En la aldea
02 diciembre 2024

Timoteo Zambrano se parece a un adjetivo despectivo

El hombre que cambia para que sus privilegios no cambien. Timoteo Zambrano llevaba tiempo tratando de venderse como un político serio y ecuánime. Hasta que el amor y el interés entraron en conflicto y el inestable ser que le habitaba decidió quedarse tranquilo porque finalmente llegó cerquita de Nicolás Maduro, lo más próximo al poder que podrá estar.

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Elizabeth Fuentes | 09 febrero 2021

A Timoteo Zambrano no se le puede despachar con el mote de político oportunista y ya. Con su cara de cantante de boleros de los años ‘50, aquella melancolía de político segundón que le ha acompañado en la larga la lista de partidos donde ha militado o fundado -seis hasta ahora y contando-, acompaña a un hombre excesivamente voluble, algo que algunos psiquiatras prefieren definir como “inmaduros” y les endosan una serie de características nada convenientes cuando se hace de la política una profesión: “No saben lo que quieren”, “están jugando con nosotros”, “nos están mareando”, “nos están utilizando”, dicen los expertos y se hunden en explicaciones muy serias sobre por qué alguien llega a ser tan inestable.

Pero el caso de Timoteo merece mayor estudio porque en su inconstancia ha ido de mal en peor al extremo de que después de militar varios años en el poderoso partido Acción Democrática (AD), donde llegó a ser Secretario General, ex Vicepresidente de la Internacional Socialista y Senador en la alianza con Irene Sáez, se lanzó cuesta abajo en la rodada dando tumbos en su particular manera de hacer política y es así como de AD se fugó hacia el partido de Antonio Ledezma, Alianza Bravo Pueblo (ABP); y de allí saltó al partido de Manuel Rosales, Un Nuevo Tiempo (UNT); y de allí al Polo Patriótico; y luego al de Leocenis García, Procuidadanos (esto merece signos de admiración), donde no duró ni seis meses; para finalmente registrar su propio partido, Cambiemos, nombre que mejor define sus ambiciones de jugar al camaleón siempre y cuando Timoteo siga en algún sitio en la marquesina de la devaluada política nacional.

Desde los pasillos de AD, donde se cocinan los mejores chismes de propios y ajenos, sigue rondando aquel viejo rumor de que su salida del partido fue por motivos contantes y sonantes. O algo así. Timoteo, dicen las malas lenguas adecas, quería registrar un Fondo Inmobiliario con los bienes inmuebles del partido -que eran muchos-, algo que se encontró con la negativa feroz del resto de la directiva. Como se sabe, los fondos inmobiliarios son “una inversión segura ya que su activo subyacente son bienes inmuebles, los cuales adquieren valor en el mercado, y son una alternativa ideal para grandes y pequeños inversores que deseen obtener rentabilidad casi asegurada por sus inversiones”. Es decir, que Timoteo quería convertir a AD en un tremendo negocio. Y quizás allí comenzó su andar en esa vía, el de la política como beneficio económico. Y para que eso se produzca, el “empresario” debe venderse en la vitrina principal, mostrar poder de convicción, ser protagonista de titulares, existir en medio de una feroz competencia entre sus iguales.  Porque a mayor recordatorio de la marca -diría un especialista en marketing-, mayores ganancias. Asunto que casualmente no aplica para el marketing político, valga el consejo, porque en este caso, a mayor inconstancia y costuras visibles, el candidato a lo que sea siempre será invisible.

Sin embargo, en eso de querer destacar como sea, Timoteo tiene un muy  particular Top Ten personal, donde cabe aquel ridículo nacional que protagonizó en 2003, cuando reveló que la entonces esposa de Hugo Chávez había sido secuestrada. Para entonces, Zambrano era miembro de la Coordinadora Democrática y de la Mesa de Diálogo y, obviamente, pisó una concha de mango que algún adversario le plantó. Pero su afán por hacerse notar le impidió realizar una mínima investigación antes de lanzar semejante escándalo a la calle y, en consecuencia, Timoteo recibió una andanada de insultos y reclamos. Aunque ni entonces ni ahora ha pedido disculpas y mucho menos reconoce sus destemplados errores. Ni antes ni cuando integró la “mesita” de diálogo nacional buena para nada, que le regaló a Nicolás Maduro una bomba de oxígeno adicional, grupo que se vendía como de opositores pero no lograron ni uno de los objetivos que los llevaba hasta allí. Tampoco explicó a sus poquísimos electores por qué fue de los pocos que votó en contra de la propuesta de Juan Guaidó de incorporar a Venezuela al TIAR. Nada de eso. Al contrario, de allí en adelante y ante el tamaño de sus constantes metidas de pata, Zambrano optó por perder definitivamente la vergüenza, asunto que parece importarle un bledo ante sus iguales del nuevo Parlamento y su poblado por “alacranes” y corruptos de la vieja y la nueva escuela, grupo de sinvergüenzas que saben que están allí gracias a la trampa, el abuso y la desfachatez del Gobierno que les ha regalado esa chamba para que se mantengan FIRRR como soldados obedientes, a cambio de quién sabe cuáles beneficios más allá de los escoltas y las camionetas blindadas de rigor.

“Entramos los tres”, dijo en rueda de prensa para anunciar feliz su presunto éxito en la Asamblea, como si se tratara de una carrera de caballos, números de votos que siguen en un misterio y lucen más bien como una ayudaita que el régimen les dio a quienes ha escogido como sus opositores, a su medida.

Acompañado de su viejo amigo adeco, Bernabé Gutiérrez, el mismo que se robó las siglas del partido y se hizo cómplice del Gobierno, Timoteo y sus socios terminarán convertidos en un adjetivo despectivo dentro de la historia de lo que fue Venezuela en algún tiempo y de ellos quedará si acaso las fotos de sus encuentros en lobbies de hoteles lujosos para lucir sus trajes a la medida, esos que suelen esconder la abultada figura de un traidor.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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