Una parte importante de nuestros intelectuales y columnistas les reclaman a los políticos opositores su “desconexión de los problemas de la gente”. Esta expresión se ha convertido en un argumento recurrente que no debiéramos dar por sentada; antes bien, amerita examen, no tanto para determinar si es un juicio correcto o infundado, sino por las consecuencias prácticas que de él derivan para la acción.
La afirmación supone, en primer lugar, que existe una substancia llamada “los problemas de la gente”, fácilmente discernible. Pero además, implica que los problemas son aquellos que la gente percibe como tales, al margen de que pueda haber algunos que no sean así reconocidos aún siendo importantes por su impacto, digamos, en su calidad de vida o en su esfera de derechos. Concedamos, pues, que en esta tesis subyace una antropología optimista, porque “la gente” sabe identificar sus verdaderos problemas.
Esa desconexión además se daría por maldad o por desinformación sobre los problemas que las personas confrontan en Venezuela. Si es por maldad, ocurre porque el político deliberadamente soslaya el sufrimiento, se desentiende de él. Si es por desinformación, se debe a que el político desconoce la naturaleza y la gravedad de los problemas del “pueblo que sufre y espera”, sea por indolencia o por un error intelectual. En ambos casos estaríamos frente a ejemplos de estupidez política, sobre todo en una situación tan agobiante como la que pesa sobre nosotros.
Más allá de las razones, según esta visión, la tarea primordial del político es superar esta desconexión con sus conciudadanos, no tanto reconociendo sus problemas en el discurso (porque eso sería llover sobre mojado) ni tampoco ofreciendo propuestas de políticas públicas (porque sería un ejercicio demagógico, teórico en el mejor de los casos), sino realizando acciones concretas que los alivien. Esto no solo serviría como fuente de legitimidad de la acción política, sino que incluso sería un recurso de orden estratégico: Bajo un entorno autoritario, lo recomendable es tratar de resistir haciendo labor social, incluso al punto de tener que camuflarse bajo formas no políticas, obrar con paciencia y esperar hasta crear la base de respaldo suficiente que obligue al régimen ceder. Usualmente este tipo de orientación estratégica echa mano de algunos casos internacionales (claro, omitiendo los fallidos y simplificando al extremo los exitosos) donde la organización de una base social de apoyo a través de sindicatos, gremios y organizaciones de la sociedad civil fue un factor determinante para vencer a la dictadura. Y nunca entre esos casos falta el de Polonia, por cierto.
Obviamente, los regímenes autoritarios suelen desconfiar de las expresiones autónomas de la sociedad civil. Autoritarismo y cooptación de la sociedad suelen ir de la mano y estamos seguros que los analistas no pasan por alto esta restricción. Venezuela no ha escapado de esa dinámica: El ejemplo más reciente es la persecución por parte del régimen de los promotores de una red de comedores; pero casos de amenazas y persecución hacia la labor de las ONG abundan, sobre todo a partir del año 2010.
La red de comedores de Alimenta La Solidaridad es vista como una amenaza potencial a la red clientelar y de asistencia del Gobierno. El solo efecto de comparación de una acción social efectiva que no fuerza lealtades vis a vis una caja de comida que no se sabe cuándo llegará ni que traerá pero sí qué exigirá, puede ser embarazoso para el régimen. Quizás para que ese tipo de programas genuinamente sociales no se vean amenazados, sus promotores deban pagar una cuota de enervamiento político, un compromiso de jamás derivar saldo organizativo hacia el mundo de la política. No hay que ser muy inteligente para comprender que esos comedores no estarían en riesgo si sus promotores militasen en el PSUV.
Cito esto brevemente porque la “ruta social” que algunos proponen no solo será un camino pedregoso o difícil, sino que además pudiera ser un no-camino, porque no te conduce a dónde crees que te puede llevar (la toma del poder político) sino al lugar donde por la esencia misma de esas actividades te conduce: Ayudar a aliviar los problemas de la gente, no a movilizarlos políticamente. El trabajo del tercer sector es muy demandante: Requiere de creatividad para hacer mucho con poco, de paciencia para no desfallecer y de altísimas dosis de desprendimiento personal. Es una empresa, sin ganancias monetarias pero sí muchas de orden espiritual y social, y como en toda empresa, exige atención y no desentenderse por mucho tiempo de las señales del entorno. En Venezuela sobran ejemplos de personas abnegadas, con trayectorias de décadas, que han creado bienestar a través de la educación ambiental, el abordaje de la maternidad adolescente, la promoción de la salud o la simple pero siempre poderosa beneficencia. Gente inteligentísima, capaz, honesta y también, por qué no decirlo, celosa de cualquier persona bien intencionada que quiera ayudar al prójimo pero con un interés mediato de proyectarse hacia el poder político.
No queda muy clara la raíz de esa operación mental según la cual, para estar conectado con los problemas de la gente, los políticos deben proveer soluciones inmediatas o concretas a esos problemas. Acción Democrática jamás montó una red de dispensarios fuera del poder estatal, antes de 1945. Su ruta no fue agenciar soluciones para atender las carencias sanitarias del país sino tomar el poder para, desde el Estado, organizar recursos y políticas para combatir la malaria, polio, disentería y desnutrición.
