En la aldea
30 junio 2024

Jacobo Borges cumple 88 años, aquí una evocación de sus inicios

La primera vez que hizo un dibujo fue en la “escuelita paga”, como se llamaba en Venezuela al emprendimiento de una señora que ofrecía el servicio de guardería y enseñanza de primeras letras. En 1995 se inauguró el Museo Jacobo Borges. Desde ese año y hasta 2006 fue profesor invitado en la Academia Internacional de Artes Plásticas en Salzburgo, Austria.

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Milagros Socorro | 28 noviembre 2019

Jacobo Borges, artista plástico representado en importantes museos del mundo, vive en Caracas, ciudad donde nació el 28 de noviembre de 1931. Está cumpliendo, pues, 88 años. Y sigue afanado en su taller, donde persiste en su exploración de diferentes medios, como el dibujo, la pintura, la fotografía y la creación con computadora.

Lo he entrevistado varias veces. En 2007 hicimos una entrevista para El Nacional. En octubre de ese año se había presentado el libro Jacobo Borges: Del sol o de la Luz, hecho por él y por su esposa, la también artista Diana Carvallo, acerca de la intervención hecha por Borges en la sede principal de Banesco, un conjunto artístico que se inauguró en 2006. Esa instalación, de casi medio kilómetro cuadrado, que se extiende por seis pisos conectados por un vacío, es la única obra de carácter público de Jacobo Borges. Un hecho paradójico, escribí entonces, en la trayectoria de un artista tan vinculado con las comunidades y cuyo itinerario creativo registra incursiones tan disímiles como la realización de escenografías para teatro, fotomontajes, documentales cinematográficos o el espectáculo multimedia Imagen de Caracas (1967).

Jacobo Borges

Cuando Jacobo Borges tenía 14 años fue a buscar trabajo como dibujante en la tienda por departamentos Sears, cuya sede en Caracas estaba en Colinas de Bello Monte. «Hice unos dibujos de trajes y de zapatos, a ver si me empleaban en el departamento de Publicidad. Me fui caminando desde Catia hasta Bello Monte, impulsado por el sueño de que iba a conseguir el empleo. Me atendieron muy bien. Me condujeron al departamento de Publicidad. El jefe vio mis dibujos, se mostró muy atento, y me dijo: “Venga dentro unos años”». Pasaron 60 años, Jacobo Borges se convirtió en una gran figura de las artes latinoamericanas… y un día regresó a aquel lugar donde lo habían rechazado. Pero entonces Sears había dejado de operar en Venezuela y en su lugar ahora estaba en construcción la sede de Ciudad Banesco, donde haría la enorme instalación cuyo proceso quedó registrado en el libro.

Jacobo Borges: “Yo soy un trabajador de detalles, de verle el hueso”

Un año después le hice una larga entrevista. Grabamos muchas horas en varios encuentros. Lo hice sin más proyecto que recoger de su propia voz sus memorias. Nunca he publicado esas entrevistas, de donde he espigado un fragmento a solicitud de La Gran Aldea.

La casa

-La primera casa donde viví –dice Jacobo Borges– estaba en El Cementerio. De hecho, tengo recuerdos del Cementerio del Sur, que estaba al lado de mi casa. Había muy pocas calles, una iglesia, tres o cuatro calles y una callecita donde vivíamos nosotros. Ahora todo eso se llama El Cementerio.

Jacobo Borges: “Me hice pintor antes de saber que era pintor”

«Mi madre se llamaba Teodolinda Morales. Su papá, según ella contaba, trabajó con Cipriano Castro. Un día él desapareció y ella quedó prácticamente abandonada desde muy pequeña con su mamá. Después perdió la mamá y quedó sola. Empezó a trabajar de doméstica. Mi papá era chofer y muy orgulloso de ser uno de los primeros choferes de Caracas. Se llamaba Neptalí Borges. Mi mamá era blanca y mi papá, bastante negro. Cuando yo tenía cuatro años nos mudamos a Catia. Recuerdo ese día, porque yo estaba muy triste de mudarme. Era domingo. Íbamos por la Avenida Sucre, hacia la Plaza Pérez Bonalde. Todavía existía la quebrada de Catia. Era como un pueblito. Nosotros íbamos en automóvil y, detrás, un camión que traía la mudanza. Entonces entramos en una zona de tierra, (había vacas), subimos más y entramos en una calle que tampoco estaba terminada de hacer. Y alrededor, estaban los cerros verdes. Había alguna casa, tres o cuatro, pero todo era verde. Desde mi casa, yo veía directamente El Ávila. Recuerdo que me sentaba en un pretil que había ahí frente a la casa y veía El Ávila entero, pasaba horas viendo El Ávila y cómo cambiaba el paisaje: Empezaba el sol, después entraban las nubes, la neblina. Me hice pintor antes de saber que era pintor, en buena medida por esas contemplaciones».

