En la aldea
06 diciembre 2024

De Lech Walesa a Henri Falcón: ¿Votar o no votar?

Los polacos libraron una larga lucha para zafarse del corsé autoritario. Quemaron múltiples etapas. Hicieron paros y huelgas. Convocaron movilizaciones de calle. Soportaron una ley marcial. Lloraron a cientos de muertos. Los líderes de las revueltas fueron apresados. Estados Unidos impuso sanciones al régimen comunista. De todo. Hasta que el general Wojciech Jaruzelski se vio obligado a abrir el juego. Las corrientes opositoras entonces se sentaron a negociar con el régimen. Aceptaron participar en las elecciones parlamentarias de junio de 1989 (con restricciones). Y, de allí en adelante, el camino quedó despejado para que el movimiento Solidaridad obtuviera el poder en 1990. En Venezuela, ¿podríamos emular el modelo polaco?, ¿es Falcón, el más conspicuo representante de quienes llaman a votar el 6D, un Walesa?

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Gloria M. Bastidas | 24 agosto 2020

Una cinta que vi recientemente sobre la transición de Polonia hacia la democracia (cortesía de YouTube) resulta bastante ilustrativa de cara al conflicto venezolano. ¿Es un error o un acierto participar en las elecciones parlamentarias fijadas para el próximo 6 de diciembre?, ¿es posible salir de un régimen autocrático a través de la negociación y de manera no violenta? El reportaje se titula La transformación polaca. El director es Stanislaw Szacman. Movida por la curiosidad, salté a otra película: Walesa, la esperanza de un pueblo, dirigida por el laureado Andrzej Wajda. Ambas son extraordinarias. Retratan paso a paso cómo se gestó el movimiento que condujo a Polonia a la libertad. Lo primero que hay que decir es que se trató de una larga lucha. Fue un proceso lento que, al final, desembocó en negociaciones con el régimen. En la película de Wajda, una periodista italiana (interpreta el rol de Oriana Fallaci, ya fallecida cuando se rodó este filme) le pregunta a Lech Walesa cuándo descubrió que tenía madera de líder. El obrero electricista responde que recuerda dos fechas cruciales: Diciembre de 1970, cuando se inicia una protesta en el Astillero de Gdansk. Esa protesta dejó un saldo de alrededor de 300 muertos. Y la otra fecha que menciona es la de agosto de 1980. Las movilizaciones alcanzaron tal magnitud ese año que el aparato comunista se vio obligado a dialogar y se firmó lo que se conoció como el Acuerdo de Gdansk.

Gran logro: Se reconoce a Solidaridad. La aceptación de un sindicato que operara fuera de la esfera del partido, el Big Brother que todo lo vigila, marca un paso histórico. Pero al abrir esta compuerta, el poder establecido comienza a correr más peligro del que ya corría. Polonia tiende a convertirse en un territorio sublevado. El general Wojciech Jaruzelski, seguramente coaccionado por Moscú, mete el freno de mano. En diciembre de 1981 decreta la ley marcial. Tanquetas en las calles. Se ilegaliza Solidaridad. Activistas presos. La oposición pasa a la clandestinidad. Pese a que la disidencia caía nuevamente en la mirilla de los órganos de inteligencia, hacía propaganda y convocaba a actos de calle que eran sofocados a punta de represión. Aquí cabe un paréntesis: La resistencia ejercida por Solidaridad tenía antecedentes en las revueltas obreras que ocurrieron en 1945 y en 1956. Esas movilizaciones no lograron un cambio de modelo, pero son el ancestro del fenómeno que tuvo lugar después. De vuelta: Jaruzelski mete el freno de mano y el descontento no se aplaca. La oposición seguía unida y activa. Además, la comunidad internacional ejercía presiones contra el régimen. La instauración de la ley marcial provocó que el gobierno de Ronald Reagan impusiera un embargo comercial a Polonia en diciembre de 1981. En enero de 1982, Reagan amenaza con más sanciones al régimen comunista. Y dice que el Papa Juan Pablo II le envió una comunicación en la que señala que está de acuerdo con las medidas.

