En la aldea
09 septiembre 2024

En Tumeremo

Los “no desaparecidos” de Francisco Rangel Gómez

Por aquellos días de marzo de 2016 en Tumeremo, estado Bolívar, un grupo de mineros habían sido asesinados y desaparecidos sus cuerpos, y un gobernante local sostenía que tal hecho no ocurrió. La pesquisa fue intensa, muchos kilómetros separaban el lugar de la ejecución del lugar donde habían escondido los cadáveres. El 14 de marzo comenzaron los trabajos de remoción de tierra, ahí estaban los 17. Quien negó toda esta barbarie hoy vive cómodamente en México. Francisco Rangel Gómez sí hubo una masacre, la única conspiración era la tuya impidiendo la investigación.

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Zair Mundaray | 17 noviembre 2020

En una sala contigua al Aeropuerto de Puerto Ordaz nos esperaba, veníamos de un agitado vuelo en esos destartalados pero fieles aviones de la Guardia Nacional, y hacíamos escala para que un helicóptero nos llevara hasta Tumeremo, ese pueblo sumido en la miseria construido sobre pepitas de oro. Paradojas de la minería pues. Nunca antes lo había visto, pero esa primera impresión me generó mucha inquietud acerca de lo que enfrentaría en los días por venir.

“¡Ahí no ha pasado nada!” -decía enfático y con tono autoritario el Gobernador-, “acá lo que hay es una maniobra política de la oposición liderada por el tal Américo De Grazia. Tengo reportes que no hay tales desaparecidos, trancaron la vía para sabotear mi gestión e impedir el desarrollo minero que venimos haciendo en revolución”. Frente a una sentencia de esa naturaleza, por parte de un sujeto con aires de capitán general de una provincia de ultramar ‘el Estado soy yo’, opté por respirar profundo y me invadió la certeza de que el asunto no sería fácil. Tenemos a las instituciones en contra, quieren echarle tierra a esta vaina. Literalmente, tierra ya le habían echado para ese momento.

Por aquellos días de marzo de 2016 aún estaba en plena ebullición la desaparición de los maestros de Ayotzinapa en México, no se puede negar que había algunas similitudes entre ese caso y el que recién empezábamos a investigar. En Tumeremo un grupo de mineros habían sido asesinados y desaparecidos sus cuerpos, habían pocas informaciones, muchos rumores, nula voluntad de investigar, y un gobernante local que sostenía que tal hecho no ocurrió, acaso algún temor. Un gran reto nos esperaba sin lugar a dudas.

“El oro lo es todo en esa zona, la gente vive y muere por él, es lógico no hay otras fuentes de trabajo ni esperanzas de un proyecto de vida que no se vincule con la minería”

La llegada al fuerte militar de Tumeremo fue una aparatosa maniobra, todo volaba sin control por el poder de las aspas del helicóptero. Allí nos esperaban fuerzas militares, quienes erróneamente aspiraban nuestra sumisión a la versión oficial. Quien hacía las veces de “defensor del pueblo”, conocido por su debilidad por los medios de comunicación y por su alianza incondicional con los represores, se dispuso a dar una rueda de prensa junto a las autoridades castrenses de la zona. Sobre qué podría declarar me pregunté, nada se sabía. Por qué además junto a los militares, no sabíamos si pudieran tener relación con el hecho. Mejor huir y empezar a trabajar.

Tumeremo y su gente

Nunca vi, en tantos años de investigación de homicidios, tamaña desconfianza de la gente hacia las instituciones como en Tumeremo. No era para menos basta ver el estado de las calles, la infraestructura pública y el absoluto abandono del pueblo para comprender que nadie espera nada del Estado. Las Fuerzas Armadas levantan polvaredas a su paso, patrullaje constante con exhibición de armas de guerra incluida, sin embargo la sensación de inseguridad está latente, nadie habla, nadie quiere ser visto interactuando con nosotros, todos desconfían.

El oro lo es todo en esa zona, la gente vive y muere por él, es lógico no hay otras fuentes de trabajo ni esperanzas de un proyecto de vida que no se vincule con la minería. Desde el poder se propicia que esto sea así, la violencia reina y las economías oscuras se desarrollan a la vista de todos. -“Usted trae al Papa y lo coloca de alcalde o jefe militar en la zona y en poco tiempo se corrompe”-, me dijo sin rubor alguno un alto funcionario en el lugar.

Sin embargo, con mucha cautela y en pocos días, nos fuimos ganando la confianza de algunas personas, los familiares de las víctimas tenían como condición que los investigadores del caso no fueran de la zona, obviamente no aportarían información a ninguna autoridad del lugar. Vale destacar que el equipo de fiscales avanzaba con las horas y logró construir una estrecha relación con testigos y dolientes, ya en pocos días teníamos un cuadro bastante claro de lo que había ocurrido. Pero, ¿y los cuerpos dónde estaban?

Mientras intentábamos avanzar con la reconstrucción histórica de los hechos, había que lidiar con el cierre de la vía principal. Un grupo, entre los que estaba el fiscal superior, intentaba mediar con la población enardecida. El mal manejo de la situación por parte de Francisco Rangel Gómez y su negación de la desaparición de los mineros había exaltado los ánimos de la gente. Y tenían toda la razón. Por lo pronto habíamos logrado una tregua, y que al menos los vehículos de nuestra comisión se les permitiera movilizarse.

La investigación

Los detalles de la investigación de este caso son extensos, como para escribir un libro o al menos varios artículos, especialmente por el contenido científico y la aplicación de tantos saberes a favor de la determinación de la verdad. La información nos indicaba que no había sobrevivido ninguno de los desaparecidos, ya habíamos dado con el lugar de la ejecución: Un camino descampado en dirección a la mina Atenas, a las afueras del pueblo de Tumeremo.

