Su voz crítica sobre la crisis política venezolana ha retumbado con fuerza durante años. Y es que el analista y profesor emérito de Relaciones Internacionales de la Universidad de Oldenburg, Alemania, el chileno Fernando Mires, le lleva el pulso al país, lo que se refleja en su obra y en sus exposiciones públicas sobre el tema. Este conocimiento es el que le permite afirmar que desde finales de 2017, pasando por la abstención de 2018, y el periodo de Juan Guaidó de 2019 y lo que llevamos de 2020, lo que ha ocurrido es un “desierto político en el lado opositor”. Además, estima que la oposición se ha dejado conducir por la administración norteamericana y cifró una enorme cantidad de esperanzas en sus iniciativas, lo que convirtió la crisis venezolana en un tema de campaña en Estados Unidos “y eso no puede ser”.
-¿Cuál es su percepción sobre la crisis política e institucional de Venezuela en este momento?
-Es un diagnóstico muy complejo y difícil de hacer. En este momento veo que hay una situación estancada, por no decir entrampada, porque existen dos oposiciones y un solo gobierno; y creo que entre ambas fracciones hay una diferencia más profunda que la decisión de participar o no en las venideras parlamentarias. Siento que esta divergencia está relacionada a que hay dos culturas políticas: Una donde la democracia es un fin en sí, y otra donde es posible saltarse alternativas democráticas para llegar a un objetivo legítimo. Esta última explica el espíritu aventurero que hemos visto durante todo el periodo Guaidó, es decir, desde el 23 de enero de 2019, cuando la oposición se embarcó en una vía insurreccional sin tener los medios para recorrerla. Ustedes lo llamaron mantra y pusieron el “cese a la usurpación” siempre en primer lugar y eso significaba tumbar a Maduro, como no tenían los medios para hacerlo, recurrieron a factores externos; y eso condenó al liderazgo a ser un simple espectador de los hechos y no un actor. Así surgieron iniciativas como la del 23 de febrero y el 30 de abril de 2019, o el macutazo de hace unos meses; pero la guinda a la torta ha sido lanzarse a una abstención sin proponer una política alternativa.
-¿Para usted cuál es el camino que debe seguir el Gobierno interino, además de participar en las elecciones?
–Juan Guaidó ha dicho que tienen que reinventarse, pero en ese mismo discurso señaló que el esquema sigue igual; y yo me pregunté: ¿Si se van a reinventar significa que todo lo que hicieron hacía atrás era absolutamente incorrecto? Pensé que haría una autocrítica radical, pero no lo hizo. Entonces, cuando uno ve a la cabeza que se dice líder de toda la oposición expresarse en estos términos ya casi infantiles, que no tienen que ver con la política correcta en ningún país del mundo, uno se explica muchas cosas que están pasando ahora.
-Ya sabemos que una de las oposiciones que usted menciona es la que encabeza Juan Guaidó, pero ¿cuál es la otra, la dudosa Mesita de Diálogo?
-Mencionas a la Mesita y yo la sacaría del juego, porque es una caricatura que nunca he apoyado. No creo en el diálogo por el diálogo, pienso que este debe formar parte de una cadena, pero no puede ser, en sí mismo, ninguna política. En este momento hay una oposición que se plantea como electoral y otra como no electoral, para decir las cosas de la forma más simple que es posible. También existen ciertos sectores que han manifestado su indecisión, por ejemplo, Henrique Capriles, que lo veo demasiado indeciso para mi gusto y además está haciendo lo que no se debe hacer nunca en política; es decir, el dirigente político tiene que establecer posiciones claras y no andar con evasiones. El problema es que resulta imposible saber cuánto porcentaje del país está como él. Otro valor de la elección es la posibilidad de medir fuerzas.
-El país ya ha acudido a elecciones que han sido irrespetadas, ha reclamado y protestado, pero siempre la población termina aplastada por las instituciones y la represión del chavismo, ¿por qué en ahora sería distinto?