Los primeros dibujos

«Mi padre era muy fabulador. Tenía un universo más amplio que la gente que nos rodeaba. Quizá porque en su trabajo como chofer recorría la ciudad y hablaba con mucha gente. En una época trabajó como chofer de puesto fijo frente al Congreso, donde había una parada de carros de alquiler. Y un día, la Ceiba de San Francisco le cayó encima al carro. Era el año 43 o 44. El carro quedó destruido. Como no tenía dinero para repararlo, envió cartas, creo que a Medina, a ver si lo ayudaban. Nunca consiguió el dinero. Entonces mi padre lo empezó a vender por partes. Primero los cauchos, porque en ese momento era difícil conseguirlos y así fuimos viviendo, hasta que se acabó eso y mamá empezó a trabajar para toda la zona. Lavando a mano. Y nos ponía a nosotros a ayudarla. Después montó una bodeguita en la casa, que perdió toda privacidad porque tenía una bodeguita… Caracas estaba lejos… Uno decía ¡Vamos a Caracas! Yo fui muy pocas veces al centro de la ciudad. Una que otra vez que me llevó mi papá. Dos o tres veces me llevó a la casa de Vallenilla Echeverría, para quien trabajaba, para mostrarme los cuadros».

Jacobo Borges

La primera vez que hizo un dibujo fue en la “escuelita paga”, como se llamaba en Venezuela al emprendimiento de una señora que ofrecía el servicio de guardería y enseñanza de primeras letras, sin estar adscrita al Ministerio de Educación. «Era una señora que enseñaba a leer a los niños. Cobraba algo así como cinco centavos. El objetivo era que leyera e hiciera dibujitos. Había allí una escalerita de tierra que conducía a alguna parte de la casa a la que no teníamos acceso. Un día, yo subí por esa escalera y resulta que ahí estaba el marido de la maestra, que era escultor. Hacía bustos y los tenía tapados con telas. Él fue quien hizo el busto de Sucre, de la Plaza Sucre de Catia. Además, tenía una mesa donde retocaba fotos, las iluminaba, fotos en blanco y negro, a las que les ponía color con lápices. Les coloreaba la piel, el pelo, los trajes. De eso vivía. La maestra, me imagino que asesorada por su esposo, nos dejaba dibujar lo que uno quisiera».

La madre

«Era muy rígida, muy fuerte. Le daba horror que me juntara con malandros, que fuera a empezar a beber aguardiente, que estuviera en drogas, que no estudiara lo suficiente, que no tuviera interés en lo que hacía. Eso, de que uno tiene que llevar un trabajo hasta el final, me lo enseñó ella. Y me lo enseñó de esta manera: Ella tenía una mesa y una silla de paleta, cuando yo quería jugar, me decía: “Antes tienes que limpiar la mesa”. Yo, a los cinco minutos, decía: “Ya está listo”. Ella le pasaba un dedo a la superficie de la mesa y decía: “Hay polvo”. Yo limpiaba eso y la volvía a llamar. Ella pasaba el dedo por debajo de la mesa. Así estábamos por horas hasta que me enseñó a hacer las cosas bien. Lo mismo ocurría cuando tenía que hacer la cama. Tenía que ser perfecto. Me acostumbré a trabajar con ese sistema. Dibujar muchas horas. Cuando tenía diez años ya dibujaba sin descanso, en el papel de envolver cosas que había en la bodeguita. Un papel blanco o marrón, de estraza. Cuando mi mamá envolvía la mercancía, aparecían mis dibujos, y muchas veces los clientes protestaban. Mi mamá botaba el papel dibujado y me echaba tremendos regaños. Ella trabajaba en casas donde tenía que hacer las camas. Lo hacía con una perfección increíble. Se levantaba a las cuatro de la mañana. Antes de irse a su trabajo, lavaba la ropa de la casa y cocinaba para la familia. No teníamos agua en casa. Teníamos que ir a buscarla. Yo soy un trabajador de detalles, de verle el hueso».

Jacobo Borges: “Un artista no está dentro ni afuera, está dentro y está afuera, como el fotógrafo en una manifestación”

La primera exposición

«Desde los 7 u 8 años empecé a mostrar mis dibujos. Cada vez que había una fiestecita, que llamaban “arrocito”, muchachos de 20, 22, 24 años, yo iba y me paraba frente a la fiesta. Con mis dos manos agarraba el dibujo, que quedaba guindado. Hasta que no vieran el dibujo, no me movía de ahí. Siempre había alguien, al rato, que decía: “Este carajito, qué es lo que tiene ahí”. Lo decían con asombro, yo me daba cuenta. Buscaban a alguien más y le decían: “Mira lo que hace el carajito”. Y entonces venían tres o cuatro. Sólo entonces me iba a mi casa. Ya había cumplido mi misión. Al mismo tiempo, tenía observaciones que me marcaron para toda la vida: Yo estaba afuera con ese dibujo y adentro había gente bailando. Había los de adentro y los de afuera. El que estaba invitado tenía una sonrisa, era diferente a los que no podían entrar. Y los que estaban afuera tenían cara de estar afuera. Pero yo no estaba ni afuera ni adentro, yo estaba en un sitio en que los observaba a todos. Un artista no está dentro ni afuera, está dentro y está afuera, como el fotógrafo en una manifestación. En la noche, cuando me iba a dormir, estaba contentísimo porque habían visto mis dibujos y se habían emocionado».

En 1995 se inauguró el museo que lleva su nombre en Catia, el Museo Jacobo Borges. Desde ese año y hasta 2006 fue profesor invitado en la Internationale Sommerakademie fur Bildende Kunst, Academia Internacional de Artes Plásticas en Salzburgo, Austria. Allí enseñó lo que había aprendido de su madre en la piel de los muebles de paleta.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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