde la palabra fusilamiento se convirtió en hábito. En Corea del Norte hay que llorar a juro si se muere el “querido líder” y el pueblo debe ser feliz aunque no lo sea. Esto es, como diría Jorge Luis Borges, una “idea absurda”: La felicidad, razonaba el escritor argentino, no puede ser obligatoria.

III

Cuba es otro ejemplo clásico de cómo los dictadores se apoderan de los relojes. Van seis décadas de cronomanía. En julio de 1957, Fidel Castro firmó lo que se conoció como el “Manifiesto de Sierra Maestra”. Se comprometía a celebrar elecciones libres en la Isla una vez depuesto Fulgencio Batista. Pero hay dictadores en gestación que actúan de manera taimada. Huber Matos, uno de los comandantes guerrilleros que entró triunfante a La Habana con Fidel y Camilo Cienfuegos en enero de 1959, muy pronto olfateó que Castro pretendía -para seguir con la metáfora de El extraño– apropiarse de las manecillas del reloj. El viraje que comenzaba a dar Fidel hacia la izquierda totalitaria inquietó a Matos, que cuenta toda esta historia en su libro de memorias Cómo llegó la noche. A finales de 1959, Matos estaba muy claro. Le escribió una carta a Fidel y le advirtió con mucha sutileza que el proyecto revolucionario se estaba desviando. Fidel montó un juicio amañado, lo acusó de conspirador y lo encarceló por veinte años.

El escritor mexicano Octavio Paz, en un ensayo titulado Tiempo nublado, repara en un dato curioso. Dice que en América Latina -desde la Independencia- la democracia había constituido la única fuente de legitimidad histórica. Hasta que debutó Fidel Castro. El Nobel lo explica así: “Las dictaduras, incluso por boca de los dictadores mismos, eran interrupciones de la legitimidad democrática. Las dictaduras representaban lo transitorio y la democracia constituía la realidad permanente, incluso si era una realidad ideal o realizada imperfecta y parcialmente. El régimen cubano no tardó en perfilarse como algo distinto de las dictaduras tradicionales. Aunque Castro es un caudillo dentro de la más pura tradición del caudillismo latinoamericano, es también un jefe comunista. Su régimen se presenta como la nueva legitimidad revolucionaria. Esta legitimidad no sólo sustituye a la dictadura militar de facto sino a la antigua legitimidad histórica: La democracia representativa con su sistema de garantías individuales y Derechos Humanos”.

Lo que nunca imaginó Paz, que en su ensayo elogia la estabilidad de la democracia venezolana, es que los cubanos tomarían el control de Venezuela para destruir el reloj republicano. Paz escribe en 1983. Para la fecha, Hugo Chávez llevaba rato conspirando. A finales de los ‘70, mantenía contactos con el Partido de la Revolución Venezolana (PRV) de Douglas Bravo. En la larga entrevista que le hace Ignacio Ramonet, vertida en el libro Hugo Chávez. Mi primera vida, llega a decir que fue miembro del Comité Central del PRV siendo militar activo. Algo a lo que no hay que darle mucho crédito: Chávez era guionista de su propio mito. Quizás no escaló tanto. En todo caso, su irrupción en la escena política se produce bajo el típico formato descrito por Paz: La asonada militar. Esa era razón suficiente en un país en el que, con todas sus fallas, había elecciones libres cada quinquenio, para expulsarlo de la lista de demócratas. Su talante mesiánico y aquella imagen de la tanqueta entrando a Miraflores debieron haber disparado las señales de alerta. Pero no fue así: Chávez se montó en el portaaviones electoral. Y ganó. El pueblo, como el sabueso Wilson, es falible. Tiene al enemigo en frente y no se da cuenta.

Octavio Paz: “Las dictaduras, incluso por boca de los dictadores mismos, eran interrupciones de la legitimidad democrática”

Chávez  esperó un tiempo para declararse marxista. Apenas en enero de 2007 anunció que quería hacer de Venezuela unaRepública socialista. Ese mismo año se produjo un giro que lo retrató de cuerpo entero: Perdió el Referendo para reformar la Constitución. A pesar de que no podía volver a convocar una consulta sobre un tema ya considerado durante su mandato (la reelección indefinida), lo hizo. Eso fue tan solo el preámbulo. En 2009 fue mucho más directo. En la presentación de su Memoria y Cuenta ante la Asamblea Nacional mostró su verdadera cara: “Por primera vez asumo el marxismo”. Transcurrió una década desde que accediera al poder para que se definiera como vástago ideológico de Fidel por todo el cañón. Inciso: Chávez dijo en 1994 en La Habana, que Cuba era el bastión de la dignidad latinoamericana. Siempre hay un míster Wilson fisgoneando. El video se filtró durante la campaña electoral de 1998.

La frase fue tomada como un atrevimiento retórico de aquel candidato outsider que crecía y crecía en las encuestas. Sus adeptos encontraron una excusa perfecta para que el líder saliera ileso: Suena a guerra sucia. Nada que pudiera extrapolarse a Venezuela. Esa es una cualidad que distingue a algunos dictadores: Saben negar lo que antes han afirmado. Hablan con propósito de enmienda. Y saben manejar el timing. Chávez fue muy hábil en diseñar la transición de la democracia a su proyecto hegemónico. Tanto que, aunque murió, sigue mandando. Lo que también ocurre con Fidel: Sigue mandando, aunque ya no mande. Es como si sus relojes siguieran funcionando post mortem. Eso le ocurrió a Franz Kindler: Las campanas sonaban en la película de Welles mientras él yacía en el piso convertido en cadáver.

