En la aldea
23 abril 2024

Mandel Ngan / AFP

Trump y el indiscreto encanto de los psicópatas

Estados Unidos cometió un grave error al subestimar hasta dónde era capaz de llegar Donald Trump para preservar el trono. Las escenas tribales que vimos el pasado 6 de enero no dejan lugar a dudas sobre las fantasías de poder que dominan la psique del líder republicano. Washington se dejó llevar por la buena fe: más de 200 años de tradición democrática son un buen aval para sentirse confiado. Pero, como predijo Platón, toda democracia termina en autocracia. He allí el peligro. Y Estados Unidos, como el más importante actor del ajedrez mundial, no puede darse el lujo de descuidarse. Afortunadamente, su sistema de defensas actuó a tiempo. Tanto, que el magnate ahora está amenazado con un segundo juicio político (impeachment). ¿Es Trump simplemente un niño terrible o hay algo más siniestro en su personalidad?

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Gloria M. Bastidas | 07 febrero 2021

La política es un medio fantástico para que se desarrollen los psicópatas
Robert Hare, psicólogo

The Washington Post se dio a la tarea (oh, la maravilla de la era de la big data) de contabilizar la cantidad de mentiras que salieron de la boca de Donald Trump durante los cuatro años que duró su mandato. El cómputo habla por sí  mismo: El magnate deja un legado de 30.573 afirmaciones falsas o engañosas. El hombre que ha convertido la expresión fake news en el núcleo de su arsenal retórico sería, a juzgar por el exhaustivo escrutinio hecho por el diario norteamericano, un mitómano consumado. Esto es algo más que una estadística. Esto es un síntoma. Que Trump esté dotado de un cerebro peculiar es algo que salta a la vista. Lo interesante del rastreo que hizo el Post es que nos conduce a una interrogante: ¿Por qué miente tanto? De esta pregunta escalamos a otra de mayor calado: ¿Es solo mitomanía o hay algo más siniestro en la personalidad del líder republicano?, ¿es un embrión de Frankenstein fabricado en los laboratorios de la Gran Manzana o es, sencillamente, un ser extravagante y de mal genio?

Trump se ufana de que bajo su mandato se construyó la mayor economía en la historia del mundo. Esta mentira la ha repetido 493 veces. Es su favorita, según el registro del medio. La realidad deja en entredicho la hipérbole. A otros mandatarios les fue mucho mejor que a Trump. The Washington Post señala que mientras el Producto Interno Bruto (PIB) creció a una tasa anual de 2,4% en 2017; 2,9% en 2018; y 2,3% en 2019, durante la administración de Bill Clinton registró mejores resultados:  4,5% en 1997; 4,5% en 1998; y 4,7% en 1999. Además, el medio recuerda que bajo la égida de Lyndon B. Johnson el crecimiento osciló entre 4,4% y 6,6% (el periódico toma en cuenta el período que va de 1962 a 1966). No lo cita el Post pero también podríamos mencionar el pico de crecimiento que experimentó la economía norteamericana en 1984, bajo el mandato de Ronald Reagan: 7,2%. La mentirilla de Trump es del mismo tamaño del rascacielos que posee en la Quinta Avenida de Nueva York. Y esa compulsión por la mentira está asociada a un rasgo muy suyo: El sentido grandioso del yo.

El detector de mentiras del periódico arroja que la segunda falacia favorita de Trump está relacionada con los impuestos. Insiste en que bajo su gestión se aprobó el paquete más grande de recorte de tributos que se haya implementado jamás. El saldo: La ha dicho 296 veces. La contabilidad que saca a relucir el medio norteamericano desmiente la afirmación del magnate. La reducción de impuestos de Trump es la octava más grande que se haya producido en un siglo en Estados Unidos. Un siglo. El recorte de Reagan fue de 2,9% en relación con el PIB. El de Trump: 0,9%. No importa lo que diga la realidad. Ni siguiera la realidad numérica, que suele ser, en cierta forma, definitiva e irrefutable. Lo que verdaderamente importa en la cabeza de Trump es su realidad. Trump está dotado de una calculadora omnipotente. De un Excel que maneja arbitrariamente. En su mente, los números también pasan a ser súbditos suyos.

