En la aldea
24 abril 2024

Ya no sabemos estar solos

Las redes sociales han generado decenas de investigaciones, consejos, literatura y hasta una nueva forma de ansiedad bautizada FOMO (Fear Of Missing Out, por sus siglas en inglés), que se produce por la necesidad compulsiva de estar conectados. Basta estar dos o tres días sin celular, para sentirnos solos y abandonados de alguna manera. Para el sicólogo John M. Grohol, “el miedo a perderse de algo se ha convertido en un sentimiento muy real que está comenzando a permear nuestras relaciones sociales. La pregunta es: ¿Alguna vez nos conformaremos con lo que tenemos, en lugar de aferrarnos al temor de que nos estemos perdiendo algo mejor?”.

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Elizabeth Fuentes | 27 febrero 2020

¿Son las guacamayas mascotas del entrenador Richard Linares menos libres que los followers adictos a las redes, los que insultaron a la bióloga Diana Liz Duque, los que se cortaron las venas en defensa o contra el dueño de las aves?

En este episodio patético, donde el odio se paseó nuevamente por las redes y los involucrados recibieron su andanada de “teclazos” a favor y en contra de cada uno, la verdadera víctima -como en cualquier guerra-, fue la verdad. Que en este caso es la vida real, tan subestimada la pobre. Y si bien hubo hechos concretos, contantes y sonantes, como la suspensión de la cuenta de Instagram de la bióloga, “cyberacosada” por los furibundos seguidores del entrenador, también es cierto que a semejante impasse se le dio una importancia desmesurada en un país donde lo exagerado suele ser la norma y el hostigamiento anda de lo más armado y con charreteras.

“La muestra de un grupo de 200.000 usuarios de iPhone reveló que cada hora que se pasa en Facebook dejó ‘infelices’ a 64% de los usuarios, y a 51% de los usuarios de Instagram”

Sin embargo, algunos fanáticos de las redes asistieron felices al enfrentamiento virtual del entrenador y la bióloga como si estuvieran en las gradas del combate entre Muhammad Ali y Joe Frazier. Con una peligrosa mirada acrítica sobre el papel de las redes, dispararon contra su más reciente enemigo sobrevaluando la dimensión de una herramienta de comunicación más, que en el caso de las guacamayas se transformó en una gallera de mala muerte. Lo que permitió entrar en ese mundo paralelo nacional -otro más-, a  algunos usuarios que se han creído la palabrita “influencers”, se imaginan  protagonistas de la noticia y suelen transformarse en la mejor publicidad de sí mismos, exhibiendo sus opiniones como fundamentales y posteando y  grabando lo que consideran vital para el resto del planeta, a cambio de una gratificación inmediata -los likes, los emojis bonitos, el aumento del número de seguidores-, hasta que deben abandonar el teclado y encarar la vida misma con sus problemas y sus miserias, hasta el próximo post.

Pero como la realidad suele ser difícil, aburrida y monótona, en el mejor de los casos, la mayoría recurre en sus ratos ¿libres? a esta versión contemporánea del espejo de la bruja mala de Blancanieves, donde cada uno aspira a verse reflejado como lo que realmente quisiera ser. Y en ese afán -dependiendo de cada quien, por supuesto-, corren el peligro de creer lo que refleja el espejo y confundirlo con la realidad. En este caso, publicar sus insultos contra el entrenador o la bióloga como quien lanza piedras a las mujeres infieles cuando Cristo andaba por el mundo.

Porque si a ver vamos, ¿qué importa realmente si nos insulta una muchedumbre de desconocidos en Twitter o Instagram?, ¿por qué nos debe afectar la opinión de algún idiota, enfermo o gris personaje que se esconde detrás de una cuenta? Basta el ejemplo de la extra famosa cantante Billie Eilish -18 años, cinco Premios Grammy– quien decidió no leer nunca más los comentarios de su cuenta de Instagram porque le arruinaban el día: “Es extraño, cuanto más genial haces algo, más gente te odia”, justificó el asunto.

“En otra medición que realizaron sobre el efecto de algunas aplicaciones si se utilizan durante un día completo, las que más generaron bienestar para los usuarios fueron App Store, Google Maps y Spotify”

Algo que la periodista española Marta Peirano busca explicar en su más reciente libro “El enemigo conoce el sistema”, donde asegura que todas las aplicaciones que existen se basan en el método de las tragamonedas: “Hacen que el sistema produzca la mayor cantidad de pequeños acontecimientos inesperados en el menor tiempo posible… y cada vez que hay un evento, te inyecta un shot de dopamina”, asegura. La experta en estudios de las redes compara los efectos de algunas de ellas con el llamado reflejo condicionadointermitente, donde no hay patrón ninguno para recibir determinado premio con miras a generar adicción en la víctima. Y en las redes, asegura, el “premio” es la aceptación de la comunidad, el sentirse valorado por personas que ni siquiera conoces y que te mandan likes, retuits, besitos y corazones.  

