Quizá el peor valorado de todos los oficios, en todo tiempo y lugar, sea el de político. Con razón y sin ella se les critica y se les desprecia; hasta al mismísimo Pericles se le enrostraba con infamantes grafitis en los muros de Atenas. En tiempos de crisis esa percepción negativa aumenta considerablemente.
Probablemente sea esta la principal razón por la que ciudadanos honestos, capaces y bienintencionados se inhiben de participar en esa actividad y en consecuencia -dando fuelle a un perverso círculo vicioso- son los menos probos y los menos preparados quienes copan el oficio.
Desafortunadamente el problema va más allá de este déficit de capacidad e idoneidad; y es que muchos de quienes se sitúan fuera y “por encima” del juego político, desarrollan actitudes que resultan gravosas para encontrar soluciones reales a problemas concretos.
Así pasa con las estériles “almas bellas” que pontifican desde las alturas de sus incorruptibles principios. También es el caso de los supremacistas intelectuales, inocuos diletantes quienes víctimas del vicio ricardiano, se dedican a la elaboración de teorías hermosas y formalmente perfectas, pero sin asidero alguno en la realidad. Tanto a los “éticos” como a los “intelectuales”-antes de que la expresión se hubiera convertido en políticamente incorrecta- hubiéramos podido decirles que les falta calle y burdel. Otro grupo de suprapolíticos, tan nocivo como los anteriores, está integrado por los cultores del irracionalismo heroico; espíritus efervescentes cuya razón se calcina en el fuego del inmediatismo y del voluntarismo.
A pesar de lo que llevo dicho, y en estos momentos parece ser el caso en nuestro país, cuando el deterioro de las condiciones de vida en sociedad alcanza niveles insoportablemente dramáticos, muchos ciudadanos comienzan a vencer su aversión hacia la política.
Entonces aumenta el número de quienes asumen los costos de lidiar con “la cochina realidad”; de lidiar con la otredad poniendo a prueba los límites de la tolerancia; de lidiar con el esfuerzo exigente, y no pocas veces frustrante (la maldición de Sísifo), de empujar lo que es posible hacia lo que es deseable; de lidiar con la agonía que supone encontrar frecuentes encrucijadas que obligan a decidir entre la ética de los principios y la ética de la responsabilidad. En fin, son cada vez más quienes deciden hacer política.
Esta semana de apacibles carnavales Jorge Roig y Jorge Botti vacacionaron en Margarita y distrayendo parte del tiempo destinado al merecido descanso, se lo dedicaron a la política. Hablaron de la Venezuela pospetrolera y del giro copernicano que ello implica para nuestra manera de ser; del necesario ajuste de expectativas y de los horizontes temporales de cálculo; de la imprescindible negociación con los déspotas; del “tercer lado” (WilliamUry) que a la manera tunecina intentan consolidar Fedecámaras y la Iglesia; de la ventana de oportunidad que ofrecen las elecciones regionales y de la importancia de participar en ellas siguiendo una estrategia de acumulación gradual de poder. Hablaron con sensatez, realismo, inteligencia y patriotismo sereno. Hablaron como políticos.
Gracias, Jorge & Jorge.