Pal Kerese llegó de Hungría y se casó con una gocha, Evelia Amaya. Entre ambos formaron familia y fundaron la más famosa pastelería de Caracas: LaDanubio. Pal falleció hace casi 40 años, pero sus hijos han honrado su memoria llevando la pastelería a alturas de las que Pal se sentiría orgullosísimo. La sede principal más cinco sucursales, la última en Madrid, hablan del éxito, de la excelencia, de una empresa familiar donde los valores principales son el trabajo en equipo, la solidaridad y el sentido de pertenencia.
Andrés Kerese es uno de los hijos de esta pareja maravillosa. Apasionado por la música, el béisbol (tenía que ser de los gloriosos Leones del Caracas), la movida caraqueña y por ayudar a los demás, está siempre activo, curioso, dinámico. De su madre aprendió que el día a día es mucho más importante que los batacazos, por eso vive con intensidad.

Hoy puede ver con satisfacción la labor realizada, a sus hijos involucrados en el negocio y como último acontecimiento un documental de Ignacio Castillo Cottin sobre “La Danubio”, que para los caraqueños es “nuestra Danubio”. Yo me confieso adicta y sé que ese pensamiento -hasta un sentimiento- es generalizado. Los caraqueños celebramos con la familia Kerese los primeros 50 años de la Pastelería Danubio, que se convirtió en una institución.
–Tu padre, Pal Kerese, era húngaro. Tu madre, Evelia Amaya, gocha de San Cristóbal. Una combinación de gente con garra y herencia de trabajo. ¿Qué tienes de cada uno de ellos?
-De mi papá, aparte de haber heredado una nacionalidad acompañada de un pasaporte extranjero, creo que la afición por la música, los deportes y -al menos- intentar estar actualizado. Hoy, casi llegando a la edad que tenía mi papá cuando murió y, después de 38 años sin él, creo que lo que más me sorprende es lo al día que estaba en todo. Era un fanático de la tecnología. Lástima que no llegó a conocer la telefonía celular, la televisión por cable o el Internet. Hubiera vuelto loca a mi mamá con tanto perol en la casa. A ver, de mi mamá: Meterme en la vida de mucha gente y pretender arreglárselas. También entender que el día a día tiene más valor que los batacazos.

–La Pastelería Danubio es una empresa y un orgullo familiar. Son 50 años de excelencia, que ha creado una tradición en los caraqueños. “La Danubio”, como le decimos, es un sitio de encuentros de todo tipo: Desde familias que van a desayunar, amigas que van a merendar, ejecutivos que van a almorzar. ¿Cuál es el secreto de que una pastelería tenga tantas aristas? Háblame del proceso de crear 5 sucursales, además de la sede principal de Chacao, y la que abrieron en Madrid.
–La Danubio ha crecido con Caracas y con sus gustos. En 1970 abrimos únicamente vendiendo tortas, pasta seca y pastelitos. No teníamos espacios para que le gente se sentara a desayunar o merendar. A mediados de los años ‘80 comenzaron a ponerse de moda las terrazas, e inmediatamente nos pusimos al día. Con el tiempo descubrimos que la hora del almuerzo era muerta, la gente venía a la pastelería a desayunar o a merendar. Comenzamos a preparar sánduches para el almuerzo, después ensaladas, luego hamburguesas, hasta que decidimos servir almuerzos como tal. Así aseguramos tener un flujo de clientes durante todo el día. Lo de las sucursales es la consecuencia lógica de no poder seguir creciendo dentro de un mismo espacio. Ya Chacao no podía atender más público, la familia siguió creciendo y se nos fueron presentando las posibilidades de abrir en otras zonas de Caracas. Detrás de este crecimiento hubo mucha planificación. Se nos presentaban las posibilidades y sin pensarlo mucho a los pocos meses estábamos abriendo una Danubio nueva. La Danubio en Madrid ya tiene dos años y medio funcionando. Allá, por un tema de registro de nombres, no pudimos utilizar Danubio. Por eso decidimos llamarla Evelia. Lo de España forma parte del crecimiento como empresa y como familia. Allá están mis hijos junto a sus esposas, y dos empleados de Venezuela que decidieron emigrar junto a ellos.
–A tantas personas que sienten el trabajo como una esclavitud, ¿qué les dices?
-Que sí, que probablemente tienen razón. Lo lamento por ellos. No creo en romantizar el sacrificio. Trabajar muchas veces puede ser agobiante, la mayoría de las veces, así seas el cantante más famoso del mundo, es algo rutinario. ¿Cuántas veces habrá cantado Mick Jagger “Satisfaction”? Pero el trabajo es así, lo bueno es muy buscado y lo tienes que hacer muchas veces. El trabajo esclaviza, pero si le buscas la vuelta, puedes estar felizmente atado a él.