II

The Washington Post también indaga en un tema sobre el que no ofrece números. Es un análisis cualitativo. Está referido a las declaraciones que Trump dio el 19 de enero, en las que se refiere a la toma del Capitolio protagonizada por sus seguidores más fanáticos. Lo que dijo el todavía presidente de Estados Unidos: “Todos los estadounidenses estaban horrorizados por el asalto a nuestra capital. La violencia política es un ataque a todo lo que apreciamos como estadounidenses. Nunca se puede tolerar”. La oda a la democracia entonada de pronto por un niño terrible como Trump luce forzada. El medio hace un ejercicio de elemental lógica: Contrasta lo dicho con la posición que adoptó Trump ese histórico 6 de enero. Así, el diario recuerda que en un primer momento Trump dudó en pedirles a sus adeptos que se retiraran del Capitolio tras haberlo asaltado. El Post cita sus propias notas periodísticas y afirma que Trump estaba cautivado con el espectáculo que transmitía la televisión. Al final, el magnate apareció en un video. Pedía a sus adeptos que se fueran a casa. El medio rescata la frase que Trump les dedicó: “Los amamos”.

Los amamos. Detengámonos en esta frase. Porque no viene del poeta Walt Whitman. Viene de misterTrump. Viene de misterTrump después de que él observara las escenas tribales que todos vimos durante la toma del Capitolio. Que alguien que tiene la facultad de activar los códigos del botón nuclear haya sido capaz de arengar a la turba y luego legitimarla con una declaración romántica es algo de por sí sorprendente. Y la sorpresa deviene en vértigo si tomamos en consideración que en Corea del Norte despacha un dictador que hace alarde de su despensa nuclear. Pero lo que a uno lo deja más perplejo -esto sí es de antología- es que a la primera potencia del mundo la haya tomado desprevenida el rústico asalto al Parlamento. Lo que no se puede ni se debe pasar por alto es que Estados Unidos, no ya como país de larga tradición democrática, sino como hegemón del mundo, no haya estudiado, psicológicamente hablando, al contrincante que se infiltró en las filas del statu quo para patearlo. Ha debido, como mínimo, tener listo un Manual para lidiar con Trump.

“Las generaciones de norteamericanos que crecieron después de la Segunda Guerra Mundial, y que han vivido uno de los períodos de paz y prosperidad más grandes que haya habido en la historia de la humanidad, dan por sentado que la democracia es sólida”

John Gartner, Universidad Johns Hopkins

El asunto no es que Trump lograra instalarse en la Casa Blanca, un hecho que se escapa de las manos porque lo hizo por la vía electoral. El asunto es que, después de cuatro años en los que demostró una y otra vez de qué cosas es capaz y hasta dónde pueden llegar sus fantasías de poder, Estados Unidos como superpotencia (no me refiero al Partido Demócrata como individualidad) haya sido sorprendida en su buena fe el 6 de enero. La buena fe no existe cuando uno tiene de contrincante a una figura como la de Donald Trump y cuando se es el actor de mayor peso en la escena internacional. Washington debe guardarse la candidez en el bolsillo. Esta vez el ataque no provino de Al Qaeda. La profanación fue confeccionada en casa. Provino de las entrañas del sistema. ¿Qué significa esto? Que el establishment puede ser infiltrado por líderes siniestros -y algo más que siniestros, como veremos en el curso de este trabajo- que pueden poner en peligro el equilibrio del ecosistema democrático. Estoy segura de que China o Rusia, que no son países precisamente libres pero que tienen en común con Estados Unidos su relevancia en el tablero mundial, no se dejan llevar por su buena fe. Son suspicaces. Tienen malicia. Desconfían. Trump le tomó el pelo (y algo más que eso) a Washington porque Washington descuidó lo que los rusos y los chinos no harían jamás: El perfil psicológico de su contrincante.

III

¿Qué es lo que distingue a la psique de Trump que fue capaz de llegar tan lejos el 6 de enero? En el documental Unfit: The Psychology of Donald Trump (2020), dirigido por Dan Partland, una constelación de psiquiatras, psicólogos y expertos en salud mental intentan descifrar el enigma. Fue hecho antes de la toma del Parlamento, como se nota. Pero cuán visionario resultó. En la cinta, John Gartner, quien ha sido profesor del Departamento de Psiquiatría de la Escuela de Medicina de la Universidad Johns Hopkins durante 28 años, comenta: “Nosotros somos muy naif; nosotros no entendemos que toda democracia es siempre vulnerable y que puede ser asaltada (taken over)”.

Gartner señala que las generaciones de norteamericanos que crecieron después de la Segunda Guerra Mundial, y que han vivido uno de los períodos de paz y prosperidad más grandes que haya habido en la historia de la humanidad, dan por sentado que la democracia es sólida. El psicólogo rescata que la democracia liberal se ha ido diseminando por el planeta. Pero evoca una predicción que formuló Platón, y que él cree que hay que tomársela como una advertencia: Toda democracia termina en autocracia. Esta frase del filósofo griego comenzó a latir en la mente del psicólogo con más fuerza desde que, en 2016, Trump se convirtió en una figura con posibilidades de llegar a la Casa Blanca. Y fijémonos en la expresión que usó en Unfit para alertar sobre las amenazas que gravitan alrededor de la democracia: Puede ser asaltada.

