En la aldea
26 abril 2024

Ernesto Mayz Vallenilla (1925-2015).

Ernesto Mayz Vallenilla: Hacer institución, abrir camino

A su mirada perspicaz, en las fronteras de las nuevas realidades y descubrimientos, unió su pasión venezolana y su magnanimidad para afrontar con buen éxito el reto de poner en marcha en Venezuela una universidad de excelencia. El acierto en la fundación de la Universidad Simón Bolívar, que pronto se colocaría entre las primeras universidades del país, se debió en buena parte al empuje y la visión de Ernesto Mayz Vallenilla, porque hacer institución requiere sólida madera de constructor.

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Rafael Tomás Caldera | 18 diciembre 2020

Se cumplen cinco años del tránsito de Ernesto Mayz Vallenilla este 21 de diciembre, y la oportunidad invita a evocar su recia personalidad para derivar alguna orientación útil. Será solo un breve apunte1 sobre su papel en la fundación de la Universidad Simón Bolívar.

Llega Ernesto Mayz al rectorado de la recién decretada universidad, por designación del presidente de la República. Es el año de 1969, tiene cuarenta y cuatro años, pero, sobre todo, tiene una probada trayectoria como filósofo, como docente, como promotor de la Sociedad Venezolana de Filosofía, y una destacada labor en la comisión que, tras la caída dePérez Jiménez, reorganiza la vida universitaria. Es un rasgo importante, sin el cual no se puede comprender el alcance que tendrá su actividad como rector: No se trata de un improvisado, como se suele decir, sino de alguien que ha reflexionado largamente sobre la universidad, su esencia y su misión, y tiene clara conciencia de la necesidad de impulsar la calidad de la educación superior en Venezuela.

La circunstancia -por decirlo de alguna manera- de pertenecer a la primera promoción de la Escuela de Filosofía, en la entonces reciente Facultad de Humanidades de la Universidad Central, ha acentuado en él algo ya presente en su opción por la filosofía: El sentido de la vida intelectual como vocación, con el compromiso de hacer presente en nuestro medio la inédita actividad del filosofar. Por eso, en su severa dedicación al pensamiento -aquellas largas mañanas silenciosas de estudio, reflexión y escritura– nunca faltó la conciencia de una misión que lo impulsó a hacerse presente con valentía en la vida universitaria, en el ambiente social y hasta en la lucha política. No fue un sabio replegado sobre sí mismo con sus cavilaciones, como reprocha Cicerón a Anaxágoras, desentendido de los asuntos de la ciudad, en pos de una pregunta tras otra, tras otra.

Asume Mayz la difícil tarea de dar cuerpo y vida a una universidad experimental en la cual habrían de predominar, conforme a su mandato -ligado al proyecto del país-, los estudios técnicos y el cultivo de las ciencias básicas. Busca para ello el mejor profesorado que puede obtener porque la meta es la excelencia en la actividad académica. E introduce una novedad, cuyos resultados positivos se hicieron notar de inmediato: Un examen de selección para garantizar el ingreso de quienes estuvieran preparados y bien dispuestos a recibir la educación universitaria.

Son años de empuje, afirmativos, en la vida venezolana, como no los habrá luego, y su talante innovador tiene ocasión de desplegarse en múltiples direcciones: Desde la disposición material del campus, en el Valle de Sartenejas, con jardines bien diseñados que han sido un verdadero regalo para la comunidad, hasta la estructura organizativa de la institución y la adopción del trimestre como unidad para la actividad académica. Muy pronto desarrolla un programa de Estudios Generales para acompañar la formación profesional, como parte integrante del diseño educativo, sin quedar limitados a una tarea vestibular de iniciación, según el modelo adoptado en otras universidades del país.

Su visión lo lleva a propiciar, casi enseguida, el establecimiento de programas de posgrado, indispensables para mantener el nivel de los estudios y la calidad activa del profesorado. Entre tales programas, tiene la audacia de crear un posgrado en filosofía, con el consiguiente departamento académico como su base indispensable. Convoca para ello a un antiguo alumno y amigo, Alberto Rosales, hoy en día una de las figuras más destacadas de la filosofía en el Continente. Rosales habría de diseñar los programas y fijar el riguroso nivel de los estudios. Inicia también, desde el departamento, la Revista Venezolana de Filosofía. Con él, forman parte del núcleo de profesores de esa primera línea, Ángel Cappelletti, Eduardo Vásquez, Víctor Li Carrillo. El programa demostró su buen resultado en la formación de profesores que se integraron al cuerpo docente de otras universidades, así como de un nutrido grupo de personas aptas para la recepción del pensamiento filosófico y el trabajo intelectual.

