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07 noviembre 2024

Grietas en revolución

Señalar la diferencia entre “movimiento social” y “poder popular” es la forma simple y descarnada en que Maduro le dice a la izquierda más crítica con su gobierno, que si quieren torcer el cuello a sus decisiones como Presidente primero deben alcanzar el poder, un objetivo que históricamente ese grupo (la “república de Twitter” como los calificó) nunca han podido por falta de voluntad. Toda una declaración de principios simple y llana, que fue al mismo tiempo un reto y una ofensa.

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El Relator | 18 noviembre 2020

Hace ya un mes y teniendo como escenario la Ley Antibloqueo, que tantas suspicacias generó en ala marxista de la revolución bolivariana, Nicolás Maduro compuso una diferencia conceptual que, aunque estamos seguros no formará parte de ningún capítulo de la historia del pensamiento político contemporáneo, servirá para señalar el momento en que saltaron por los aires las diferencias con unos aliados que difícilmente volverán a coincidir en el camino. Hablamos de la distinción entre “poder popular” y “movimiento social”.

Explicó Maduro que el “movimiento social” son todas las formas de acción que hacen vida en las comunidades y que incluyen un amplio espectro, que van desde la actividad económica hasta eventos culturales. Por su parte, el “poder popular” es la manera en que estas acciones, una vez organizadas, alcanzan cuotas de poder. Para decirlo en términos menos arqueológicos: El poder popular sería (marxismo mediante) una “evolución natural” de los movimientos sociales en un nivel organizativo, un paso que dependerá, esto es lo importante, de la “vocación de poder” de estas organizaciones. Llegamos así al concepto más relevante de esta reflexión: La “vocación de poder”, una idea que al parecer alberga más reproches que claridad conceptual.

Voluntarismo político

Explicó Maduro, a lo largo de aquella semana, que la izquierda en Venezuela siempre ha tenido un rasgo que la caracteriza: Su escasa disposición de alcanzar el poder. Como si fuera un tema de mera voluntad Nicolás, al igual que Chávez, simplifica la historia venezolana reduciéndola a un ejercicio de “voluntarismo” donde el marxismo criollo no logró asaltar el poder y quedó pacificada y reducida a un insignificante registro electoral dentro de la democracia “puntofijista”, una deficiencia que fue superada con el triunfo de la revolución bolivariana, por vía electoral, después del intento de asalto por las armas.

Tanto Chávez como Maduro han recordado, con ánimo aleccionador, que la vía electoral fue propuesta y defendida por el teniente coronel cuando una parte del marxismo radical, cauta ante un militar “de izquierdas”, seguía esperando las condiciones objetivas para ensayar asalto a Miraflores por fuera de las vías de la “democracia burguesa”. La razón la tuvo el vecino de Sabaneta y desde 1999 esa lección fue recordada, con verdadera soberbia de hombre fuerte, cada vez que sus aliados rojos expresaban sus dudas sobre el avance del proceso revolucionario.

Amistades peligrosas

Aunque por motivos de espacio estamos obligados a resumir (que no es lo mismo que simplificar) diremos que la relación entre Chávez y el comunismo histórico nunca fue del todo cómoda, aunque los tiempos de esa Venezuela (neo) saudita lubricaron muchos aspectos de su alianza, mostrando sólo unos pocos hitos de sus diferencias, como aquel turbio episodio de un PCV que se negó, para ofensa del “comandante eterno”, a disolverse en el interior del PSUV.

Aunque siempre se presentó a sí mismo como un precoz militante de izquierdas, Maduro no tuvo una relación tan fluida con los comunistas como su padre político, lo que fue agravado por el escaso margen de su primera “victoria” electoral; su pobre gracia ante las cámaras (comparada con Chávez); la significativa reducción de los ingresos del Estado; la creciente conflictividad social; y los primeros lodos de aquellos malos polvos de la política económica de Chávez. Lo que compuso un gris panorama que hicieron de Nicolás blanco de sospechas que comenzaron con la duda por la supuesta traición doctrinal al legado del teniente coronel (un conflicto de clara vocación religiosa, donde varias corrientes, entre ellas la de Maduro, se proclamaban como los verdaderos “profetas” de Chávez) y que llegó, hasta el día de hoy, a la toma por asalto judicial de partidos reacios a sumarse a la alianza electoral para el 6 de diciembre (PPT y Tupamaro), y el amargo debate por la aprobación de la Ley Antibloqueo.

Aunque la Ley fue aprobada, con los originales métodos con que la revolución viola el Estado de derecho, Maduro dejó aquella diferencia entre “movimientos sociales” y “poder popular” como reflexión que vale la pena traducir por ser, más que una explicación, una advertencia sobre el destino que tienen que afrontar toda disidencia que se deshoje de la revolución en tiempos de Maduro.

Traduciendo a Nicolás Maduro

Señalar la diferencia entre “movimiento social” y “poder popular” es la forma simple y descarnada en que Maduro le dice a la izquierda más crítica con su gobierno, que si quieren torcer el cuello a sus decisiones como Presidente primero deben alcanzar el poder, un objetivo que históricamente ese grupo (la “república de Twitter” los calificó) nunca han podido por falta de voluntad. Toda una declaración de principios simple y llana, que fue al mismo tiempo un reto y una ofensa.

Lo que no dijo Maduro fue que, a estas alturas, el camino para la toma del poder por vías democráticas y “organizativas” (el “poder popular”) está siendo controlada por Miraflores hasta en sus niveles más básicos de organización (a quienes no me creen, les recomiendo revisar los requisitos para que una Comuna sea legalmente reconocida por el vicepresidente sectorial para el Socialismo Social y Territorial de Venezuela, Aristóbulo Istúriz, o cómo se conforman las llamadas RAAS) en un proyecto de abierta vocación totalitaria (se puede debatir este punto) donde la Ley Antibloqueo es sólo un eslabón de una revolución que “evoluciona”, a ojos vistas, hacia un régimen de carácter personalista.

Esclarecedora fue la entrevista de Luis Britto García con Ernesto Villegas a pocos días de aprobarse la Ley Antibloqueo. El intelectual, responsable de la controversia en los campos rojos por el nuevo instrumento legal, no se desdijo de sus críticas a la Ley, pero asumió que debe ser “acatada” tras su aprobación en la ANC (Asamblea Nacional Constituyente). La izquierda fue nuevamente “pacificada” a través de un sistema que ayudó a construir pero, a diferencia del pasado, esta vez no se requirió ni de plomo ni de subvenciones del Conas (Comando Nacional Antiextorsión y Secuestro), todo un ahorro en el presupuesto.

Quizás podríamos consolarnos con la idea de que la experiencia será aleccionadora para los ex aliados de Maduro, una izquierda que miró con desprecio las formas de la “democracia burguesa” con sus separación de poderes y garantías a la disidencia en democracia, pero no nos engañemos, los comunistas criollos seguirán siendo, eso parece, parte de aquella “izquierda borbónica” de la que habló Teodoro Petkoff, es decir, un grupo que no olvida ni aprende.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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