Full article: The personality of populists: provocateurs, charismatic leaders, or drunken dinner guests? (tandfonline.com)

Gartner se adelantó a los hechos bajo la guía de Platón. Lo que dijo en el documental luce premonitorio de cara a las escenas tribales protagonizadas por los hinchas de Trump con la anuencia del magnate. ¿Lo anticipó porque es clarividente?, ¿lo predijo porque consultó el oráculo? No. Lo anticipó porque conoce muy bien la psique de Trump. Gartner sostiene que Trump sufre el más severo desorden de personalidad que exista: Narcisismo maligno. La categoría la propuso Erich Fromm. Y Gartner apela a ella para etiquetar al líder republicano. Fromm escribió un libro titulado El corazón del hombre. Su potencia para el bien y para el mal en el que traza el perfil de este tipo de personas. Se basó en la figura de Hitler para describir la patología, que, dados los confines del mal a los que se acercó el Führer, rebasaba cualquier clasificación.

El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5, por sus siglas en inglés), considerado como la “biblia” de quienes trabajan en el área de la salud mental, habla simplemente del trastorno narcisista de personalidad. Los rasgos de quienes entran en esta clasificación son mencionados en el libro sagrado con el mayor detalle: Patrón dominante de grandeza (en la fantasía o en el comportamiento); necesidad de admiración y falta de empatía: Sentimientos de grandeza y prepotencia; absortas en fantasías de éxito, poder, brillantez; creen que son especiales y únicas; necesidad excesiva de que las admiren; envidian a los demás o creen que los otros las envidian; y muestran comportamientos o actitudes arrogantes o de superioridad.

Fromm fue más allá. Y agregó un adjetivo que coloca las cosas en otro terreno: Maligno. El mal llevado a los extremos, algo inédito. También por esta razón fue que Hannah Arendt escribió su serie sobre el fenómeno del totalitarismo. Es que hay narcisos, sin apellidos. Y hay narcisos letales. Dos cosas distintas. Las ambiciones de quienes padecen el trastorno de narcisismo maligno  no tienen techo. Son desmedidas. Hitler proclamaba que el Tercer Reich duraría mil años. Fromm lo expresa con una frase: “Quieren la luna”. Fromm dijo eso antes de que el Apolo 11 conquistara el satélite. Ahora habría que decir: Ni siquiera el infinito les resulta suficiente.

Esos aires de grandeza son los que explican por qué Trump aseguró 493 veces que había construido la economía más fuerte. O por qué le sacó a su rival de Corea del Norte, Kim Jong-un, que su botón nuclear es mucho mejor que el de él. Trump -esto es una perogrullada- es el antónimo de la modestia.  “Soy un genio extremadamente estable”, soltó luego de que una reunión que sostuvo con líderes del Partido Demócrata discurriera en un clima de hostilidad. En su cuenta de Twitter, llegó a escribir: “Lo siento por los perdedores y por los que me odian, pero mi IQ es uno de los más altos. ¡Y lo saben! Por favor, no se sientan tan estúpidos e inseguros, no es su culpa”.

¿América primero? Donald, primero.

IV

Gartner explica en su libro Rocket Man: Nuclear Madness and the Mind of Donald Trump (2018) que Fromm combinó los clásicos rasgos del narcisismo con otros tres elementos severamente patológicos (paranoia, sociopatía y sadismo) para sustentar su diagnóstico del trastorno narcisista maligno. Dado el alto IQ que reivindica, demos por sentado que Trump es narciso, lo cual, en sí mismo, sería inocuo si este rasgo no estuviera acompañado de los otros que Gartner le endosa. Rasgos que yo, que no soy psiquiatra ni psicóloga, sino una periodista curiosa y dispuesta a meterme en asuntos que los analistas políticos generalmente suelen subestimar porque consideran que escrutar la psique de un líder ronda lo supersticioso, encuentro dignos de ser considerados. Pasemos revista entonces a las otras tres condiciones que menciona Fromm.