En Mayz se daba esa admirable conjunción de interés en las novedades del mundo de la ciencia y la tecnología con un entrañable sentido de la tradición venezolana. Manifestaciones concretas, físicas, de ello se pueden ver en el propio campus. La biblioteca, por ejemplo, fue diseñada con los estándares internacionales, pero ostenta en la fachada un enorme portón centenario. El rectorado de la universidad, sobre la antigua casa de la Hacienda Santaella, contrasta en sus sobrias líneas tradicionales con la factura contemporánea del Complejo de Auditorios. Se marcaba así el enraizamiento de la nueva institución tecnológica, abierta al mundo de la innovación, en nuestra realidad nacional y latinoamericana. Y tuvo la universidad muy pronto un Instituto de Altos Estudios de la América Latina, cuya actividad se vio reflejada en sus publicaciones, sobre todo en la revista Mundo Nuevo.

No quisiera, sin embargo, hacer un inventario de realizaciones, semejante a una memoria y cuenta ministerial -resultarían escasas estas líneas- sino subrayar cómo el acierto en la fundación de una casa de estudios superiores, que pronto se colocaría entre las primeras universidades del país, se debió en buena parte al empuje y la visión de Ernesto Mayz Vallenilla.

Lo más difícil es establecer instituciones, de manera particular en Venezuela. La poca constancia en el propósito, revestida con el traje de una imperiosa renovación de lo actual -permanente afán de cambio-, impide consolidar ese modo de ser y hacer en la sociedad que es sustancia de una institución. Todo cambio en la meta perseguida impide el progreso, una marcha paso a paso en la dirección positiva predeterminada. Hacer institución requiere sólida madera de constructor. Para su demolición y ruina, como la que hemos padecido estos veinte últimos años, basta gente ambiciosa, avarienta, sin preparación intelectual ni virtud ciudadana.

Los años de su fecundo rectorado llevan a Mayz a una sostenida reflexión sobre la técnica, así como sobre la universidad. De ella se nutren dos de sus últimas obras, los Fundamentos de la meta-técnica y El ocaso de las universidades. Discutibles acaso en su armazón conceptual, ambos libros exhiben una lúcida intuición de la situación contemporánea y el futuro que se puede avizorar.

Al desarrollar lo que ha llamado meta-técnica, plantea la creciente modificación de lo humano por obra de la técnica. Ortega señaló en su momento el paso de la ‘técnica del artesano’ donde la herramienta está unida al hombre que la maneja, a la ‘técnica del ingeniero’, verdadera tecnología en la cual el rodeo por la ciencia lleva más allá la capacidad operativa del sujeto. Mayz apunta ahora a esas grandes modificaciones en la estructura de la vida, de orden múltiple, que podríamos englobar bajo la etiqueta de Inteligencia Artificial, cuyo ritmo de avance y penetración obliga a tenerla más en cuenta cada día y ha convocado verdaderos grupos de reflexión acerca de su moderación por la ética, de tal manera que no se vuelva en contra de la humanidad que la produjo.

Por otra parte, la pandemia que afecta al mundo ha acelerado quizá la marcha de un proceso en curso de transformación de las universidades cuyo desenlace no resulta fácil de visualizar. En su momento, Mayz anticipó ese ocaso como una integración en sistema de las instituciones universitarias, sobre todo -digamos nosotros- por el impacto de las nuevas realidades en la comunicación y, por tanto, en la circulación del conocimiento.

Al descargar ahora online parte de lo que era la actividad presencial en la vida académica, se pone en evidencia lo innecesario de todo lo que termina por hacerse rutina. El ocaso, sin embargo, de cierto modelo de universidad puede dar paso -quisiéramos pensar- a instituciones renovadas donde se valore más la relación personal en el encuentro de maestros y alumnos. Tal como la globalización del mundo no hace perder vigencia a la realidad de las naciones, aunque cada vez menos podrán concebirse como entidades aisladas. A estos temas de reflexión nos invita el pensamiento de nuestro rector.

A su mirada perspicaz, en las fronteras de las nuevas realidades y descubrimientos, unió Ernesto Mayz Vallenilla su pasión venezolana y su magnanimidad para afrontar con buen éxito el reto de poner en marcha en Venezuela una universidad de excelencia, que tantos frutos positivos ha aportado. Supo hacer institución y abrir camino.

(1) Al celebrar sus ochenta años hubo un buen número de trabajos acerca de las múltiples facetas de su vida y obra, todo lo cual se puede consultar en la página del Archivo Mayz.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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