En la aldea
19 abril 2024

La espada de Damocles del indictment y la búsqueda de la legitimidad perdida

Unas elecciones amañadas podrían convertirse en una camisa de fuerza para el régimen, porque no resolverán el problema que le quita el sueño: Las acusaciones penales que cursan en Estados Unidos contra la plana mayor del chavismo por presuntos delitos de narcoterrorismo y corrupción. Los comicios arreglados no zanjan esta querella, que es lo más importante de todo cuanto está en juego. El futuro de la élite gobernante quedaría hipotecado si no abre las compuertas para que fluya el voto libre. El indictment es la mejor barajita con la que cuenta Washington.

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Gloria M. Bastidas | 15 septiembre 2020

¿Por qué nos hallamos en este callejón sin salida? Porque el Gobierno ha sido hábil en dividir y porque la oposición ha sucumbido al punto de desdibujarse hasta cobrar la forma de archipiélago. Hemos de reconocer que la élite chavista -con Cuba soplándole al oído- ha sabido manejar los hilos para que desemboquemos en esta tragedia. Pero, si fuésemos al fondo del asunto, hay una pregunta que resulta crucial para entender este complicado juego de ajedrez que discurre ante nosotros. Partamos de la premisa de que el régimen ha abierto una rendija que, hasta ahora (las cosas pueden cambiar de rumbo en el futuro próximo), lo que implicaría sería que cierta oposición podría quedarse con una fracción del poder. Una fracción, no el poder en su entera dimensión. En su vasta dimensión. Bien. La pregunta que tendríamos que hacernos es: ¿Y ese baño de legitimidad supondría que Nicolás Maduro, Tareck El Aissami, Diosdado Cabello, Maikel Moreno, Vladimir Padrino López y otros altos jerarcas del chavismo se librarían de la espada de Damocles que pende sobre ellos?

Me refiero a los cargos que anunció en marzo pasado el fiscal general de Estados Unidos, William Barr, contra la plana mayor del chavismo por supuestos delitos que van desde el narcoterrorismo hasta la corrupción. Este es un elemento capital. Tener de contrincante a la primera potencia del mundo en un tema tan sensible, es cargar un elefante sobre la espalda. Más allá de la retórica chavista, que arrastra rating en el conglomerado mundial que detesta a Estados Unidos de manera visceral, subyace un asunto de carácter penal que debe generar gran inquietud en quienes han sido incluidos en la lista negra. No hay que ser Henry Kissinger para olfatear que la clase gobernante debe haber meditado y tiene que estar meditando sobre este delicado asunto. Un seguro de vida genera tranquilidad y sosiego. El futuro siempre infunde miedo a cualquier mortal. Una enfermedad. Un accidente. Una emboscada del destino. Una derrota amorosa. Un confinamiento. Y más temor suscita si quienes piensan en él saben que han sido señalados por el dedo del imperio. El horizonte se hace entonces frágil e incierto.

Viéndose ante semejante abismo, el régimen podría actuar de dos maneras. Si nos dejáramos llevar por la longevidad que ha alcanzado el chavismo en el poder y por los mecanismos a los que ha apelado para preservar su hegemonía, diríamos que la primera hipótesis que salta a la vista es la de que trataría por todos los medios de mantenerse atornillado en Miraflores. Y en Fuerte Tiuna, porque al final del día hablamos de un gobierno militar. ¿Qué significa esto? Que el Gobierno estaría dispuesto a hacer concesiones que no supongan un riesgo para su estatus; es decir, para el control que ejerce sobre el país y sobre el tinglado institucional o pseudo institucional. Pero, en este escenario, la espada de Damocles seguiría allí. El puñal del indictment es lo que hace que esta estrategia resulte tan chucuta, no solo para los votantes en general (este es un tema aparte), sino para el propio chavismo. Nos estamos poniendo en los zapatos de quienes están en la mirilla del Departamento de Justicia. Veamos las cosas desde allí.

El peso que ejerce el indictment no se debe subestimar. Es la mejor barajita con la que cuenta Washington. Antes, Estados Unidos recurría a los marines. Hoy día, así como las dictaduras han mutado y abren rendijas para simular que son democracias, el antipático imperio juega de una forma menos burda. Mueve las piezas del ajedrez a lo Kaspárov: Lleva a sus contrincantes al terreno penal. Usa la inteligencia en el sentido literal del término. La DEA es pieza clave para esta estrategia. Es tan poderosa como un misil. En este escenario, en el que la querella con el Departamento de Justicia queda en suspenso, el chavismo puede ganar a corto plazo porque permanece anquilosado en el poder, pero tal jugada puede significar que su futuro quede hipotecado. Y eso es lo medular. Siempre da temor no contar con una póliza de seguro cuando el porvenir suena tan enigmático y depende de tantos y a veces volátiles factores: La geopolítica, la gobernabilidad, la cohesión interna del PSUV, y hasta de la buena suerte.

“Una alianza entre Washington y la Unión Europea quizá podría lograr lo que hoy suena como un imposible: La celebración de elecciones limpias en Venezuela”

La otra hipótesis que podríamos considerar es que, dado que al Gobierno no le vendría mal sacarse de encima la espada de Damocles que pende sobre él para así garantizarse un salvoconducto que ampare a las figuras más prominentes del staff revolucionario, el juego se abra en unas proporciones que resultarían más propias de la ciencia ficción que de la ciencia política. En este momento, por la miopía que suele caracterizar a quienes son testigos de eventos históricos y piensan solo en la coyuntura, apenas vemos lo que está en la tienda. Pero hay que hacer un ejercicio de imaginación para tratar de husmear en la trastienda. No por menos probable que la primera deberíamos descartar esta segunda hipótesis. El que prevalezca una u otra dependerá de dos factores. Uno: Que la plana mayor del chavismo opte por no hipotecar su futuro. Dos: Que sea viable que la justicia norteamericana le eche tierrita a los indictments a cambio de que el chavismo acceda a celebrar elecciones libres. Estados Unidos ha dicho reiteradamente que está dispuesto a levantar las sanciones. Lo que no queda claro es si ello incluye las acusaciones penales por cargos de narcoterrorismo. Aquí entra otro elemento: La autonomía del poder judicial estadounidense.