La paranoia: Trump habló un sinnúmero de veces de teorías conspirativas y de lo que ha dado en llamarse el “estado profundo”. Gartner subraya que un típico signo paranoide de Trump es la demonización de todo aquel que discrepe de su posición. Ve enemigos y no interlocutores. La sociopatía: Gartner dice que lo que suele llamarse psicopatía o sociopatía es lo que figura en el DSM-V como “Desorden de personalidad antisocial”. Estos son algunos signos que presentan quienes lo padecen: Mienten todo el tiempo; violan los derechos de los otros; carecen de remordimientos o culpa por las cosas destructivas que hacen; rompen normas y leyes. ¿Encaja Trump? Uno: Rompió con el ritual de una transición pacífica al aupar a sus seguidores. Dos: Los medios han publicado informaciones sobre las trampas que hace con los tributos. Su respuesta: “¿Quién no hace ingeniería fiscal?”. Tres: Bajo el señuelo de la Universidad Trump, engañó a más de 6.000.000 de estudiantes con falsas promesas. El magnate habría obtenido un beneficio de 5 millones de dólares por este rubro.

“Habla de Personalidades Altamente Conflictivas, y en su lista están Hitler, Mao, Stalin, Nixon, Trump, Putin y… Maduro”

Bill Eddy, autor del libro ¿Por qué elegimos narcisistas y sociópatas y cómo podemos pararlo?

Y por último, el sadismo: Gartner señala que Trump siente verdadero placer en perjudicar, humillar y degradar a otros seres humanos. “Yo analicé sus tuits. Literalmente me enfermé: es un ataque tras otro”. El psiquiatra y psicoanalista Lance Dodes, entrevistado también para Unfit, dice que una de las mayores muestras de crueldad que mostró Trump fue cuando separó a los niños de sus padres en la frontera sur de Estados Unidos en 2018. A finales del año pasado, todavía 545 menores no se habían reencontrado con su familia. Este solo hecho ya es una señal de alarma. Porque, como bien dice Dodes en el documental, se puede desarrollar una buena política de inmigración sin destruir la vida de esos niños. Dodes agrega: “Si no tienes empatía, maltratas porque no te importa”.

Vicente Garrido Genovés, criminólogo y psicólogo español, autor del libro Cara a cara con el psicópata, define la falta de empatía como la incapacidad de una persona para establecer verdadera sintonía afectiva con el otro, tanto en lo que respecta a la tristeza como en lo que toca a la alegría. No se coloca en el lugar del otro. No sufre con el otro. Además, no siente culpa ni remordimiento. El daño que infligen a los demás constituye para los psicópatas una fuente de goce. Son despiadados y mordaces. ¿Encaja Trump? Su propia hermana, Maryanne Barry Trump, habló de este costado de la personalidad del político en una conversación que furtivamente grabó su sobrina: “Donald es cruel”. Pero no es necesario apelar a pinchazos telefónicos para analizar su inclinación a la crueldad. Tan solo un abreboca: «Si no puede satisfacer a su marido ¿cómo piensa satisfacer a América?», le lanzó Trump a su rival política, Hillary Clinton, en clara alusión a las infidelidades atribuidas a su marido, Bill Clinton. Trump blande el Kamasutra como si fuera una espada para atacar a la líder demócrata.

V

Garrido Genovés aclara que los psicópatas no necesariamente son asesinos en serie ni delincuentes manifiestos. Ese es -advierte- un arquetipo creado por el cine y la literatura. Esas criaturas a lo Hollywood son las que la gente suele tener en mente cuando se habla de estas personalidades oscuras. El doctor Hannibal Lecter es un clásico ejemplo. Pero los psicópatas también pueden estar allí, cerca de nosotros, y llevar una vida normal. Son, por usar una expresión, psicópatas de alto funcionamiento. Para distinguirlos de los que han cometido delitos de los que no, a los primeros se les denomina psicópatas forenses y a los segundos, psicópatas adaptados. Estos últimos andan sueltos y su apariencia de normalidad los dota de una suerte de salvoconducto. Pueden ocupar un alto cargo en una empresa y subyugar a sus subalternos. Pueden ser banqueros de paltó y corbata que estafan a los clientes. O pueden escalar hasta llegar a la cima del statu quo.

Sin embargo, el psiquiatra argentino Hugo Marietán, un experto en el tema, considera que hablar de psicópatas adaptados sería incorrecto: Su impresión, después de años de trabajo clínico, es que los psicópatas no se adaptan nunca. Son incorregibles. Sean asesinos en serie o no, siembran el caos donde estén. Y no tienen el menor propósito de enmienda porque no sienten culpa ni arrepentimiento genuinos. Él prefiere llamarlos psicópatas cotidianos. ¿Y por qué aterrizan esos psicópatas cotidianos en la política? Porque su sed de dominio es inmensa. Marietán lo explica así: “El psicópata siempre va detrás del poder. Porque el poder le garantiza que pueda satisfacer sus necesidades especiales: Sentirse superior a los demás”.