–Además de tu trabajo frente a la empresa familiar. Me gustaría que me narraras la alianza que tuviste con Roberto Patiño quien llevó “Alimenta la Solidaridad” a la Danubio, o a la Danubio a “Alimenta la Solidaridad”.
-El día que conocí a Roberto me invitó a conocer el primer comedor de “Alimenta la Solidaridad” y también lo acompañé a la inauguración de una cancha de basquetbol en Monte Piedad, que consiguió se terminara con fondos conseguidos a través de “Caracas Mi Convive”, otro de sus tantos programas sociales. Con Roberto me di cuenta que son muy pocos, pero sí hay personas que quieren hacer política a través del trabajo social y no desde la burocracia, detrás de un micrófono o escritorio. Roberto es incansable, creo que eso es contagioso. La Danubio consiguió a través de “Alimenta la Solidaridad” y “Caracas Mi Convive” cómo cumplir con su labor social en Caracas.
–Estás muy involucrado en la movida cultural caraqueña. Cuéntame de tus actividades en esa área.
-He tenido la fortuna de conocer a personas muy valiosas ligadas a la cultura caraqueña. Gente que inspira. Si eres amigo de Roberto Mata quieres hacer fotos. Si conoces a Ángel Alayón u Oscar Marcano, sueñas con escribir crónicas para Prodavinci. Si eres pana de Rodrigo Blanco, te animas y escribes un cuento. Lo bueno de vivir por mucho tiempo en un mismo lugar son todas las conexiones interesantes que logras hacer con el entorno. Basta con tener una inquietud y saber que siempre hay alguien, muy cercano, capaz de inspirarte.

–Vi el documental de Ignacio Castillo Cottin sobre la Pastelería Danubio y me encantó porque ésa es la Venezuela en la que me quiero ver reflejada: La familia y el trabajo como valores fundamentales. ¿Cómo surgió la idea de hacer el documental?
-El año pasado Ignacio Castillo Cottin, cliente frecuente de la Pastelería, se me acercó y me propuso la idea de hacer un documental con la Danubio. A mí me cuadraba porque estábamos por cumplir 50 años y a Ignacio por el tema de la identidad con el lugar, la inmigración y la empresa familiar. A las pocas semanas, después de que convenció a cada uno de los miembros de la familia a participar, comenzó con las entrevistas en audio. Después nos presentó un plan estricto de grabación que duró unas tres semanas y después no hablamos más del documental hasta hace como un mes, cuando nos dijo que ya estaba listo y que quería que lo viéramos. El resultado no te lo cuento porque prefiero que vean el documental.
–¿Qué significa Venezuela para Andrés Kerese?
-Me cuido mucho de los nacionalismos y regionalismos, no soy de los que creo que la nacionalidad te da alguna cualidad especial o particular como ser humano. Sí creo que geográficamente Venezuela es un lugar privilegiado en el que coincidieron muchas personas de distintos lados del mundo dispuestas a disfrutar las bondades de este país. Para mí Venezuela es estar sobre el “dugout” del Caracas, por los lados de tercera, en un Caracas-Magallanes con todos mis amigos. El enfrentamiento de dos rivales eternos. La mitad del Universitario le va a un equipo y la otra mitad a los gloriosos Leones del Caracas. Una rivalidad que tiene que mantenerse eternamente para que las tribunas siempre se llenen, siempre esté circulando la cerveza en las gradas y siempre podamos salir después del juego a disfrutar la victoria de uno de los dos equipos. Para que el Caracas sea el Caracas siempre, tiene que haber un Navegante a quién ganarle. Ahhh, y la única razón por la que la rivalidad del Caracas y el Magallanes ha logrado sobrevivir más de mil batallas, es porque ambos equipos respetan las reglas del juego…
*Las fotografías fueron facilitadas por la autora, Carolina JaimesBranger, al editor de La Gran Aldea.