En la aldea
08 diciembre 2024

La silla, la puerta giratoria y las elecciones a la medida

Venezuela es hoy un país abatido por la crisis y poseedor de una población adormecida por la pobreza. El escenario propicio para continuar con un juego de estrategias con el que -todo indica que así será- Maduro sobrevivirá el primer año del Gobierno interino de Juan Guaidó. Mientras, todo está servido para colocar en boca de la opinión pública un nuevo tema de discusión, unas elecciones donde nuevamente la oposición demócrata y mayoritaria se encontrará en un callejón sin salida: Pierde si participa por la ilegitimidad misma del proceso, pero si no lo hace también pierde, porque los espacios como la Asamblea Nacional quedarán en manos del chavismo por vías írritas.

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Redacción LGA | 21 octubre 2019

I

Entre los temas que se discutieron en Caracas, a propósito de la reunión ministerial del Movimiento de Países No Alineados (MNOAL) y del XXV Encuentro del Foro de Sao Paulo que tuvieron lugar en julio, se dejó colar la candidatura del régimen venezolano para integrar el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas (CDH).

Tan sólo unos días antes Michelle Bachelet había presentado ante dicho Consejo su contundente informe sobre Venezuela, donde constató, entre otras atrocidades, “ataques contra oponentes políticos y defensores de los Derechos Humanos, con métodos que van desde las amenazas y las campañas de descrédito a detenciones arbitrarias, torturas, violencia sexual, asesinatos y desapariciones forzadas”. 

Se trataba de una jugada estratégica de Nicolás Maduro para, una vez más, saltar obstáculos en la vía de su permanencia en el poder, y salirle al paso a los señalamientos que buena parte de la comunidad internacional hacía en su contra.

Tenía hasta el 17 de octubre para cuadrar los votos necesarios. Jorge Arreaza afirmó entonces que contaba con el respaldo de los 120 Estados miembros del MNOAL. Esa era la apuesta. Sus aliados no fallarían. La burocracia de la diplomacia internacional tampoco.

II

En paralelo, el régimen de Maduro mantenía el paso en las conversaciones con la oposición con la mediación de Noruega, y así lo hizo hasta que la orden ejecutiva firmada por Donald Trump en su contra, el 5 de agosto, le dio la excusa apropiada para abandonar el proceso. Era el momento preciso para hacerlo, porque sobre la mesa ya estaban dibujadas las condiciones necesarias para avanzar, y la agenda electoral era un punto determinante.

Maduro y su élite política sabe que bajo condiciones supervisadas no están en disposición de ganar un proceso electoral en estos momentos. No se trata sólo de lo que dicen las encuestas, es algo que le gritan las calles y que constatan en sus merodeos a través de la Red de Articulación y Acción Sociopolítica (RAAS), de los CLAP y de todos los demás tentáculos de control del PSUV. Necesitan tiempo para prefabricar un proceso a la medida. Así que dijeron adiós a las conversaciones enBarbados.

III

En paralelo, las semillas del Foro de Sao Paulo ya estaban germinando. Dos de sus invitados estrella, que se dijo no habían podido asistir, hablaron de su regreso a la lucha armada en Colombia. Eran Iván Márquez y Jesús Santrich reviviendo células de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y generando desestabilización en Colombia, complicando así la gestión de Iván Duque.

En Ecuador explotó una oleada de violencia, con el ex presidente Rafael Correa en el trasfondo, que amenaza la estabilidad del Gobierno de Lenín Moreno. En Chile los actos de violencia y de rechazo a Sebastián Piñera, que comenzaron al sur del país ya llegaron a la capital. En Argentina el activismo que busca el regreso del kirchnerismo al poder le hace cuesta arriba la continuidad a Mauricio Macri. Y así. Lo que Diosdado Cabello llama “la brisita bolivariana”, hoy se extiende por la región.