Full article: The personality of populists: provocateurs, charismatic leaders, or drunken dinner guests? (tandfonline.com)

Y dice algo de sumo interés para explicar el asalto al Capitolio, aunque él no lo dijera refiriéndose a ello porque la frase fue emitida con anterioridad a los hechos del 6 de enero: “Hay algo en el psicópata que le impide aceptar el orden establecido”. Marietán habla de un subtipo: Los psicópatas que suelen confrontar con el sistema dentro del sistema mismo. Y aquí incluye a líderes de extrema derecha o de extrema izquierda. ¿Encaja Trump?, ¿no fue desde el podio ubicado en las adyacencias de la Casa Blanca desde donde aupó a sus seguidores? Marietán explica también la diferencia entre un político normal y el político-psicópata: “Un dirigente común sabe que tiene que cumplir su función durante un tiempo determinado. Y, cumplida su función, se va. Al psicópata, en cambio, una vez que está arriba, no lo saca nadie: quiere estar una vez, dos veces, tres veces. No suelta el poder y mucho menos lo delega”.

Garrido Genovés, por su parte, señala que el estudio científico de la psicopatía se remonta al siglo XIX. Recuerda que fue el médico Philip Pinel quien describió por primera vez este fenómeno. Esta fue la descripción que hizo: “No fue poca sorpresa encontrar muchos maníacos que en ningún momento dieron evidencia alguna de tener una lesión en su capacidad de comprensión, pero que estaban bajo el dominio de una furia instintiva y abstracta, como si fueran sólo las facultades del afecto las que hubieran sido dañadas”.

El psicólogo español agrega: “Claro está, Pinel sólo tenía acceso, en su consulta del hospital mental, a aquellos psicópatas que, debido a su conducta violenta, habían mostrado una «furia» absurda y dañina para los demás. Pero su diagnóstico fue exacto, al determinar que no había lesión en su capacidad de comprender, sino en sus emociones sociales, de las que parecían carecer. Por ello acuñó la expresión «locura sin delirio» para referirse a los psicópatas: eran «locos» o «maníacos» -esto es, personas anormales- pero «no deliraban», es decir, no mostraban los delirios y alucinaciones tradicionales en los «locos» convencionales”.

El psiquiatra Allen Frances, quien coordinó el equipo que redactó los criterios del Trastorno Narcisista de Personalidad para el DSM-IV, escribió una carta a The New York Times en la que advertía que resultaba injusto para los enfermos mentales meterlos en el mismo grupo en el que se metía a Trump. Considera que a Trump hay que calificarlo como “maligno” y “estúpido”, pero no como un enfermo mental. Frances insiste en que en su mayoría los enfermos mentales son buenas personas y que la mayoría de las personas malignas o estúpidas no están mentalmente enfermas. “Tendemos a equiparar el mal comportamiento con la enfermedad mental, y eso nos hace menos capaces de lidiar con el mal comportamiento en sus propios términos”. El psiquiatra dijo al Times: “Él puede ser un narcisista de categoría mundial, pero eso no lo convierte en mentalmente enfermo, porque no sufre de la ansiedad y la discapacidad requeridas para diagnosticar un desorden mental”.

Quizás lo que Frances quiere decir es que tildar a Trump de enfermo mental es restarle responsabilidad a sus actos y eximirlo de sanciones penales. Un editorial escrito por el equipo de The New York Times, luego de que un grupo de psiquiatras, psicólogos y expertos en salud mental publicaran una carta en la que advertían sobre los rasgos de la personalidad de Trump, estaba en la misma tónica. El alegato de los periodistas era que a Trump había que enfrentarlo en el terreno político (alentando el voto) en vez de hacerlo en el terreno psiquiátrico, lo que podía ser interpretado como un ardid para sacarlo de juego. La estrategia fue correcta. El voto lo sacó de la Casa Blanca. Probablemente un juicio por su incapacidad no hubiera llegado a ninguna parte. La inclinación cartesiana de nuestra cultura, además, conspira contra algo tan subjetivo como agarrarse de una etiqueta para desalojarlo del poder. Pero entender que la estrategia correcta era la de la movilización de los votantes no significa que deba clausurarse el debate sobre su perfil psicológico. Porque la lección que deja el caso Trump es que ninguna democracia está blindada frente a posibles depredadores.

