En poco más de 100 metros ocurrió todo y nada. El 30 de abril de 2019, un elevado -de los dos que conforman el Distribuidor Altamira, sobre la Autopista Francisco Fajardo, en Caracas– se convirtió en el epicentro de una acción cuyo objetivo real, sin embargo, estaba a casi 10 kilómetros de distancia.
La toma ocurrió antes de que saliera el sol y la protagonizaron el presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, a quien para la fecha ya reconocían como Presidente interino de Venezuela más de 50 países del mundo; el preso político más emblemático del chavismo-madurismo, Leopoldo López, y una decena de oficiales.
“El llamado es aquí, en este momento, en la Base Aérea de La Carlota, a acompañar este proceso del cese definitivo de la usurpación”, dijo Guaidó en una transmisión en vivo a través de sus redes sociales, que duró poco más de tres minutos y que, en un año, han visto más de un millón y medio de personas.
Eran casi las 5:50am cuando los militares que se habían ubicado detrás de él para la grabación, y que estaban uniformados y armados, llamaron a formación en este espacio. Lo hicieron con la mirada hacia la contigua Base Aérea Generalísimo Francisco de Miranda (La Carlota). Adentro, sin embargo, sus compañeros de armas demorarían unos minutos más en reaccionar.
Guaidó y López, mientras tanto, permanecían juntos, recorriendo ida y vuelta los más de 100 metros de elevado. El foco no estaba tanto sobre Guaidó, sino sobre el recién liberado López, quien con su ceño fruncido y puños cerrados se mostraba altivo.
Cuando, con la salida del sol, comenzaron a llegar hasta ese punto otros dirigentes de oposición -en su mayoría víctimas de posterior persecución-, representantes de la prensa local y extranjera, y entusiastas ciudadanos, la dupla se dispersó. Y poco después, con el inicio de la arremetida desde la base militar, se dispersarían también los militares.
A las 7:00am, ya el tricolor nacional ondeaba sobre el elevado. “¡Fuera los cubanos!”, gritaban, desde allí, los manifestantes. Aunque había algunos abrazos y risas, el nerviosismo era evidente.
Poco a poco se fueron incorporando otras decenas de militares, entre aplausos y agradecimientos. “¡Héroes!”, les gritaba la gente.
Las bombas lacrimógenas llegaban hasta el elevado. Algunas eran retornadas hacia la base militar por los uniformados o manifestantes, junto con otras cosas. Pero no fue sino hasta media mañana cuando quienes acudieron aquel martes a este transitado elevado caraqueño vivieron el momento más tenso de la jornada.
Decenas de motos llegaron al Distribuidor, en contravía, desde el extremo este de la ciudad. Los disparos, que se hicieron al aire, se escucharon en otras partes de la capital. Los guardias de ambos bandos se apuntaron, intercambiaron algunas palabras, y luego los arribistas se retiraron.
La represión desde La Carlota, donde se habían mantenido dos tanquetas blancas, subió de nivel. A las lacrimógenas pronto se sumaron perdigones. Algunos manifestantes derribaron algunas rejas de la base militar mientras, adentro, paradójicamente, la reacción era lenta.
Entretanto, el cuestionado mandatario Nicolás Maduro se pronunciaba por primera vez en el día, a través de Twitter: “¡Nervios de Acero! He conversado con los comandantes de todas las REDI y ZODI del país, quiénes me han manifestado su total lealtad al pueblo, a la Constitución y a la patria”.
Antes del mediodía, López y Guaidó ya habían abandonado el elevado. El vehículo en el que supuestamente se transportaba el armamento pesado para la “operación” también se había retirado del lugar. Algunos supieron en ese momento que aquello había acabado.
Desde la Plaza Altamira, encaramado sobre el techo de una camioneta blanca y con la ayuda de dos megáfonos, Guaidó se dirigió a los cientos de seguidores que se habían congregado en este lugar, como en otros de Caracas y Venezuela.
“Hoy sabemos que todos los venezolanos, incluyendo las Fuerzas Armadas, están a favor del cambio, de la Constitución. El golpe de Estado lo da Maduro en Miraflores al usurpar funciones”, dijo el líder opositor con Leopoldo López, nuevamente, a su izquierda y en silencio.
Abajo, en el Distribuidor, se mantenían los enfrentamientos entre los manifestantes que quedaron y los guardias dentro de la base militar.
-¿Se puede o no se puede? -preguntaba, a pocos metros, Guaidó.
-¡Sí se puede! -le respondían sus seguidores congregados en Altamira.
Los manifestantes acompañaron después a sus líderes y algunos de los militares, andando, hacia el oeste de la ciudad. Antes de llegar a Chacaíto, debieron partir en motos. De Guaidó se perdió el rastro. López llegó a la residencia de la misión diplomática chilena, en el Country Club. Le acompañaban unos pocos militares. El dirigente opositor ingresó y los uniformados quedaron fuera.
Motos de alta cilindrada y patrullas rondaban el área. Los militares se despojaron de armas y uniformes y se ocultaron, hasta que un emisario de un diputado opositor logró rescatarlos. En el Centro Nacional de Procesados Militares de Ramo Verde los militares detenidos también se habían quitado el uniforme que se habían puesto desde la madrugada, pues la salida que esperaban para ese día, como el “cese de la usurpación”, tampoco se concretó.
Las detonaciones y el humo se mantuvieron hasta entrada la noche en las inmediaciones del Distribuidor Altamira. Para entonces, se conoció con mayor precisión el saldo de la jornada: Un muerto, 109 heridos, unos 40 detenidos y un régimen que se mantuvo en el poder.