Por ello los gobiernos de Argentina, Brasil, Colombia, El Salvador, Guatemala, Perú y Paraguay de forma enérgica rechazaron “toda acción encaminada a desestabilizar nuestras democracias por parte del régimen de Nicolás Maduro, y de los que buscan extender los lineamientos de su nefasta obra de gobierno a los países democráticos de la región”. Pero la semilla ya fue diseminada, y los países críticos del régimen ahora tienen serios problemas internos en los que centrar su atención.

IV

De cara a seguir dándose capas de un barniz democrático del que carece, el régimen necesitaba medidas adicionales. Hacerlo en los tiempos justos era valioso, porque Bachelet venía con una actualización de su informe sobre Venezuela y una vez más los señalamientos sobre las violaciones a los Derechos Humanos se pondrían en boca de todos.

Así que el régimen ensambló también una mesa de diálogo a la medida de sus necesidades, y no faltaron los comodines de siempre para hacerle el juego. A mediados de septiembre Maduro ocultaba sus desmanes exhibiendo la foto de sus funcionarios firmando un papel con buenas intenciones junto a dirigentes políticos que, según dijo, representan una parte de las “oposiciones”.

Su bancada rojita volvió a la Asamblea Nacional (AN) para tratar de minarla desde adentro, desplegó su artillería de control -que incluye un adelanto del censo poblacional con fines políticos-, y se dijo listo para organizar, con precisión de alta sastrería, los procesos electorales que sean necesarios para silenciar a quienes lo cuestionan.

V

Aunque no todos los que prometieron su respaldo en julio cumplieron en octubre, llegar a la silla del Consejo de Derechos Humanos de la ONU resultó como se esperaba con 105 votos a favor. Maduro logró así darle una cachetada al sistema y hacer una nueva manifestación de fuerza. Allí estará hasta 2022 haciendo cuanto pueda a favor de su causa, y la de sus aliados.

La ocasión merecía una muestra especial de su parte y autorizó la salida de prisión de un puñado de presos políticos. “Es un esfuerzo importante que lanza un mensaje claro al país y a la comunidad internacional”, reforzó Tarek William Saab, el fiscal designado por Maduro, a la hora de los anuncios. Lo cierto es que muchos de los “liberados” se mantienen con régimen de presentación y seguidos de cerca por el régimen, aguantando en silencio las secuelas de las torturas recibidas, sin olvidar que quedan más de 400 presos políticos en las cárceles.

La puerta giratoria de presos políticos que entran y salen de las cárceles vuelve a funcionar. Maduro ya prometió prisión para todo aquel que pretenda protestar atendiendo los llamados de Juan Guaidó de que “vayamos todos a las calles de Venezuela” en noviembre en el “inicio de un levantamiento popular sin precedentes en Venezuela”.

VI

A Maduro le resta el tramo final del año. El año más cuesta arriba de su gestión y que, sin embargo, ha logrado sobrepasar hasta ahora. Sabe que hay un riesgo de que las calles se recalienten, pero también sabe que tiene a un país abatido por la crisis, y a una población adormecida por la pobreza. Jugar a la represión no será una novedad para él. Además, ahora tiene una posición estratégica en una instancia de la ONU que puede servirle para transitar la coyuntura.

Su próxima carta, que ya asomó en el tablero, es la preparación de “los procesos electorales venideros”, como los describió Jorge Rodríguez, ministro de Comunicación de Maduro. Cuenta con la mesita de diálogo a la medida para crear las mejores condiciones a su favor, y meter al país en la discusión de tales elecciones. Colocará nuevamente a la oposición mayoritaria en el callejón sin salida que ya se ha vivido en el pasado: Pierde si participa por la ilegitimidad misma del proceso, pero si no lo hace también pierde, porque los espacios (especialmente la Asamblea Nacional) quedarán en manos del chavismo por vías írritas. Un juego de estrategia con el que -todo indica que así será- Maduro sobrevivirá el primer año del Gobierno interino de Juan Guaidó.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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