VI

Los psicópatas cotidianos pueden cruzar el umbral y ganarse el rótulo de psicópatas forenses. Saltan de una categoría a otra. Trump, desde luego, no llegó a tanto. Trump no es Hitler, ni Stalin. Pero no porque no quisiera, sino porque el sistema inmunológico de la democracia norteamericana le puso un freno e impidió que el tirano que probablemente lleva dentro se saliera con la suya. Los norteamericanos fueron sorprendidos en su inocencia dada su longeva tradición democrática. Rápidamente, sin embargo, el sistema se defendió de la embestida tribal. Lo que vimos después resultó también sorprendente: Un comunicado de las fuerzas armadas y, luego, 25 mil guardias desplegados para garantizar el orden durante la investidura de Joe Biden y Kamala Harris. Es lo que podría llamarse una democracia tutelada, un  término que nos resulta tan familiar en Venezuela y lucía tan ajeno a la cultura gringa.

A lo mejor Gartner no se lo imaginó exactamente en estos términos. El Capitolio convertido en una caverna. Una horda que corre tras Nancy Pelosi. Unos salvajes rompiendo cristales. Pero… tal vez sí. En Unfit, Gartner, al explicar la adhesión que concitan los líderes del linaje de Trump, recurre al comportamiento de los primates. La crítica de cine Fernanda Solórzano resume para la revista mexicana Letras Libres la idea que quiere transmitir el especialista: “En el documental #Unfit: The psychology of Donald Trump el psicólogo John Gartner describe al espectador un comportamiento de los chimpancés. Según observó la famosa primatóloga Jane Goodall, durante el tiempo en que los animales formaron un solo grupo, los machos desplegaron gestos para mostrarse dominantes (gritaban, se golpeaban el pecho, lanzaban piedras al río) pero nunca se lastimaron entre sí”.

“La cosa cambió cuando el grupo se dividió en dos. El chimpancé de una de las manadas desplegó esos comportamientos, pero esta vez los usó para arengar al resto. Una vez que lo consiguió encabezó una marcha hacia el terreno ocupado por la otra manada. Apenas los chimpancés invasores avistaban a un macho del grupo contrario, lo golpeaban hasta matarlo. No importaba si el simio víctima no había mostrado agresión. Podía incluso tratarse de un chimpancé con el que habían convivido antes, pero, al calor de la arenga, eso ya no importaba: Su líder los había predispuesto a verlo como enemigo. Los chimpancés repetían el ataque con cada macho que avistaban. Eventualmente mataron a todos y se apropiaron de sus hembras y su territorio”.

Solórzano, cuya crónica fue publicada el 1o de octubre de 2020, continúa: “Esta dinámica, dice Gartner, tiene un rol en la evolución: Los grupos con un líder agresivo y manipulador lograron esparcir sus genes. Tan importante como el rol del líder fue que los simios desarrollaron una proclividad a seguirlos. Esta inclinación, concluye Gartner, es parte de nuestro bagaje genético. Lo que justifica que los líderes humanos bravucones convenzan fácilmente a un grupo de que hay un bando enemigo que amenaza con destruirlos (aunque no haya evidencia de ello). En conclusión, esto explica que tantos hayan sucumbido al llamado de Donald Trump”. La cronista, inspirada en el relato de Gartner, elabora una idea muy gráfica: Que las figuras públicas que exhiben un trastorno de narcisismo maligno de personalidad tienden a “explotar el tribalismo latente en toda sociedad”.

Tribalismo latente. Resalto la expresión porque ninguna otra puede definir con tanto tino lo que sucedió el 6 de enero. Eso es lo que Gartner había advertido. Y también lo asomó en Unfit el psicólogo Sheldon Salomon, quien advierte que siempre hay una tendencia en los líderes carismáticos a sacar a flote la naturaleza tribal de los humanos. Eso fue lo que ocurrió. Es esa descripción que hace Gartner, y que apoya Salomon, la que arroja luces sobre cómo una turba fue capaz de tomar por asalto el Parlamento a instancias del macho alfa que cantaba fraude. Lo de macho alfa es una imagen que usa Gartner. 

“La lección que deja el caso Trump es que ninguna democracia está blindada frente a posibles depredadores”

Pero Donald Trump no es tan solo un primate que chilla porque perdió un torneo electoral. Está dotado de una psique que lo hace especial. Distinto. Y es a cavilar sobre esa psique que se dedican los especialistas consultados para el documental. Uno de ellos, el psiquiatra Justin A. Frank, autor del libro Trump on the couch: inside the mind of the President (Trump en el diván: dentro de la mente del presidente), no apela a eufemismo alguno ni a sutilezas. Cataloga al líder republicano de “sociópata” y aclara que los expertos en salud mental están en el deber de advertir a la sociedad sobre el peligro que este tipo de personas representan cuando ocupan un cargo de tan alta investidura. Frank también ha escrito perfiles de otros ex mandatarios, como George Bush y Barack Obama. Y hace una acotación clave: sostiene que no tiene la menor duda de que los rusos estudiaron la personalidad de Trump para convertirse en un factor de influencia en las elecciones que lo elevaron a la Casa Blanca. Pregunto: Si lo estudiaron los rusos, ¿cómo puede explicarse que el establishment norteamericano no haya estado prevenido al bate? Es cierto que Trump se hallaba a la cabeza de ese establishment en tanto que ostentaba el más alto cargo del organigrama del poder. Eso le otorgaba, sin duda, una enorme ventaja. Sin embargo, la fuerza de una superpotencia no se reduce a un solo hombre. Descansa en un tinglado.