“La sola abstención, desde luego, tampoco es una alternativa para hacerle resistencia al régimen. De allí el llamado de Guaidó para unir fuerzas”

En octubre de ese año, Estados Unidos excluye a Polonia de la cláusula de la nación más favorecida. Esto significa que los productos polacos que se exportan a Estados Unidos ya no gozarían del trato preferencial en materia de aranceles y se harían más costosos para los consumidores de ese mercado y, por tanto, menos competitivos.

Nuevamente, el poder establecido se halla en peligro. En 1983, suprime la ley marcial. Solidaridad, sin embargo, todavía sigue siendo una organización ilegal. La deslegitimación del régimen (lo cuenta Stanislaw Szacman en el documental, en el que se incluyen entrevistas a los distintos actores que participaron en la transición polaca) lo condujo a tomar decisiones de carácter institucional. Se crean entonces tres pilares que van a resultar clave como válvula de descompresión para atender las demandas de la sociedad polaca: El Tribunal Constitucional, los Tribunales Administrativos y la figura del Ombudsman (Defensor del Pueblo). Pero no se trata de un cambio cosmético. Lo que se aplicó fue una inyección intramuscular de Estado de Derecho. Eso se aprecia al ver el documental, en el cual Ewa Letowska, escogida como la defensora del pueblo, habla con tal sinceridad y responsabilidad de la naturaleza de su cargo que luce convincente en su papel. Para ella, comunistas y no comunistas son iguales ante la ley. Así iban las cosas por 1987. Ese mismo año, Estados Unidos, en virtud de que Jaruzelski había liberado a lospresos políticos en 1986 y había emitido señales de relativa apertura, levantó las sanciones. Juan Pablo II estaba de acuerdo con que se revocara el bloqueo.

II

El régimen polaco se hallaba entre dos aguas. Por un lado, la presión de la sociedad para que se produjera una apertura democrática y se aplicaran reformas económicas. Por otro lado, las tropas rusas, que se hallaban en la frontera. Polonia había pasado a ser un país satélite de la URSS tras la Segunda Guerra Mundial. Pero el movimiento de resistencia siempre estaba allí. Algunas veces más activo que otras. Con sus picos. Con sus éxitos y sus fracasos. Con sus muertos. Con la depresión que aqueja a la masa cuando no logra sus objetivos y encima debe colocar flores en las tumbas de los caídos. Hasta que llegó el momento de negociar. Se crea entonces la Mesa Redonda en febrero de 1989, una oportunidad de oro para discutir los cambios por los que los polacos clamaban. Formaban parte de ella los intelectuales, los dirigentes sindicales (Walesa a la cabeza), distintas corrientes políticas y representantes del régimen comunista.

La Mesa Redonda daría frutos pronto. En abril de 1989 se firmó un acuerdo que contempla, entre otros aspectos, la legalización de Solidaridad y la celebración de unas elecciones parlamentarias con limitantes para la oposición. Esta solo podía participar para obtener un máximo de 35% de los escaños de la Cámara Baja y 100% del Senado. Lo curioso es que el movimiento opositor se sentó a negociar bajo la expectativa de que tan solo lograría la resurrección legal de Solidaridad, según se desprende del documental de Stanislaw Szacman, y terminó con más de lo que aspiraba: La posibilidad de ocupar una fracción de curules del Parlamento. La dinámica del cambio estaba en marcha. Muchos se quejaron del tope de 35%. Lo interpretaban como una claudicación. El resultado fue que en las elecciones del 4 de junio de 1989 todos los candidatos de Solidaridad para la Cámara Baja ganaron (161) y para el Senado el triunfo fue aplastante: La oposición se alzó con 99 de los 100 escaños. Concurrieron a las urnas cerca de 20 millones de votantes. Este cambio de fuerzas en el Parlamento derivó  en un cogobierno. Jaruzelski fue designado presidente de Polonia y Tadeusz Mazowiecki, de Solidaridad, fue nombrado Jefe de Gobierno.

