En la aldea
12 octubre 2024

Desconfianza ciega

Al parecer a los diversos miembros de la oposición les resulta más fácil buscar por separado un entendimiento con Maduro, que ponerse de acuerdo entre ellos y unirse en torno a un proyecto democrático consensuado. La reiteración de esa conducta ha generado en la oposición, en sentido amplio, una suerte de desconfianza ciega, nadie confía en nadie, ni en lo que dicen o prometen hacer y la unidad no aparece. El problema es que tiene prelación sobre cualquier otro proyecto. Sin unidad, la oposición ni siquiera es creíble, es por tanto el primer y principal objetivo. Solos no podemos, y desunidos tampoco.

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Francisco Suniaga | 20 enero 2021

La unidad de la oposición es tan necesaria como difícil de materializar. Hay carencias que son cruciales a los efectos de generar un acuerdo unitario, fundado en un régimen en el que estén inscritas las reglas requeridas para su funcionamiento. Para comenzar, falta un liderazgo unitario. Sus dirigentes más representativos, por lo que se puede apreciar desde fuera, no se llevan bien en el ámbito de sus relaciones personales. En las políticas, el mal rollo, como dicen en España, es más feo, por aquello de que el poder separa a los hombres. Lo cierto es que los Villalba, Betancourt y Caldera de esta época no aparecen. Hay que acotar que, si aparecieran, sus voces quizás no se escucharían por el ruido comunicacional que, de suyo, existe en Venezuela, que está además potenciado a la enésima por las redes sociales.

La política la inventó el diablo, decía Carlos Andrés Pérez, y entre sus rasgos malignos suele estar su carácter paradójico. Quizás por eso ocurre que mucho de ese ruido lo producen precisamente quienes más conscientes y convencidos deberían estar de que la unidad es un requisito previo para cualquier plan. Así, no obstante la necesidad de unirse, toman decisiones o hacen declaraciones que dificultan o incluso imposibilitan cualquier acercamiento (¿se acuerdan de las que dio María Corina Machado cuando visitó a Juan Guaidó?). Esas conductas encuentran su explicación en la propia historia de unas relaciones en las que se han hecho y vulnerado pactos unitarios de todas las marcas. Esa experiencia se ha transformado ya en cultura política. Según la última, cuando un pacto unitario ha rendido sus primeros frutos, se produce entre sus protagonistas una pelea a cuchillo por el liderazgo. La cooperación queda así derogada por el conflicto y surge una destructiva alucinación colectiva, que les lleva a creer que el poder está a la vuelta de la esquina; para luego, con el tormento de la resaca, descubrir que no era verdad. La última vez que sufrimos ese error fue tras el triunfo electoral de 2015. Ni modo, siempre que pasó igual, ocurrió lo mismo, dicen los argentinos para simplificar esto.

“El fracaso de la ‘oposición disidente’ no fue solo porque no fue percibida como tal, sino porque dentro de la ‘gran oposición’ representa a muy pocos”

Hasta la “oposición disidente”, como la llamó Timoteo Zambrano, que participó en el proceso de diciembre pasado, adolece de ese síndrome y, aun cuando unirse era la única manera de sobrevivir, no lo hizo. Solo una rara muestra de piedad chavista (aquella que se da, no porque se quiera al otro sino porque se le necesita para un propósito) puso a dos o tres de ellos en la Asamblea Nacional 2021. Desde allí, es de suponerse que en el cálculo de Maduro pueden ser mucho más eficaces obstruyendo la política opositora que pueda intentar la Asamblea Nacional G4. De hecho, esta misma semana, el inefable Timoteo ha aparecido ya en plan de gran negociador, “Zapatero, parte II”, proponiendo megaelecciones regionales el año que viene y elecciones presidenciales en 2024.

Sin entrar a analizar la propuesta (no aventuro juicios electorales sin antes hablar con Andrés Caleca), se vuelve a la misma situación de las elecciones de diciembre pasado. No solo importa el mensaje, también el mensajero. El fracaso de la “oposición disidente” no fue solo porque no fue percibida como tal, sino porque dentro de la “gran oposición” representa a muy pocos. De manera que, se puede presumir que, el intento de capitalizar en solitario los votos opositores en dos mil veintidós, dos mil veinticuatro o en el dos cuando quieran, tropezará con el mismo obstáculo.

¿Qué hacer? La mayoría de los venezolanos entiende que habría que negociar una salida democrática entre chavismo y la oposición. Así lo reconocen todos los grupos opositores, mas en lugar de escribir su libreto de ese proceso, siguen el chavista, que es muy sencillo y viejo: Divide et impera. La “oposición disidente” es su último invento, y les está funcionando. Al parecer, alimentados por un pernicioso odio mellizal, a los diversos miembros de la oposición les resulta más fácil buscar por separado un entendimiento con Maduro, que ponerse de acuerdo entre ellos y unirse en torno a un proyecto democrático consensuado.

La reiteración de esa conducta ha generado en la oposición lato sensu una suerte de desconfianza ciega, nadie confía en nadie, ni en lo que dicen o prometen hacer y la unidad no aparece. El problema es que tiene prelación sobre cualquier otro proyecto. Sin unidad, la oposición ni siquiera es creíble, es por tanto el primer y principal objetivo. Solos no podemos, y desunidos tampoco.

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