Gartner hace una aclaratoria importante en Unfit: “No es verdad que padecer un desorden mental te hace un mal presidente. Uno de mis libros favoritos se titula Lincoln’s melancholy. Lincoln sufría una personalidad depresiva. Y eso en parte le permitió ganar la guerra civil. Él tenía una gran capacidad para soportar el sufrimiento mental, que le venía dado por lo que él era. Así que la enorme carga de la guerra civil era algo que él estaba en capacidad de soportar”. Otro ejemplo que menciona el psicólogo: “Yo escribí una biografía de Bill Clinton y cómo su hipomanía era parte de lo que lo cargaba de energía en términos de su carisma y de su creatividad. Eso también estaba vinculado con su impulsividad y su hipersexualidad. Era un arma de doble filo. Pero eso no lo incapacitaba para ser presidente. No lo incapacitaba tener un desorden psicológico. Pero Donald Trump muestra signos del más severo desorden de personalidad: narcisismo maligno”.

Y en cuanto a la pregunta de rigor (¿se puede diagnosticar a alguien como psicópata sin que esa persona haya pasado por el consultorio?), Gartner replica en Unfit: “Lo que la gente debe entender es que hoy en día la entrevista psiquiátrica es el método menos confiable [obviamente, Gartner se refiere al diagnóstico en el caso de la psicopatía] porque nuestro actual sistema diagnóstico, el DSM, está basado en criterios de conducta observables. Cuando tú interactúas con alguien, pueden mentirte. Pueden decir: ‘Oh, yo nunca hice eso’. Pero si tú realmente pudieras observar su comportamiento, seguirles la pista, si pudieras observarlos en televisión, si tú pudieras leer sus redes sociales, hablar con las personas de su entorno, probablemente obtendrás un indicador más confiable de cómo se comportan. Yo confío más en mi diagnóstico de Donald Trump que de cualquier diagnóstico que haya hecho antes porque tengo más información”.

Seguramente Gartner ya leyó la nota de The Washington Post sobre las 30.573 afirmaciones falsas o engañosas que Trump lanzó durante su mandato.

VII

La llamada Tríada Oscura (Dark Triad), ideada por los psicólogos Delroy L. Paulhus y Kevin M. Williams, es otro lente que permite aproximarse al tema de las personalidades malévolas. Los tres factores que se incluyen en esta fórmula son el narcisismo, la psicopatía y el maquiavelismo, que, según este enfoque, estarían relacionados entre sí. Basados en la Tríada Oscura, Peter Jonason y Gregory Webster desarrollaron un test denominado The dirty dozen, que explora con detalle cada uno de los rasgos trabajados por Paulhus y Williams. Y este test, a su vez, sirvió de insumo a Alessandro Nai (Holanda) y Ferran Martínez (Australia) para indagar en la personalidad de un grupo de líderes populistas y no populistas. En este estudio, en el que 0 es una calificación muy baja y 4 muy alta, Trump obtuvo 3,91 en narcisismo; 3,66 en psicopatía; y 3,44 en maquiavelismo. La puntuación de Vladimir Putin es de 3,67; 3,25 y 2,67, respectivamente. Y la de Daniel Ortega es de 3,33; 3,50 y 2,50.

Full article: The personality of populists: provocateurs, charismatic leaders, or drunken dinner guests? (tandfonline.com)

El estudio exploró las características de personalidad de 152 candidatos que participaron en elecciones celebradas en el mundo entre junio de 2016 y diciembre de 2018. De esos 152 políticos, 33 son catalogados como populistas. Y los populistas, según lo que encontraron Alessandro Nai y Ferran Martínez, quienes suministraron el test a un grupo de 1.280 expertos para que hicieran la evaluación de cada uno de los analizados, son los que suelen puntuar más alto en la llamada Tríada Oscura. ¿Qué tipo de preguntas contiene el cuestionario? En lo que concierne al narcisismo, por ejemplo, se toman en consideración elementos como: Tiende a querer que otros le admiren; tiende a querer que otros le presten atención; tiende a buscar prestigio o estatus; trata de ser dominante en cuestiones sociales.