“Resulta fascinante constatar cómo Walesa pasó de ser un simple electricista que agitaba a los obreros en Gdansk en los años ’70, a una figura que desafió al viejo régimen hasta desalojarlo del poder por la vía electoral en 1990”

La transición era un hecho. El viejo régimen se reservó para sí las dos carteras más importantes desde el punto de vista del manejo de la fuerza: Los ministerios del Interior y de Defensa. Es algo parecido a lo que ocurrió en Chile. Augusto Pinochet perdió el referendo de 1988, el opositor Patricio Aylwin ganó la carrera por la presidencia en 1989, pero Pinochet, como parte del acuerdo, ocupó la comandancia del Ejército. El propio Aylwin contó en una entrevista cómo Pinochet se le presentó y le dijo que en adelante él (Aylwin) pasaba a ser el comandante de las fuerzas armadas y que le debía obediencia. Y luego Chile siguió por la senda democrática. El esquema en Polonia fue similar al de Chile en cuanto a la preservación del aparato militar en manos del viejo régimen. Sin embargo, el cambio estaba cantado. En 1990, Lech Walesa ganó las presidenciales. Su mandato duró hasta 1995. Walesa perdió en la contienda de 1995 cuando se midió con un ex comunista Aleksander Kwasniewski.

El dato del triunfo de Kwasniewski merece una reflexión: En un pasaje del documental, Janusz Reykowski, un psicólogo que representó al ala comunista en la Mesa Redonda, comenta que la diferencia entre irse del poder a través de la violencia o irse de manera concertada es que los del viejo régimen pueden aspirar a participar en el nuevo régimen si dejan el poder de manera pacífica. Kwasniewski, desde luego, no pertenecía a la vieja guardia. Y bajo su mandato se produjo el ingreso de Polonia a la OTAN, a la Unión Europea y se llevaron a cabo reformas promercado. Pero no deja de ser llamativo que un ex comunista (convertido a la socialdemocracia) se alzara con el triunfo nada más y nada menos que teniendo como contendor a un titán como Walesa. Esa es una lección que los dirigentes del PSUV deberían tomar en cuenta. Que una salida civilizada les conviene mucho más que una salida por la fuerza. ¿Y en qué fallaron los líderes de Solidaridad? La respuesta la da Walesa en una entrevista que le hizo el canal de la televisión alemana DW: “¿Para qué la victoria si no supimos qué hacer con ella?”.  

Lo que sí resulta fascinante es constatar cómo Walesa pasó de ser un simple electricista que agitaba a los obreros en Gdansk en los años ‘70 a una figura que desafió al viejo régimen hasta desalojarlo del poder por la vía electoral en 1990. Son dos décadas. Fue, como dije antes, una larga lucha. Andrzej  Wajda retrata muy bien esta evolución en su cinta. Walesa, efectivamente, se descubre a sí mismo como líder cuando Polonia se halla en plena efervescencia por las manifestaciones. Y con ese capital acumulado, que viene de la presión de la calle, de los paros, de las huelgas, de la cárcel, de la resistencia organizada, es que se sienta a la Mesa Redonda a negociar. Hay que tomar en consideración otros factores que también influyeron en la transición de Polonia hacia la democracia. Uno: Los cambios que se gestaban en la URSS, que se disolvió en 1991. Jaruzelski mantenía una excelente relación con Mijaíl Gorbachov, el hombre de la Perestroika. Y otro, de no menos peso: La figura del Papa Juan Pablo II, cuya visita a Polonia en 1979 aglutinó a una multitud en las calles y constituyó, tal como se refleja en el documental de Stanislaw Szacman, una medición de fuerzas.

III

Visto el caso polaco, lo lógico sería preguntarnos si valdría la pena o no participar en las elecciones parlamentarias previstas para el 6 de diciembre, y si es posible que se genere un cambio hacia la democracia en Venezuela sin que medie la fuerza. Los ejemplos históricos demuestran que es factible librarse de regímenes autoritarios a punta de votos. Jaruzelskipasó de la ley marcial a los comicios libres. Polos opuestos. Nunca se debe desahuciar el camino electoral para zanjar las disputas políticas. Esto se ha estudiado en detalle. Hace poco, el politólogo John Magdaleno citaba una investigación realizada por Erica Chenoweth (Universidad de Harvard) en la que se compendia el total de manifestaciones no violentas y violentas ocurridas en el mundo en el ciclo que va desde 1900 hasta 2019. Las primeras suman 325 casos. Las segundas, 303. Es claro que los países no son una mera estadística y que cada uno tiene sus particularidades. Un territorio con una población es una huella digital. Sin embargo, la tendencia general es que cada vez más las sociedades se decantan por la resistencia civil no violenta que por la violenta.

