Está sobrentendido que la educación comienza en la casa. En cada familia se construyen valores y significados, aproximaciones a la vida, rutinas, costumbres y disciplinas, pero desde la creación de la escuela como institución de la sociedad, y su instauración en Venezuela, hay una parte de esa educación que se desarrolla en ellas y no en las casas.
En efecto, a diferencia de otros países, no muchos pero existen, la educación en casa no es una modalidad incluida en el abanico de opciones de formación posible, para lo que denominamos educación básica que, es bueno recordar, en Venezuela, es obligatoria desde inicial, hasta media.
No sucede lo mismo con la educación a distancia. En efecto, hay programas de formación no presencial, casi todos asociados a la educación para adultos, que han utilizado algunas herramientas de educación a distancia. Claro, eso no significa que como país tengamos amplia experiencia al respecto, y menos que el Ministerio de Educación (MPPE) tenga programas y materiales actualizados que permitan abordar la situación que atravesamos a raíz de la profundización de la emergencia por el Covid-19.
Y comienzo diciendo esto, porque tanto la educación en casa como la educación a distancia, tienen protocolos y materiales para garantizar su éxito; y la verificación del mismo se realiza con procesos rigurosos de evaluación.
En nuestra situación actual, la respuesta del MPPE, ante la declaratoria de cuarentena, fue la suspensión de las actividades en las escuelas y a creación de un programa que se denomina “Cada Familia, una Escuela”. Este programa traslada, sin preparación previa, la responsabilidad de los aprendizajes a las familias.
Se supone que, entre las pautas del programa, se establece que los docentes crearán guías orientadoras para que las familias puedan desarrollar su trabajo; sin embargo, su instrumentación no incluye un período de adaptación para poder instrumentar dichos cambios, para que, efectivamente, los docentes puedan desarrollar las guías y explicar a las familias como instrumentarlas. Este punto puede resultar poco relevante para algunas personas, pero es importante tener en cuenta que no todas las familias tienen personas con formación adecuada y suficiente para afrontar, con éxito, la formación exclusiva en la casa.
En su lugar, se transmite un programa de televisión, con un diseño estándar, que dura un poco menos de una hora, incluyendo cortes comerciales, dividido en secciones por nivel educativo, con una sección final para educación especial.
Dada la corta duración de cada sección, los docentes que presentan los contenidos, no tienen tiempo ni de exponer temas, ni de explicar pautas que ayuden a los padres a enseñar; de hecho, terminan siendo espacios cortos y escuetos, que mezclan algunos datos sobre el tema a desarrollar con recordatorios de las sugerencias para la prevención del contagio del Covid-19.
No es ni un programa informativo, ni un programa educativo.
También es importante mencionar que, al momento de iniciar las medidas por el Covid-19, algunas personas, incluyendo voceros del MPPE, generaron cierta expectativa sobre el uso de Internet, como medio de educación a distancia, para responder a la emergencia.
Sin embargo, esa expectativa se ha disipado progresivamente por varias razones: La primera es que no existe una red de comunicaciones que permita utilizar internet para todos, de hecho, hay muchas zonas del país en las que el servicio telefónico es deficiente y no hay acceso a internet; hay otras en las que el acceso a internet existe pero es inestable y lento y, en muchos casos, el costo por el uso de la señal es muy alto para el presupuesto de las familias, por lo que, ni el intercambio por correo electrónico que se planteó como una opción posible es factible, y los medios de comunicación se han restringido al uso puntual de algunas aplicaciones de chat, y a los SMS y las llamadas.
La segunda, es la falta de equipos que permitan la conexión y el trabajo por internet en todos los hogares de Venezuela, a pesar de la gran propaganda que el MPPE tiene desde hace años, con la dotación de las computadoras y tablets, Canaimas.
Sin embargo, la tercera y la más razón importante, es que en el sistema educativo, especialmente en la educación básica formal, no hay casi experiencia con estrategias de educación a distancia. Ni los docentes saben cómo diseñar y gestionar un proceso de enseñanza a distancia, ni existen las plataformas y medios probados y generalizados para ello.
Un precedente de educación a distancia es la experiencia radiofónica de Fe y Alegría que, para muchos sectores, donde no hay acceso a internet, pero existen emisoras de radio, se podría instrumentar, pero con modificaciones que incluyan los ajustes a los materiales con los que Fe y Alegría cuenta, así como a los mecanismos para acompañar y evaluar por nivel, por grado, y año; y obviamente, el desarrollo de materiales y protocolos para los niveles en los que no existen, tomando en consideración que sus materiales y experiencias precedentes están diseñadas y dirigidas para la modalidad de educación de adultos.
Como se puede apreciar, tanto para la instrumentación del programa ministerial, como para la extensión de la modalidad radiofónica de Fe y Alegría se requiere tiempo. Ese tiempo debería estar contemplado en la política definida por el MPPE, e implicaría la modificación del calendario escolar, de acuerdo a las necesidades que se deriven de las restricciones de la contingencia. Sin embargo, para el Ministerio, hasta el momento, parece más importante cerrar el segundo período “a tiempo” y poder terminar el año escolar a finales de julio, como siempre, que garantizar que en esta situación los niños y jóvenes efectivamente aprendan, y así cumplir con su obligación de garantizar educación de calidad para todos. El Ministerio parece olvidar que “promoción sin formación” no es educación.
Finalmente, no podemos dejar de decir que la formación utilizando la extensa y variada existencia de los recursos que se encuentran en internet siempre será posible para aquellas familias con acceso a internet y equipos, cuyos niños y jóvenes cursen en escuelas que conozcan y manejen el repositorio y las estrategias para ello (o que, como en algunos casos, estén en proceso de construcción de capacidades y alternativas para ello), y en las que existan adultos con formación para acompañar y garantizar que el uso de internet sea efectivo. Pero esas familias en Venezuela son una muy pequeña minoría.