En lo que corresponde a la psicopatía, los ítems son de este tipo: Tiende a carecer de remordimiento; tiende a ser cruel e insensible; tiende a no preocuparse por la moralidad de sus acciones; tiende a ser cínico; tiende a frustrarse fácilmente; tiende a perder los estribos rápidamente. Y el maquiavelismo incluye conductas de esta naturaleza: Ha utilizado el engaño y la mentira para salirse con la suya; tiende a manipular a los demás para salirse con la suya; ha utilizado la adulación para salirse con la suya; tiende a explotar a los demás para su beneficio; tiende a tener problemas para comprender los sentimientos de otras personas.

Además de la Tríada Oscura, en el estudio se incluyeron cinco rasgos (Big Five) que suelen tomar en cuenta los psicólogos para definir la personalidad. Ellos son: Extraversión; amabilidad; conciencia; estabilidad emocional; y apertura. Trump, como suele ocurrir con los líderes populistas, puntuó alto en extraversión: 3,61 sobre 4. Sin la menor duda, el magnate sabe llegarle a la audiencia. Pero en los cuatro restantes indicadores otra vez emerge la sombra: 0,18 en amabilidad; 0,68 en conciencia; 0,43 en estabilidad emocional; y 1,88 en apertura. Y si cruzamos estos datos con el análisis que hace el terapista, abogado y mediador Bill Eddy en su libro Why we elect narcissists and sociopaths – and how can we stop (Por qué elegimos narcisistas y sociópatas y cómo podemos pararlo) la idea de que Trump es una figura malévola se afianza. Eddy recurre a una etiqueta menos controversial: Habla de Personalidades Altamente Conflictivas (HCPs, por sus siglas en inglés). Y en su lista están Hitler, Mao, Stalin, Nixon, Trump, Putin y… Maduro.

VIII

Desde luego que esta nota no pretende ser un estudio académico ni mucho menos definitivo o categórico sobre la controversial personalidad de Trump. Sí me resulta llamativo que desde distintos ángulos el líder republicano califique para algo más que un mal carácter o un pésimo temperamento. Podríamos decir que, en efecto, se trata de una Personalidad Altamente Conflictiva. Trump es disruptivo. Es pendenciero. Miente. Hace trampa. Es cruel. Crea caos. Como señaló el periodista de The New York Times, Thomas Friedman, en una entrevista con CNN: “Ha sido muy bueno rompiendo cosas; si quieres romper algo, Donald Trump es ideal”. Friedman menciona el pacto con Irán, el saboteo al bloque Nafta, el tratado de armas con Rusia, las relaciones con China, el intento de quebrar el plan de salud de Obama (Obamacare) y el código tributario. “Es muy bueno rompiendo cosas, pero lo que no nos ha mostrado aún es que tenga alguna habilidad para crear cosas. Porque crear cosas significa unir a la gente. El Presidente se dedicó a destruir todas esas alianzas y progresos”.

Si lo viéramos a la luz de la llamada Escala de Evaluación de la Psicopatía, elaborada por el psicólogo canadiense Robert Hare, y que constituye la matriz de la cual se han nutrido quienes se dedican a investigar este fascinante y polémico tema, probablemente Trump daría positivo en buena parte de los 20 ítems o criterios que la componen. Ahora, lo que no está en tela de juicio es que Trump ha mostrado empatía con los venezolanos. Durante su gestión se tomaron medidas para estrechar el cerco contra el régimen. Desde luego, la explicación de esta solidaridad viene dada por los dividendos políticos que le generaba al magnate aplicar mano dura. He de confesar que no soy anti-Trump a ultranza.

Mi cerebro de primate me obliga a reconocer que, geopolíticamente, no nos venía mal que el gobierno chavista sintiera la coacción internacional para forzar una salida electoral. En ese juego de presión, Trump era el macho alfa. Entiendo a los compatriotas que se aferraron a la tabla de salvación que encarnaba el magnate. Son dos décadas de lucha. Muertos. Heridos. Presos de conciencia. Economía en el foso. País devastado. ¿Quién no se desespera? Pero lo que definitivamente creo es que el orden mundial -en el que actores como China, Rusia y Corea del Norte juegan un rol estelar- es algo que está más allá de todo. Es supra. No podemos delegarlo en una figura tan altamente disruptiva como Trump, que prende la mecha adonde llega. No tenía esto tan claro hasta que vi por televisión las imágenes de la toma violenta del Capitolio. Mi asombro ahora resulta mayúsculo: Que la superpotencia no haya activado en la víspera el Manual para lidiar con Trump, produce escalofríos. Ojalá que de aquí en adelante Estados Unidos tenga muy presente la profecía de Platón.

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