En esta posición quizás hay una renuncia velada a la esencia misma de la política: La aspiración por el poder. Esa renuncia puede deberse a un reconocimiento de la dificultad que remover a una tiranía supone, por los altísimos riesgos personales asociados. Dado que no hay alternancia, entonces, lo responsable es no desentenderme de mis semejantes y resignarme al orden mal establecido. También pudiera haber un resabio de antipolitica: No me atrevo a defender la política como actividad noble, sino que la veo como un mal menor al que paradójicamente aspiro como recompensa y reconocimiento por el trabajo bien hecho como luchador social.
Llegado a este punto, y sin desconocer que en una situación como la venezolana la llamada “lucha social” pudiera parecer el único camino, nos gustaría dar una opinión que pudiera sonar tajante: No se puede llegar a la política desde la sociedad civil. O digamos, se puede intentar, pero lo más seguro es que resulte en un extravío. Las excepciones que en el mundo han sido, no pueden tomarse como regla general para la acción. Son dos mundos (al igual que son dos mundos “lo militar” y “lo político”) y las reglas de uno no aplican para el otro. Pueden ser similares, pero la diferencia específica es suficientemente fuerte como para hacer difícil el trasvase de actores. Es como el cricket y el béisbol. Parecidos pero muy diferentes. Una estrella de cricket no puede brillar en el béisbol, y una estrella de béisbol quizás moriría de aburrimiento jugando cricket.
En circunstancias tan complicadas como las nuestras, tú puedes agarrar un San Ruperto de la política y hacer una circunvalación: Puede ser hasta romántico e incluso lo más práctico si no cuentas con los recursos para ir hacia tu objetivo por una vía más directa. Pero en ese largo trayecto con muchas paradas, puede que otro se te adelante y consiga lo que decidiste postergar esperando o tratando de crear mejores condiciones. Y también puede simplemente que nunca llegues a tu destino porque el autobús va para otro lado.
La oposición está dividida, pero tiene múltiples líneas divisorias, y no solo una línea definitiva entre dos bloques. La dicotomía más popular se refiere a los medios (insurgente / leal; o subversiva / electoral) para alcanzar el poder; pero aquí hemos examinado una divisoria particular, vinculada con la anterior pero que no se reduce a ella, relativa a cuál es el objetivo inmediato de la acción política: Si empatizar y ayudar al prójimo o liberarlo de quien lo oprime.
¿Es de naturaleza disyuntiva esta clasificación? Es decir: ¿Es incompatible una política que pone el foco en mitigar los problemas de los venezolanos con otra que aspira a liberarlos de aquello que los oprime y es la fuente de buena parte de sus problemas? No necesariamente, pero las tareas que comporta cada una, insistimos, son esencialmente diferentes. Las tareas de la “ruta social” crean, si se hace bien el trabajo, un efecto análogo al de la dependencia del sendero, que entre otras cosas hace que al final no quede claro cuál sea el mejor momento para dar el salto a la orilla de la política; incluso porque se va descubriendo en el camino que es mucho lo que se puede perder al arriesgar lo construido. Va creándose un afecto por la obra creada, que supera en estimación a lo que se pueda obtener y gestionar desde un cargo de elección.
Nadie tiene la fórmula precisa para lograr el cambio político en Venezuela, pero si hubiera que compartir una certeza, sería esta: Conectarse con la gente no pasa por gestionar problemas sociales directamente. Y otra certeza (y casi un lugar común) es que los opositores, no solo el liderazgo sino sus seguidores, entramos en un terreno muy oscuro: Vamos “a campo traviesa” y los referentes son eso, referentes, no instrucciones que hay que seguir al calco.
Parte de la dirigencia opositora se encuentra en el exilio y no es sencillo para ella calibrar “lo que quiere la gente” mediante estudios de opinión; la intuición en el político no se forma solo a partir de los porcentajes de unas láminas de PowerPoint sino en la calle, en la asamblea, en el intercambio con las bases. Esto lo digo no para colocar a esa dirigencia en una posición de minusvalía, sino para resaltar una dificultad objetiva.
Y la parte que se encuentra en Venezuela confronta el riesgo de la represión, las restricciones de una vida que en lo material es ruinosa, y las complicaciones para hacer política en el sentido normal del término. Hoy día, honrar lo que quiere la gente puede estar fuera del alcance de las capacidades de gestión de recursos materiales y humanos de la fuerza opositora. No digo que algo no pueda hacerse, solo que me temo que lo que quiere la gente (reunificación familiar, tener comida en la nevera, trabajos bien remunerados y cierta concordia social, a juzgar por decenas de focus group y estudios de opinión de los últimos años) son aspiraciones que expresan un cambio más profundo, un cambio que sigue pendiente y al que no se debe renunciar por el hecho de que hasta ahora no se haya logrado.
Porque si algo unifica las dos, las tres, las muchas oposiciones, es la aspiración por el cambio político. Ese es el punto común y de partida, el hilo de Ariadna en este laberinto.