De cualquier forma, la posición de Washington será vital para la evolución que pueda tener la crisis que sacude a Venezuela. Y es cierto que Donald Trump ha desempeñado un papel más beligerante que su predecesor Barack Obama en lo que concierne al régimen chavista. Trump es un provocador. Pero no debemos confundir la retórica con la acción. Tengamos en cuenta (la memoria es corta) que fue Obama quien en marzo de 2015 dictó una orden ejecutiva que declaraba a Venezuela como una amenaza para la seguridad de Estados Unidos y que fue precisamente bajo el mandato de Obama cuando se impusieron sanciones contra Gustavo González López y Antonio Benavides Torres, director del Sebin y director de operaciones de la GNB, respectivamente, cuando el régimen reprimió las protestas de 2014. Todavía más: En enero de 2015, el Buró Federal de Investigaciones incluyó en la lista de terroristas más buscados a Ghazi Nasr Al-Din, un libanés que, según el Departamento del Tesoro, tendría también nacionalidad venezolana, habría sido diplomático del gobierno chavista y sería una figura clave para la recolección de fondos para el grupo terrorista Hezbolá.

El hecho de que durante el mandato de Obama se hubiesen tomado esas dos decisiones tan importantes y que, además, el gobierno de Trump haya intensificado las sanciones y apretado mucho más la tuerca sugiere que el tema de Venezuela pareciera ser un asunto de Estado para Washington, en el que tanto demócratas como republicanos encuentran un común denominador. Desde luego que hay matices. Pero el repertorio de medidas que se han ido colocando sobre la mesa (conectemos la inclusión de Ghazi Nasr Al-Din en la lista negra del FBI, enero de 2015, con la posterior proclama de Obama de la seguridad nacional, marzo de 2015) lo que hacen es demostrar que Estados Unidos ha ido acumulando una serie de expedientes hasta desembocar en el clímax que ha constituido la política de Trump, que no sólo ha puesto precio a la cabeza de la plana mayor del chavismo, sino que además le ha cortado todo tipo de financiamiento al régimen.

Y si queremos ir más atrás para entender mejor las cosas, veremos que en septiembre de 2008, bajo el mandato de George W. Bush, la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC) incluyó en su lista negra nada más y nada menos que a Hugo Carvajal por su presunto apoyo a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), a las que etiquetó como una organización narcoterrorista. Para entonces, Carvajal se desempeñaba como director de la Dirección General de Inteligencia Militar (DGIM). Luego, como se sabe, le pusieron precio a su cabeza: 10 millones de dólares. El dedo acusador de Washington no señalaba a cualquier hijo de vecino. Carvajal era, y es, un pez gordo. Ahora, cuando se conoce más su historia y cuando observamos cómo ha logrado evadir con gran soltura a la justicia (su paradero es incierto), podemos calibrar mucho mejor el significado que tenía la decisión de la OFAC en lo que hoy luce como un remoto 2008.

¿Cambiaría en algo el juego si Joe Biden ganara las elecciones presidenciales previstas para noviembre próximo? Es de esperar un viraje. Más de forma que de fondo. Los talantes de Biden y Trump son diferentes. Trump pisa el ring a cada rato. Vocifera. Agrede. Actúa. O sobreactúa. Ya se sabe: Es un hombre de la televisión. Biden pertenece a la estirpe de los moderados. Puede que, bajo su égida, las relaciones con la Unión Europea marchen mejor. Y eso sería positivo. Implicaría una mayor capacidad de negociación para que la crisis venezolana se salde de un modo, si cabe la expresión, más civilizada. Esto no significaría que Estados Unidos vaya a bajar la guardia. De nuevo: El indictment es la mejor barajita con la que cuenta Washington para presionar al régimen venezolano. Y las sanciones económicas también pegan duro al chavismo. Esto lo que implicaría es que el match tendría otro tono. Sería una mezcla de alta diplomacia con coacción. Recordemos lo que declaró hace poco Josep Borrell, el canciller de la UE, al diario El País. Dijo que no reconocen a Maduro, como tampoco reconocen a Lukashenko, pero aceptó que hay que tratarlo. Una alianza entre Washington y la Unión Europea quizá podría lograr lo que hoy suena como un imposible: La celebración de elecciones limpias en Venezuela. ¿Y qué pasaría si ganara Trump?, ¿no habría salida para la crisis venezolana? Más allá de que fuese Trump o de que fuese Biden quien coronara la victoria en noviembre próximo, la espada de Damocles que pende sobre la plana mayor del PSUV seguirá allí, y el chavismo sabe que tarde o temprano tendría que negociar. Esto va más allá del político que se quede con la Casa Blanca. Es un tema supra partido. Se trata de una cuestión estratégica para Estados Unidos porque involucra áreas muy delicadas como el narcotráfico y el terrorismo. ¿Qué decidirá la cúpula chavista ante tan complejo cuadro? La jugada que haría Kaspárov sería asegurarse el futuro.

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