En la aldea
13 septiembre 2024

“Ni está, ni se le espera”

El hecho de que buena parte del electorado, por indiferencia, incapacidad, molestia o militante rebeldía se abstuviera de votar “a juro”, es un mensaje que no puede ser subestimado, si se tiene presente que el gesto puede poner en peligro la subsistencia de una familia en medio de la mayor crisis humanitaria que vive el país. El ciudadano no acudió, como tuvo que reconocer el propio CNE cuando informó que apenas un 30% (cifra sospechosamente alta) del electorado fue a las urnas. El resto de los votantes no fue, ni se les pudo esperar más.

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El Relator | 09 diciembre 2020

Aquel “no está, ni se le espera” fue la composición gramatical que más ha ayudado a los españoles en su historia reciente y es que, nunca antes, el anuncio de una “ausencia” había sido más caro en la historia española. Se dijo un 23 de febrero de 1981. Para ese entonces, España avanzaba con sobresaltos hacia la democracia, con la acción de un grupo de políticos que tenían que lidiar con un ejército receloso, una economía en crisis, un estado de las autonomías en conflictivo, el terrorismo de ETA, y unas libertades civiles que ponían a prueba el andamiaje de la inexperta democracia.

El Congreso de los Diputados celebraba la investidura, como presidente de Gobierno, de Leopoldo Calvo-Sotelo, tras la renuncia de Adolfo Suárez, una dimisión hecha por encargo de su conciencia para tratar de aligerar las tensiones que ponían en peligro al joven sistema. El acto de aquel día, un requisito protocolar y aburrido, congregó a todo el Gobierno en el Congreso de los Diputados, lo que fue aprovechado por un sector de las Fuerzas Armadas para secuestrar al Ejecutivo y conformar una junta militar que intentaría cambiar el curso de la historia. Es así como el teniente coronel (¡no es joda!, ¡otro teniente coronel!) Antonio Tejero entró, junto a funcionarios de la Guardia Civil, arma en mano y plomazos de rigor, para anunciar, en pleno Congreso, el cambio político en el país.

“La maquinaria electoral se atascó, el chantaje no doblegó la cerviz en el centro de votación. La puesta en escena de oleadas del ‘pueblo votante’, requisito para legitimar el fin de la Asamblea Nacional, no estuvo a tiro de cámara”

Parte esencial de la conspiración era hacer creer que el Rey Juan Carlos I (hoy Rey Emérito) apoyaba el golpe. Era necesario entonces que, todos los de verde oliva, supieran que Francisco Armada, segundo jefe del Estado Mayor y arquitecto del ataque a la democracia, estaba reunido con el monarca en La Zarzuela, para legitimar, con ese encuentro, el apoyo de la testa coronada al carajazo de Estado. Aquella entrevista nunca se dio por orden del Palacio Real y cuando el general Juste, guabinoso comandante de la División de Tanques de Madrid (ficha imprescindible para el golpe), llamó al Palacio Real para confirmar la presencia de Francisco Armada con Juan Carlos I, el secretario general de la Casa del Rey, Sabino Fernández Campo, oliendo el rol de Armada en los sucesos del Congreso, soltó aquel “ni está, ni se le espera”, que hundió la conspiración.

Preciadas ausencias

Recientemente se celebraron las parlamentarias. La jugada era vital para Nicolás Maduro pues, según el plan, el objetivo es suprimir la figura del actual Parlamento; construir a martillazos una oposición complaciente con la que ir por el mundo pidiendo el fin de las sanciones; relanzar la Comisión de la Verdad donde se barnizará de legalidad la persecución política a los “ex diputados” de la Asamblea Nacional del 2015; construir un sistema de consensos rojos que garanticen unas elecciones regionales a la medida de Maduro y lograr gobernabilidad suprimiendo a la verdadera oposición.

Parte clave de este plan era la puesta en escena de un pueblo que acudía masivamente a los centros electorales. La supresión de la Asamblea Nacional, y el fin de la presidencia interina, debían lograrse con imágenes de pueblo en “democracia” colorada, certificando el tiro de gracia sobre la institución que, nos guste o no su desempeño, es la única con legitimidad de origen, cuenta con el apoyo de buena parte de la comunidad internacional y es el último hito que nos conecta con los restos de la democracia.

El votante, sin embargo, no acudió, como tuvo que reconocer el propio Concejo Nacional Electoral (CNE) cuando informó que apenas un 30% (cifra sospechosamente alta) del electorado fue a las urnas. El resto de los votantes no fue, ni se les pudo esperar más.

“Quien no vota, no come”

Se nos dirá, con suficientes razones, que la abstención nunca ha servido para cambiar gobiernos en el país y que todavía estamos muy lejos para un cambio que nos regrese a la democracia. Sin embargo, el hecho de que buena parte del electorado, por indiferencia, incapacidad, molestia o militante rebeldía se abstuviera de votar “a juro”, es un mensaje que no puede ser subestimado, si se tiene presente que el gesto puede poner en peligro la subsistencia de una familia en medio de la mayor crisis humanitaria que vive el país.

La maquinaria electoral se atascó, el chantaje no doblegó la cerviz en el centro de votación. La puesta en escena de oleadas del “pueblo votante”, requisito para legitimar el fin de la Asamblea Nacional, no estuvo a tiro de cámara. Los “alacranes” se hundieron en su intento de enterrar la presidencia interina y la revolución, jugando en solitario en las elecciones, quedó expuesta a mostrarse sin el apoyo popular, justo a las puertas de un año, el 2021, que será uno de los más complejos en nuestra historia como república.

La madrugada del 7 de diciembre estuvo lejos de las glorias de una protesta cívica o de la adrenalina de un golpe de Estado, pero quizás sirva para que alguno de los “factores de poder” que sostienen a la revolución llamen a Miraflores para enterarse que el pueblo no está reunido con Nicolás y que en definitiva: Ni está, ni se le espera.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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