-En Venezuela no hubo política por parte de la oposición hasta 2006 y ésta se prolongó hasta 2015, cuando finalmente hubo un contundente triunfo electoral. En 2016 salieron a disputarse un mecanismo legal que parecía viable, pero no eran unas elecciones regulares; y los acontecimientos de 2017 hay que dividirlos en dos partes: La primera fue entusiasta y tenía un objetivo definido, que era exigir elecciones libres y defender la Constitución; pero en la segunda se montaron otra vez en las tendencias insurreccionales y se impuso la tesis de que se debía derrumbar al régimen. Esas manifestaciones terminaron extinguidas y con mucha sangre de por medio. Entonces, desde finales de 2017, pasando por la abstención de 2018 y el periodo Guaidó de 2019 y lo que llevamos de 2020, lo que ha ocurrido es un nuevo desierto político en el lado opositor. Pero justo cuando parecían encontrar el camino, se impuso el sector que yo llamo “salidista”, en referencia al movimiento llamado La Salida en 2014, y optaron por la no participación.
-¿Usted descarta cualquier alternativa que no pase por unas elecciones?
-El problema con los movimientos que han tenido como finalidad dividir al Ejército y que sectores del mismo ayuden a derrocar a Maduro, es que todos han terminado en fracaso y ha quedado claramente demostrado que por esa vía el Ejército no es divisible. La ruptura que se dio en Bolivia y el fraude que denunciaron los bielorrusos fue posible porque la gente participó en elecciones, sin eso no habría ocurrido nada. En los procesos electorales los liderazgos conectan con las aspiraciones ciudadanas, no como ahora, que ni los partidos ni los dirigentes saben cuánta gente los apoya, entonces las elecciones no son solamente un medio, son un fin en sí. Lo que quiero decir es que hay muchos ejemplos donde ha sido un factor detonante de movilizaciones sociales que pueden generar cambios y transiciones.
-¿Cuál es su valoración sobre la alianza de la oposición con Estados Unidos para lograr un cambio político?
-Ha sido error, entre otras cosas, porque jamás hay que atar posibilidades políticas a un presidente extranjero que está en campaña electoral. La oposición se ha dejado conducir por la administración norteamericana y cifró una enorme cantidad de esperanzas en sus iniciativas; eso convirtió la crisis venezolana en un tema de campaña en Estados Unidos, y eso no puede ser. Ahí, el liderazgo democrático, perdió gran parte de su autonomía política, es lo que te decía antes: De actor pasó a ser espectador.
-Entonces, ¿todo depende de nosotros mismos y sin la ayuda de la comunidad internacional se puede lograr un cambio de gobierno en Venezuela?
-En estos momentos yo no tengo mucha esperanza, porque los partidos políticos han decidido no decirle a la gente lo que tiene que hacer. Pienso que la oposición que apoya la abstención está entrampada, porque asume que ir a las elecciones en estos momentos sería reconocer que todo lo que hicieron hacía tras no era correcto, y estoy muy escéptico de que eso ocurra. Creo que están en una especie de orgullo mal entendido, que los lleva a corregir un error con otro error. Yo no soy budista, pero ellos dicen que el futuro no existe. La política es un puente interrumpido por acontecimientos inesperados, pero para que ocurran estos hechos inesperados hay que crear las condiciones necesarias, y en los procesos electorales pueden aparecer una cantidad x de hechos inesperados. Por eso vale la pena meterse, como espectador nunca va a aparecer nada.
-Para muchos venezolanos tanto el camino electoral como el insurreccional son sinónimos de fracaso, ¿hay alguna tercera ruta a transitar?
-El abstencionismo en Venezuela no viene de abajo hacia arriba, sino de arriba hacia abajo. Es un abstencionismo inducido y eso ayuda a Maduro, no a la oposición. Yo lo que digo es que en última instancia salgamos a jugarnos la lotería y vemos qué pasa; pero si no vamos, podemos estar seguros de que no ocurrirá nada. Permítanse apostar por las posibilidades que no conocemos, pero para eso hay que participar.