IV

La pasión que sienten los déspotas por los relojes es el común denominador que los une. Fijémonos en quiénes son los aliados del régimen de Nicolás Maduro. Empecemos por Corea del Norte: Diosdado Cabello acaba de alabar el modelo instaurado por Kim II-Sung. “No hay ni una basurita en las calles”, dijo al comentar su reciente visita a ese país. Cuba: Venezuela es prácticamente un protectorado de la Isla. Rusia: Vladimir Putin ejerce el poder desde el 2000. Hubo un “receso” entre 2008 a 2012, los cuatro años en los que Dmitri Medvédev hizo de ventrílocuo de Putin y propuso un cambio en la Constitución, que pautaba un límite de dos mandatos seguidos para los presidentes. Putin no solamente pudo reelegirse, sino que además controla todas las instituciones y, pese a que la Constitución otorga una amplia libertad para que cualquier ciudadano pueda ser candidato presidencial, se aprobó una ley que exige que se deben recoger dos millones de firmas (salvo que se tenga representación parlamentaria) y -esto debe sonarnos muy familiar a los venezolanos- el Comité Electoral encargado de evaluar las rúbricas es un ente subordinado a Putin.

Otro aliado de Venezuela: China. No hablamos del mismo país de Mao Tse Tung. China es la segunda economía más robusta del mundo: Su Producto Interno Bruto (PIB) alcanzó 13 mil 608 billones de dólares en 2018. El PIB de Estados Unidos fue de 20 mil 494 billones de dólares. China superó a Japón, cuyo PIB fue de 4 mil 971 billones de dólares. Y también a Alemania, con 3 mil 997 billones de dólares. Todas son cifras del Banco Mundial. Una potencia: El “dragón asiático”. Y ese dragón flirtea con el régimen de Maduro. Tiene intereses comerciales en Venezuela. Pero, más allá de este factor, hay otro que lo homologa al régimen chavista: El síndrome Kindler. El año pasado, la Asamblea Nacional Popular de China enmendó la Constitución para permitir que su presidente Xi Jimping, se mantenga en el poder indefinidamente. Anteriormente, los mandatos alcanzaban un máximo de dos períodos consecutivos. El nombre y la filosofía del presidente chino fueron incluidos en la Carta Magna. Únicamente Mao Tse Tung y Deng Xiaoping habían disfrutado de esta prerrogativa.

“El tiempo, en las verdaderas democracias, es el tiempo de la alternancia”

¿Más aliados? La Nicaragua de Daniel Ortega, caso parecido al de Fidel Castro: Un comandante guerrillero que jugó un papel protagónico en el derrocamiento de una dictadura -la de Anastasio Somoza-, pero que también profesa una idolatría sospechosa hacia los relojes. Ortega pasó por distintas etapas, hasta que entendió que la economía cerrada no rinde frutos y pactó con la cúpula empresarial. La piedra de tranca está en la alternancia. En eso no cede Ortega. Quiere el trono a perpetuidad. Acosa a la prensa. Acosa a la oposición. Hace triquiñuelas electorales. Controla todos los poderes públicos. Y aprieta el gatillo, si es necesario, para mantenerse al mando. La organización Human Rights Watch reporta que hubo más de 300 muertos y más de dos mil heridos durante las manifestaciones que estallaron en 2018.

La Bolivia de Evo Morales también forma parte del inventario. En febrero de 2016, el presidente boliviano salió derrotado en un Referendo en el que se consultaba al pueblo sobre el tema de la reelección. Pero cuando los autócratas pierden, buscan una indemnización. Más tarde, el Tribunal Electoral lo habilitó para que pudiera medirse nuevamente. Esto fue lo que allanó el camino para que Morales participara en los recientes comicios. Puede completar casi 20 años en el poder si su cuarto período se consuma. La BBC apunta en un reportaje que Morales ya es el gobernante que más ha mandado en Bolivia. Supera a los tradicionales caudillos y a los militares. Franz Kindler ni siquiera menciona los votos. Mil años para el Tercer Reich. Sin adornos. Morales, Ortega y Maduro buscan la eternidad de otra manera: Simulan ser demócratas que consultan a los electores, y hacen creer que esos electores siempre los escogen. No hay sorpresas. Es un libreto monótono y aburrido.El tiempo, en las verdaderas democracias, es el tiempo de la alternancia. La palabra ha sido proscrita en el diccionario chavista. La cronomanía es lo que explica la profunda crisis que sacude a Venezuela. Los chinos violan los Derechos Humanos. Eso no es un desliz. Es una canallada. Los violan porque no quieren disidentes. El clásico despotismo oriental. Su gran falla está allí: Es una sociedad cerrada políticamente. Acusa, sin embargo, un gran acierto: Los chinos comprenden lo que significa el mercado. Le pisan los talones a la gran potencia mundial: Estados Unidos. La élite chavista comete dos errores: Se aferra al reloj, como el gigante asiático, y, por si fuera poco, dinamita la economía. En Harper pasaron cien años para que pudieran sonar de nuevo las campanas de la iglesia. No es del todo apropiada la comparación porque las hizo sonar el malévolo Kindler. Lo que quiero decir es que para que el reloj republicano se reactive es preciso que la oposición deponga la guerra de egos que palpita en su seno –la unidad es fundamental– y que los ciudadanos presionen en las calles por un cambio. Ningún reloj se arregla solo.

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