¿Y qué entiende Chenoweth por resistencia no violenta? La definición que da es esta: “La resistencia no violenta es un método de lucha en el que las personas desarmadas se enfrentan a un adversario mediante el uso de acciones colectivas -incluyendo protestas, manifestaciones, huelgas y no cooperación- para construir el poder y alcanzar objetivos políticos. A veces llamada resistencia civil, poder popular, lucha desarmada o acción no violenta, la resistencia no violenta se ha convertido en un pilar de la acción política en todo el mundo. La lucha armada solía ser la principal forma en que los movimientos luchaban por el cambio desde fuera del sistema político. Hoy en día, las campañas en las que la gente depende abrumadoramente de la resistencia no violenta han reemplazado a la lucha armada como el enfoque más común para la acción contenciosa en todo el mundo”.

La resistencia civil podría erigirse en un factor determinante para que el gobierno de Nicolás Maduro accediera a conceder condiciones electorales más equitativas. Eso es lo que persigue Juan Guaidó cuando llama a no avalar la “farsa” del 6 de diciembre. El adjetivo tiene sustento: Los partidos políticos han sido prácticamente expropiados (Acción Democrática, Voluntad Popular, Primero Justicia), es decir, el régimen escoge quiénes serán sus contendores. Es lo que ha dado en llamarse oposición a la medida. Además, el árbitro no goza de legitimidad alguna. Empezó muy mal: Aumentó el número de curules a 277 sin que mediara una reforma de la Ley Orgánica Electoral, que el PSUV no podría conseguir porque no cuenta con la mayoría calificada de la Asamblea Nacional. Eso para no hablar de la pulcritud del Registro Electoral: En agosto de 2017, la empresa Smartmatic advirtió que sobraban un millón de votos en el conteo que hizo sobre el proceso para designar a los miembros de la Asamblea Nacional Constituyente. Votos fabricados in vitro en los laboratorios del poder.

IV

Aun así, supongamos que los votantes deciden pasar por encima del liderazgo que llama a la abstención y acude a votar el 6 de diciembre bajo la acertada premisa de que la votación constituye una vía estratégica para la movilización. ¿Qué puede pasar ese día cuando se anuncien los resultados? Aquí es donde quiero llegar. El rebaño puede lanzarse a la calle en modalidad cívica a demandar verdaderas elecciones y no un sainete. Eso sería ideal. Eso no se debe descartar. La pregunta de rigor es: ¿Saldrá Henri Falcón a ponerse a la cabeza de la masa como sí lo hizo Lech Walesa en Polonia cuando respaldó huelgas generales, arriesgó su vida y la de su familia y perdió su empleo?, ¿está dispuesto Henri Falcón  a no cooperar en la acepción que incluye Chenoweth en su definición de resistencia? Para responder a estas incógnitas, tendríamos que despejar esta: ¿Quién es Henri Falcón? Y hablo del ex gobernador de Lara porque es la cabeza más visible de la constelación de actores políticos que pugnan por la participación. Hasta ahora, Falcón ha procedido con una prudencia sospechosa. Henri Falcón no es Lech Walesa.