Para evadir lo que también entendió como una adicción y pérdida de tiempo, la magnate de los medios Arianna Huffington -creadora del exitoso portal Huffington Post-, abrió una nueva plataforma, Thrive Global, dedicada a estimular el bienestar personal. Y allí desarrolló y puso a la venta una “cama” para poner a dormir el celular a las 8 de la noche en punto. Agobiada por el trabajo y el éxito, Huffington explicó que necesitaba poner su teléfono a dormir lejos de su habitación para desconectarse de las redes. “Eso me obliga a concentrarme en mi bienestar y me hace mucho más productiva cuando despierto… Pongo mi teléfono en su cama y le doy las buenas noches… tomar un descanso de los dispositivos es un consejo de bienestar simple pero crucial”.

El miedo a perderme de algo

Como es de suponer, el uso de las redes también ha generado decenas de investigaciones, consejos, literatura y hasta una nueva forma de ansiedad bautizada FOMO (Fear Of Missing Out, por sus siglas en inglés), que se produce por la necesidad compulsiva de estar conectados. Basta estar dos o tres días sin celular, para sentirnos solos y abandonados de alguna manera. Entonces surge el “miedo a sentir que me estoy perdiendo de algo”. Para el sicólogo John M. Grohol, especialista en Salud Mental Online (sí, eso ya existe), el FOMO implica “la sensación de estar perdiéndose de algo mejor que está sucediendo sin ustedes, algo que hacen o dicen personas falsas… y digo falso porque a menudo presentamos solo el mejor lado de nuestras vidas en los sitios de redes sociales. Después de todo, ¿quién quiere ser amigo de alguien que siempre publica actualizaciones de estado deprimentes y que parece no estar haciendo nada interesante en su vida? Por lo tanto son falsos, porque en lugar de que seamos completamente reales, muchos (¿la mayoría?) censuramos lo que publicamos en nuestro perfil de redes sociales, de modo que las personas a menudo son simplemente su yo idealizado». Para el experto, una de las consecuencias de estar conectados todo el tiempo a través de las redes es “que ya no podemos ni sabemos estar solos… El miedo a perderse de algo se ha convertido en un sentimiento muy real que está comenzando a permear nuestras relaciones sociales. La pregunta es: ¿Alguna vez nos conformaremos con lo que tenemos, en lugar de aferrarnos al temor de que nos estemos perdiendo algo mejor?”.

“En la misma medición, las más populares como Twitter, Instagram, Facebook, WhatsApp e incluso Netflix, generaron satisfacción pero solo a corto plazo”

Aunque los siquiatras estadounidenses, Mark D. Griffiths y Daría Kuss, de los primeros en ahondar sobre las consecuencias de las redes para la salud mental, no son tan pesimistas sobre el uso de las redes y sus consecuencias. Aseguran que solamente una minoría de personas está asociada con una serie de problemas psicológicos serios (ansiedad, depresión, soledad, trastorno por déficit de atención, hiperactividad, y adicción), producidos por una mala relación con la pantalla. “A las redes sociales se accede con mayor frecuencia a través de teléfonos inteligentes y debido a eso, su naturaleza móvil contribuye a hábitos de control excesivos”, aseguran, asunto que el Centro para la Tecnología Humana trató de poner en cifras y en una asociación con los creadores de la aplicación Moment, buscaron descubrir, mediante un test elaborado entre los usuarios, durante cuánto tiempo el uso de determinadas redes sociales los hizo más felices o más amargados.

La muestra, un grupo de 200.000 usuarios de iPhone, reveló que cada hora que se pasa en Facebook dejó “infelices” a 64% de los usuarios y a 51% de los usuarios de Instagram; mientras 56% de los que buscan pareja por Tinder se sintieron decepcionados en tan solo 22 minutos frente a la aplicación de citas online. Y en otra medición que realizaron sobre el efecto de algunas aplicaciones si se utilizan durante un día completo, las que más generaron bienestar para los usuarios fueron App Store, Google Maps y Spotify, mientras que las más populares, como Twitter, Instagram, Facebook, WhatsApp e incluso Netflix, generaron satisfacción pero solo a corto plazo. Es decir, que a medida que los usuarios pasaron mayor tiempo hundidos en cada una de estas aplicaciones, creció enormemente el porcentaje de infelicidad o insatisfacción en ellos. 

“Cabria preguntarse: ¿Cuánta felicidad o amargura generó el impasse entrenador versus bióloga entre quienes intervinieron en esa pelea colectiva?”

De allí que cabria preguntarse: ¿Cuánta felicidad o amargura generó el impasse entrenador versus bióloga entre quienes intervinieron en esa pelea colectiva?, ¿cuánto tiempo útil de sus vidas gastaron en semejante batalla los seguidores de uno y otra? o ¿cuánto tiempo invirtieron en asuntos más productivos los que no asistieron al derroche de adjetivos que se endilgaron entre todos a cuenta de unas guacamayas fuera de sitio?

Quizás pudo ser más fácil que la bióloga y el entrenador se hubiesen puesto de acuerdo directamente, utilizando las cuerdas vocales sin tener que transitar por este nuevo tipo de “Inquisición virtual” donde las teclas exigieron candela para la “bruja” y el entrenador lloró de arrepentimiento cuando vio las cenizas. Y aún queda por ventilar si el asunto llegará a los tribunales, una posibilidad menos atractiva para la galería de Instagram o Twitter, probablemente ocupada ahora en un tema nuevo y más atractivo que les garantice su shot diario de entusiasmo, todos bien protegidos detrás de la puerta de su casa, o en el escritorio de su oficina ministerial, o en la soledad de alguna cárcel, quién sabe.

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