La evidencia era inequívoca, rastros de disparos de armas largas, evidencia biológica (tejido, huesos, sangre, cabello), huellas de vehículos, uno grande, un camión de doble ruedas traseras al menos, ¿un volteo?, ya nos habían mencionado esa posibilidad y lo teníamos en un video transitando luego de los hechos por el medio del pueblo, con un encerado que cubría totalmente la carga en la batea. ¿Qué llevaba?, ¿hacia dónde se dirigía?

Mientras tanto, algunos militares nos trataban de desviar con supuestas “informaciones” todas ellas contradictorias con lo que veníamos consiguiendo, también hacían seguimiento de nuestros movimientos. Para avanzar solicitamos que se trasladara a la zona a uno de los pesquisas de homicidios del Cicpc (Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas) de los mejores de la época, ya habíamos trabajado muchos casos y todos resueltos con eficiencia. Llegó a auxiliarnos junto a su equipo de unas ocho personas más o menos. Varias minas y kilómetros de recorrimos en medio de la selva buscando información, éramos pocos, estábamos corriendo mucho riesgo, sólo su equipo estaba armado, el nuestro armado solo de convicción y ciencia. No olvidemos que nos desplazábamos por tierras en las que el Estado no tiene presencia, y cuando la tiene es sólo para ser copartícipe de toda la criminalidad que se teje alrededor de la minería ilegal. Hasta una botella de agua mineral que llega a la zona minera pasa antes por varias “alcabalas” militares y policiales, donde cobran la respectiva vacuna para que siga su camino. Cuando el minero viene con el producto de su trabajo hacia el pueblo de vuelta también se topa con las mismas alcabalas, ya saben lo que pasa para que pueda continuar.

El equipo de forenses ya tenía un trecho andado, fotografías de los desaparecidos, registros dentales, descripciones antropológicas, fotos de tatuajes, todo lo que ayudara a la identificación. Como si fuera poco, ya habían tomado muestras de sangre de los padres de casi todos los desaparecidos, y se habían remitido al laboratorio genético para sacar los perfiles de ADN.

A estas alturas, el Gobernador aún insistía en su teoría de conspiración contra su magnífica gestión, de acuerdo con él no había tales desaparecidos pero ni de casualidad le daba la cara a los familiares.

“Zair, no sigas buscando a esos muertos” -me dijo el Ministro de Interior del momento-, “ya los localizamos por las minas del kilómetro 88, están vivos, les tenemos intervenidos los teléfonos y están hablando con sus familiares, esos mismos que siguen diciendo que están desaparecidos, ustedes están perdiendo el tiempo”. Ya podíamos ver que nos tenían los teléfonos intervenidos, sabían que hablábamos con los familiares de los desaparecidos. Funcionarios del Ministerio de Interior estaban en la zona para asegurarse que no los consiguiéramos, esto lo ratificaba.

Los testigos y la evidencia indicaban que los ejecutores de la matanza eran los miembros de la banda de “El Topo”, un sujeto que imponía su ley desde Tumeremo hasta el kilómetro 88. Todas las autoridades de la zona conocían de sus andanzas pero nadie le hacía frente, una extraña permisividad revestía toda su actuación, era prácticamente la autoridad minera. Se desplazaba con armas largas sin ser perseguido, y no tenía ningún arresto en su historial. Mientras tanto, el Gobernador seguía diciendo que la oposición había generado ese show para afectarlo. ¿Cuál era su interés en negar lo que ya era evidente?

El hallazgo

La pesquisa fue intensa, muchos kilómetros separaban el lugar de la ejecución del lugar donde habían escondido los cadáveres, una zona indígena que conduce a una mina llamada Hoja de Lata. El 14 de marzo en la mañana empezó la tarea de remover cientos de metros cúbicos de tierra en una vereda en medio de la selva en dirección a la mencionada mina. Pala a pala con un tractor se fue quitando la tierra hasta que empezamos a sentir esa presencia que sólo quien ha rastreado restos humanos sabe de qué se trata. Ahí estaban los diecisiete, uno a uno los fuimos recuperando mediante un intenso trabajo en medio del calor y la humedad de la zona.

Vía aérea fueron trasladados a una instalación militar, donde algunos de los mejores científicos forenses del país habían acondicionado una morgue de emergencia. La identificación nos llevó 24 horas seguidas de trabajo, la labor de sistematización de la información previa contribuyó a saber qué buscaría cada experto para determinar sin lugar a dudas la identidad de cada uno.

Muchos en el pueblo aún tenían esperanzas de que alguno de los desaparecidos estuviera vivo, la noticia del hallazgo causó un revuelo indescriptible entre la población. Los autores fueron identificados, algunos detenidos, otros convenientemente murieron a manos de comisiones del Sebin (Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional), sin que pudiéramos interrogarlos. El Gobernador ahora declaraba que las investigaciones llegarían hasta las últimas consecuencias, notable cambio de postura. Vale decir que nunca más se investigó una masacre en la zona minera, la violencia gestada por el régimen impera en la zona, el oro circula a costa de vidas, de la dignidad, con inmenso daño a la naturaleza y a los pueblos indígenas. Piense en ello cuando se plantee adquirir alguna pieza de oro.

Quien negó toda esta barbarie hoy vive cómodamente en México. Sí, Francisco Rangel Gómez, sí hubo una masacre, la única conspiración era la tuya impidiendo la investigación, quienes denunciaron decían la verdad y esos muertos le duelen al pueblo de Tumeremo, que luego de este suceso pasó a su olvido habitual.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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