“¿Para qué reunir a la masa si luego no se le guía? La única respuesta posible es: Para legitimar al poder. Walesa, un hombre directo, solía decir: ‘Un rebaño sin líder no tiene futuro’”

Pero Henri Falcón promueve la participación. En el fondo nos incita a lo que tanto ha criticado. Su mensaje subliminal es que, si participamos, luego contaremos con una excusa para movilizarnos y sacudir los cimientos del régimen. Es decir, se trata de un 350 por la vía electoral. Hay que aclarar que Falcón no avala las protestas violentas. Eso está bien. Lo que a uno le cuesta imaginar es al ex gobernador poniéndose a la cabeza de movimientos masivos con el genuino objetivo de presionar al régimen para provocar su quiebre. Esto es precisamente lo que estaría llamado a hacer. Y esa resistencia civil, tal como señala Chenoweth, incluye la huelga. Incluye actividades que están fuera de la zona de confort del dirigente de Avanzada Progresista. ¿Para qué reunir a la masa si luego no se le guía? La única respuesta posible es: Para legitimar al poder. Walesa, un hombre directo, solía decir: “Un rebaño sin líder no tiene futuro”. No se trata de salir a quemar carros. No se trata de la toma de la Bastilla. Sí se trata de poner en jaque al régimen a través de acciones no violentas que desencadenen la ruptura del ecosistema.

En una entrevista que le hiciera Eduardo Rodríguez para Venevisión (YouTube, colgada el 24/03/2014), Falcón le dice al periodista: “No compartimos los cierres de vías, las guarimbas. Las condenamos como condenamos igualmente la acción desmedida de la Guardia Nacional, de los grupos armados supuestamente afectos al Ejecutivo o al Gobierno Nacional y su partido. Son dos extremos que le hacen mucho daño al país”. Falcón, que pasó 14 años en el Ejército, sabe muy bien, porque es además un asunto de sentido común, que una multitud en las calles implicaría de hecho un embotellamiento. Es imposible que se celebre una movilización de alto calibre como la que se requiere para quebrarle el espinazo al régimen manteniendo el pavimento despejado. Calle es calle. Y si Falcón propone ir a las urnas porque ello implica la posibilidad de movilización del pueblo, lo que está sugiriendo es que terminemos apostados en el asfalto exigiendo que se reconozca el triunfo (si se lograra) o demandando que se otorguen garantías electorales. Es en este contrasentido donde se le notan las costuras a Falcón.

El ex gobernador ahora propone lo que antes ha criticado con el artero objetivo de lanzarnos un señuelo. La ambigüedad es una constante en Falcón. Y su ambigüedad termina casi siempre beneficiando al régimen. En 2017, cuando criticó a Primero Justicia y a Voluntad Popular porque cuestionaron su participación en la elección para gobernadores, insinuó que ambas organizaciones eran responsables de los más de 100 muertos que hubo durante las protestas de ese año. Los responsables, según Falcón, serían los dirigentes políticos que llamaron a la calle y no los órganos de represión del Estado y los grupos paramilitares, que fueron quienes abrieron fuego contra los manifestantes. Cuesta imaginar a Walesa diciendo algo similar de los cientos de muertos que hubo en Polonia durante las movilizaciones contra el régimen de Jaruzelski.

Falcón da sus estocadas. Generalmente en provecho del Gobierno. Por ejemplo, en 2015, cuando Barack Obama declaró mediante una orden ejecutiva que Venezuela era una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos e impuso sanciones a siete funcionarios (por violaciones a los derechos humanos en el marco de las protestas del 2014), le escribió una carta en la que le solicitó, inspirado en el principio de autodeterminación de los pueblos, que derogara la medida. La epístola, en sí misma, no resultaría tan controversial si no fuera porque, hasta donde se sabe, Falcón no ha apelado a su fluida pluma para escribirle una carta de equivalente tenor a la cúpula cubana (o al mismo Fidel Castro, cuando vivía) para exigirle que deje de entrometerse en los asuntos internos de Venezuela. Puede que haya escrito la misiva y no lo sepamos. De ser así, ofrezco disculpas. Falcón ha llegado a cuestionar la injerencia de Cuba, aunque de una manera tan tenue que ni se nota. Ese es el punto con Falcón. Es tan “ni-ni” que uno pone en tela de juicio la sinceridad de su discurso. Por ello despierta tantas dudas cuando llama a participar. La sola abstención, desde luego, tampoco es una alternativa para hacerle resistencia al régimen. De allí el llamado de Guaidó para unir fuerzas. La película continúa.

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