Las trampas se planifican para que nadie las descubra, o para que uno se entere tarde de que lo engañaron. Como tienen el propósito de sorprender al timado, los timadores son expertos en la preparación de su artificio. Los grandes engaños parten de un estudio previo, de un análisis que se detiene en pormenores infinitos para cumplir el objetivo de una utilidad fraudulenta. Supongo que recordarán la película protagonizada por Paul Newman, Robert Redford y Robert Shaw, “El Golpe”, preciosa muestra de la preparación de un ardid gigantesco con final feliz. La trama descubre los pasos de la treta y el desfile de artimañas llevado a cabo, pero también el aprieto de los timadores cuando corren el riesgo de quedar al descubierto ante una víctima que puede reaccionar con violencia. Al final se salen con la suya.
La dictadura venezolana ha tomado un camino distinto para el timo que ha puesto en marcha, una insólita manera de llegar a objetivos torcidos que la aleja de los métodos tradicionales para pescar incautos, y de las sutilezas y las maldades maquilladas que han hecho las delicias de los espectadores de “El Golpe”. El dolo sin anestesia, el sablazo con anuncio previo, la bribonada sin afeites, tales son los vocablos que acomodan perfectamente al anzuelo ofrecido por la usurpación a los ciudadanos venezolanos a quienes invita a votar en unas elecciones parlamentarias que ha convocado. En lugar de esconder el trinquete, lo anuncia con anticipación sin ofrecer el alivio de un bálsamo curativo; en vez de tapar las cicatrices de la repelente cara del anfitrión, la exhibe con costurones y purulencias. Como jamás se ha dado en la parcela de las manipulaciones electorales una puesta en escena tan grotesca, un aviso anticipado de que ‘te voy a pillar’, de que te violaré en plaza pública, de que me burlaré de todos en diciembre sin ningún tipo de simulación; estamos ante un caso que debe llegar a los anales del manoteo político con características de excepcionalidad.
Las máximas autoridades del Consejo Nacional Electoral (CNE) recién nombrado no solo son chavistas convictas y confesas, sino también fabricantes del engendro de una Asamblea Nacional Constituyente sin asidero constitucional que ha servido de soporte al mandato usurpado por Maduro; y promotores de un artero golpe contra la Asamblea Nacional (AN) legítima, y partícipes de intervenciones de los partidos de oposición sin otro aliciente que no sea el fortalecimiento del régimen. Fueron figuras activas de un Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) escogido a dedo por el oficialismo como escudo de sus intereses, y ahora se mudan al organismo al cual se encomienda la dirección de las próximas elecciones. El punto radica en que pudo el régimen buscar otros rectores menos impúdicos, mejor vestidos para la pasarela, con más currículo que prontuario, con alguna luz capaz de aderezar sus personales oscuranas -porque no hay lumbreras individuales o profesionales en la mudanza de la manada-, pero no se tomó la molestia de procurarlos. Sacó de la manga unas cartas marcadas y las exhibió con clarines y timbales.
Acudió a la simulación trayendo a dos supuestos directivos que formalmente no aparecen como militantes del PSUV, pero sobre cuya imparcialidad sobran las dudas debido a que no les pareció incómoda la compacta compañía de las ex magistradas “rojas-rojitas” ofrecida para el ejercicio de sus flamantes funciones; ni el escandaloso arreglo del oficialismo con el Secretario Nacional de Organización de Acción Democrática, quien se abalanzó hacia la carroza del ofertante para colocar a su hermano en la cúspide del parapeto electorero. Ni tampoco los planes del usurpador para la desaparición de Primero Justicia (PJ), Acción Democrática (AD), y Voluntad Popular (VP), fundamentales para un desarrollo creíble del proceso electoral y sobre cuyo ataque ni un sonido han desembuchado. Pudo el régimen encontrar otros cómplices menos sospechosos de docilidad, porque seguramente los habrá en sus aledaños. Tal vez no resultara imposible topar con algunos menos susceptibles de desconfianza, aunque fuesen de estreno, pero prefirió a los primeros de la lista de sus manumisos.
En el timo siempre hay una víctima sobre cuya reacción se deben tomar precauciones, como sucede en el film. Puede correr la sangre, no en balde se trata de un libreto de gángsters, pero en este sentido también nos encontramos ahora con una anomalía. Primero, porque el régimen no se ha ocupado de ocultar su maña, como se ha visto. Segundo, porque el timado sabe que será juguete del timador, por consiguiente. Tercero, porque el régimen supone que el timado no hará mayor cosa para evitar la trampa -de lo contrario, se hubiera ocupado en afinarla- para que los planes lleguen así a una conclusión apacible hecha a su medida. Un vaticinio sobre la culminación de la trama dependerá de lo que en definitiva consideren los candidatos a ser víctimas de una trapacería tan inusual y grosera, y los líderes de los partidos políticos. Entonces el letrero de The end aparecerá en la pantalla.