Joven de 18 años produce chocolates y destina la mitad de las ganancias para ayudar a venezolanos que llegan al refugio temporal “Un techo para el camino”, huyendo de la crisis y en búsqueda de mejores oportunidades.
Cuando se habla de Ecuador, en el contexto que le ha tocado vivir a miles de venezolanos, se hace inevitable revivir los hechos de Ibarra, donde se desató una furia contra la migración venezolana, o la reciente exigencia de una visa humanitaria para poder ingresar al país.
Pero Ecuador es mucho más que eso. Es una nación que actualmente acoge a 263.000 venezolanos, según cifras que maneja la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), convirtiéndose así en el cuarto país receptor de venezolanos que huyen de la crisis. Es la historia de fundaciones, organizaciones y voluntarios que están dedicados a calmar las angustias de quienes han llegado al país en búsqueda de oportunidades, para transformarlas en esperanzas.
Es así como La Gran Aldea llegó a Emilio Molina, un joven ecuatoriano de 18 años que vio en su pasión, el chocolate, una oportunidad para sacar adelante su emprendimiento social y distribuir la mitad de las ganancias entre los venezolanos que viven en Guayaquil.
Todo comenzó cuando, a punto de graduarse de bachiller, estuvo en contacto con noticias sobre la migración venezolana. La historia dramática de quienes han abandonado Venezuela lo llevó a planificar una visita al refugio temporal “Un techo para el camino”, en noviembre de 2018. Allí se reunió con jóvenes y adultos, presenció parte de la convivencia en el lugar, pero fue una niña venezolana de 4 años, víctima de varios intentos de abuso sexual durante el trayecto a Ecuador, la que captó su atención. “A mí se me cayó la billetera y ella se acercó a dármela, con una sonrisa y alegría a pesar de tantas cosas negativas”, recuerda.
Esa escena fue más que suficiente para entender que su visita no se podía quedar en un solo día, y que era el momento de poner en práctica el lema con el que creció en su colegio jesuita: Ser más, para servir mejor. “Yo no me podía quedar sin hacer nada”, insiste.
Dando vueltas en su mente, surgió la idea de producir chocolates con cacao nacional de alta gama. “¡A todo el mundo le gusta el chocolate! Cuando yo era niño imaginaba una fábrica de chocolate, así que era eso lo que quería hacer”, relata al recordar que con ayuda de diferentes personas pudo materializar su sueño en mayo de 2019.
“Nada es lo que parece” es el nombre de su producto que se comercializa hoy en día en Guayaquil y Quito, con aspiraciones de llegar a otros mercados este año. La producción oscila en 1.000 tabletas mensuales. Mitad de lo que vende lo destina para ayudar a los venezolanos de “Un techo para el camino”, la otra parte la reinvierte en su idea de negocio.
Molina destaca que hasta ahora ha podido ayudar a 8 familias, un aproximado de 40 personas. Las colaboraciones van desde lo económico hasta insumos o enseres para hacer de la estadía en el refugio un lugar acogedor. Explica que el refugio temporal “Un techo para el camino” funciona como un lugar de paso para quienes llegan a Ecuador y tienen como objetivo seguir a otros países de la región o a otras ciudades.
A su edad, siente la necesidad de “rehumanizar el concepto de la migración”. Ese sentimiento de servir a otros no sólo lo aprendió en su institución educativa, sino también forma parte de su concepto de vida. Además de seguir creciendo en su emprendimiento, y convertirse en un futuro administrador, a Emilio Molina le gustaría sumar a más personas a su misma causa. Por eso, invita a todos los ciudadanos a ser parte de iniciativas como ésta, sin recelos ni prejuicios.
Aunque no conoce Venezuela, sí está consciente de las historias de miles de ecuatorianos que abandonaron el país en el pasado y el mundo les abrió sus puertas. Por lo que, a su juicio, la historia no puede ser diferente con los venezolanos, quienes se han convertido hoy en los protagonistas del mayor éxodo en la región.
“Nada es lo que parece” es fruto de ese momento en que todo parecía imposible y sucedió. Sirve de analogía para quienes luchan por sus sueños hasta hacerlos posibles, para quienes buscan una segunda oportunidad, enfatiza Emilio Molina.