En la aldea
02 diciembre 2024

Rómulo Betancourt (1908-1981) político y periodista venezolano. Fue Presidente interino de Venezuela entre 1945 y 1948, y Presidente constitucional entre 1959 y 1964. Es reconocido como “el padre de la democracia venezolana”.

Una imagen de Rómulo

Fue cabalmente un jefe, de esos que las naciones necesitan en algunos trances de su historia. Hoy lo buscamos con desesperación en esta fallida Venezuela, esta nación a la que Rómulo Betancourt, con aureola patriarcal, y varias generaciones de brillantes hombres y mujeres, algunos martirizados con estoicidad, se debieron sin excusas, con determinación cívica y sin prestar remotos alientos a complicidades asesinas.

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Alfredo Coronil Hartmann | 24 febrero 2020

Este 22 de febrero del 2020 se cumplieron 112 años del nacimiento de Rómulo Betancourt, un político que imprimió de manera indeleble su impronta en nuestro siglo XX, su biografía, esa larga guerra que es el tránsito vital de nuestra existencia, sobre la superficie del planeta, es bastante conocida y -contra lo que él mismo preveía- viene recibiendo un bastante generalizado y elogioso reconocimiento.

Controversial y controvertido siempre afirmó con convicción que no esperaba unanimidades consagratorias, elogios ni ditirambos: “… morir en olor de unanimidad no es mi sino”.

No obstante, el caprichoso destino nos ha deparado tan calamitosos protagonistas en la platea del poder, que la aprobación colectiva y la añoranza tienden a alcanzar al combativo y asertivo personaje. Me imagino sin dificultad como habría sonreído.

“La imagen que la generalidad de sus conciudadanos tiene, está muy cercanamente emparentada con la leyenda, las anécdotas y la fantasía, se añora más su decisión y su coraje”

La imagen que la generalidad de sus conciudadanos tiene, está muy cercanamente emparentada con la leyenda, las anécdotas y la fantasía, se añora más su decisión y su coraje, lo que llaman su carácter, que aspectos más importantes y valiosos de su personalidad. Coriáceo, duro, intransigente, tozudo, son características reales, y que él aceptaba sin falsos pudores; después del derrocamiento de Gallegos un grupo de estudiantes exiliados en Chile, trataron de acercarlo a un periodista, que muy discreto en sus críticas a la Junta Revolucionaria, una vez depuesto el viejo Gallegos, se disparó en ataques contra AD y el ex presidente, encarándolos les ripostó: “No gracias, yo tengo enemistades que cultivo”.

Era un hombre hecho a grandes rasgos, gigantescas virtudes y terribles defectos, no había lugar para el repujado, la minuciosa pequeñez minimalista, el elaborado rencor parsimonioso. El titán que vivía en su alma afloraba como lava volcánica, destruía, cicatrizaba, curaba. Ese impulso avasallante obedecía a una inteligencia superior y cultivada -no sin esfuerzo, con mucha paciencia y genio político- pero a ratos salvaje. Solo una sensibilidad como la suya podría morigerar la burbujeante lava y encauzarla constructivamente, afortunadamente la tenía.

La cercanía privilegiada que me deparó una circunstancia familiar, en definitiva accidental, favoreció -como él mismo lo escribiera- el que nos conociéramos muy bien, pero fue ese conocimiento e identificación mutua la que cimentó una amistad profunda y firme, de la cual él mismo se ocupó de dejar constancia. La pasión política, el amor por la Historia, una exigente escala de valores éticos, fueron las bases, si a eso añadimos coincidentes enfoques y simpatías, todo llevó a una comunión lograda y muy firme, si bien para nada unánime.

“Rómulo Betancourt fue cabalmente un JEFE, de esos que las naciones necesitan en algunos trances de su Historia”

Trabajé a su lado, como coordinador ejecutivo de la Comisión Editora de sus Obras Selectas y además de esta función administrativa o gerencial, como miembro del equipo que a nivel intelectual escogía y trabajaba los textos, presidido por Simón Alberto Consalvi y en compañía del Dr. Ramón J. Velásquez y del muy culto embajador panameño Diógenes de La Rosa. En su nombre viajé y me entrevisté con Bruno Kreisky, Canciller Federal de Austria; François Mitterrand; Gastón Defferre; Hubert H. Humphrey, Vicepresidente de los Estados Unidos; Felipe González; José Figueres; Luis Muñoz Marín, mi ex compañero de colegio; Don Juan Carlos, Rey de España; Hugh Thomas; Shimon Peres; Mário Soares; Eduardo Frei Montalva, y otros grandes protagonistas. Pero más allá del “Piache”, del jefe político, admiré la calidad humana de un hombre justo, de un alma abierta a los dolores y problemas del prójimo, de un infatigable y exigente estudioso de los vericuetos del ser humano, siempre dispuesto a la solidaridad frente al dolor y las angustias de los seres que quiso y del pueblo venezolano que amó incondicionalmente.

Sus malacrianzas eran innegables, pero aún en medio de esas explosiones, aparentemente irracionales, no perdía la brújula. Recuerdo como durante la campaña presidencial del Dr. Gonzalo Barrios visitó Berna un muy importante hombre de negocios venezolano, cuyo nombre no logro recordar, ante el aviso de su visita Rómulo Betancourt muy celoso de su intimidad y tiempo de trabajo, estalló en protestas al extremo de amenazar con que no lo iba a recibir; yo angustiado por la suerte de la campaña traté de tranquilizarlo, cuando estaba en eso sonó el timbre y el tycoon de marras se veía tras el vitral, le abrí la puerta y para mi asombro Rómulo se incorporó de su sillón y abriendo los brazos lo recibió con la mayor cordialidad, lo condujo a su estudio, y cuando al rato se retiró el visitante, el anfitrión, muy sonreído, regresó a la sala, yo ingenuamente le comenté que me había angustiado, entonces con una de sus risas muy sonoras, me dijo: “Yo hablo muchas pendejadas, pero no las cometo”. Al lado de situaciones tan prosaicas como esa, lo vi una noche recriminar a un poeta importante -muy amigo de ambos- porque por razones crematísticas había sacrificado un texto destinado a una cantata para optar a un premio significativamente retribuido, porque necesitaba la suma para gastos ordinarios; sus argumentos sobre el respeto a la autenticidad de la creación poética fueron impecables, hermosos, ricos, los que cabría esperarse de un creador, no de un implacable jefe de partido.

Ese ser paradojal, duro y tierno, inflexible y comprensivo, sin pequeños rencores, pero de implacable rigor ético, desprendido y avaro de sacrificar a su pueblo. Fue cabalmente un JEFE, de esos que las naciones necesitan en algunos trances de su Historia. Hoy lo buscamos con desesperación en esta fallida Venezuela, esta nación a la que Betancourt, con aureola patriarcal, y varias generaciones de brillantes hombres y mujeres, algunos martirizados con estoicidad, se debieron sin excusas, con determinación cívica y sin prestar remotos alientos a complicidades asesinas.

*Fotografía facilitada al editor de La Gran Aldea directamente por el autor de este artículo, Alfredo Coronil Hartmann.

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