Una norma no escrita advierte que no se debe tutear al entrevistado. Ni abusar de la primera persona. Pero, al carajo eso en esta ocasión. Con todo y el respeto, uno siente que César Miguel Rondón ha estado ahí a lo largo de buena parte de la vida. Alguien que siempre te ha hablado claro, con quien te has reído, te has informado, has descubierto cosas.
Te dicen “César Miguel” y ya sabes de quién te hablan.
El recuerdo más lejano que tengo de su voz es “La Flor en el Ojal”, un programa delirante en los años 80 que hacía con Iván Loscher y Napoléon Graziani. Y por azares del destino, he conversado con él, he estado en su programa alguna vez y hasta hemos compartido unos Chivas y un par de buenos tabacos. He aprendido leyendo “El libro de la salsa”, he escuchado música de su legendario iPod, le hice escuchar del mío la versión de Shenandoah, de Tom Waits y Keith Richards y gracias a él me hice lector del cubano Leonardo Padura.
Enumero esto y encuentro que son cosas que se agradecen siempre, lo mismo que tener una nueva excusa para volver a conversar.
-¿Cómo se ve Venezuela desde la distancia?, ¿mejor o peor de lo que se ve desde acá adentro?
-Se ve rara. Se ve muy rara porque tú, que has vivido toda tu vida en Venezuela con algunas excepciones durante la época universitaria, en tu época joven; asumes que la conoces hasta el hueso, pero a la distancia el hueso como que no existe y no sabes muy bien a qué atenerte. Entonces no es que se vea mejor o se vea peor, hay días en los que, coño, parece que ni se ve, hay como una neblina por la distancia y la confusión. Es una situación muy rara. Venezuela es tu casa, tu sitio, tu razón de ser y de repente no tener esa certeza te pone bastante incómodo. Te deja como en el aire.
-¿Eso podría explicar la percepción de que la gente cuando se va del país se pone más radical en su visión política?
-Creo que se ponen así por algún proceso de obcecación. No creo equivocarme si te digo que la inmensa mayoría de los venezolanos que están afuera están pasando trabajo, unos más que otros. Y cuando llegas a la noche a tu casa, siempre hay un momento en el que dices “coño, por qué yo estoy pasando esto si yo pudiese estar en mi país, en mi ciudad, en mi casa, con mis amigos de siempre”. Y ahí es cuando dices: “Estoy aquí afuera por estos desgraciados, etcétera, etcétera…”. Eso te obnubila, te obceca, te da una sensación de impotencia muy grande y pierdes la razón. De allí a mentar madre y maldecir, no hay sino un paso. Quizás eso explique ese proceso de radicalización. En definitiva, el que está pelando en Venezuela, está en Venezuela. No quiero apelar a la vieja humorada de “jodido, pero en Caracas”, pero vale en este caso porque es muy distinto estar jodido en Madrid o en Buenos Aires, es muy difícil.
-Hablando de estar en Caracas, aunque jodido… si pudieras estar en Venezuela en este momento, ¿qué es lo primero que te gustaría hacer?
-Quedarme contemplando El Ávila un buen rato, preferiblemente en la tarde, a la hora en la que empiezan a regresar las guacamayas… Eso me gustaría mucho hacer. Me gustaría caminar por mis pateaderos habituales allí en Chacao, ir al mercado, comprar alguna tontería, aunque no sé ya cómo se paga ni con qué moneda se paga… Pero, me gustaría mucho respirar Caracas.
-¿Hay algún objeto -o algo- que se te haya quedado en Caracas que te haya hecho decir alguna vez “coño, por qué lo dejé”?
-Oscar, yo salí en circunstancias muy extrañas. Salí con un carry-on donde iban un par de interiores, unas franelas y un escapulario que me dio mi mamá. Yo dejé todo.
-Eso es algo que poca gente sabe…
-Eso no lo sabe nadie… Es más, salí sin computadora y sin mi teléfono, porque si me agarraba de nuevo la gente esta, me lo iban a quitar y era muy riesgoso.
-Son muchas cosas entonces las que tuviste que dejar…
-Todo, todo. Es todo…
-Vámonos un poco más atrás… Comenzaste en la radio en 1974. Has vivido y te has adaptado a muchos cambios tecnológicos en tu oficio y los has aprovechado, además, pero… ¿alguna vez se te pasó por la cabeza que ibas a poder hacer radio desde un escritorio en tu propia casa?
-Eso nunca se me pasó por la cabeza. El mayor impacto que me dio la tecnología no fue con la radio, me lo dio la computación. Napoleón Graziani, que fue mi hermano y un gran hombre de radio, escribió conmigo en las novelas “Las amazonas” y “El sol sale para todos”. Él era muy dado a la tecnología y un día me llega con un disco de estos que llamaban floppy -en la prehistoria de la computación- y me dice “César, aquí está el capítulo de hoy”. Yo no podía entender eso. Yo empecé a escribir profesionalmente en la misma máquina Remington vieja de mi papá, que parecía un tanque de guerra y había que darle muy duro con los dedos a las teclas. Y por eso hoy en día escribo en una computadora y mi mujer y mis hijos me reclaman que por qué le doy tan duro a las teclas… Qué me iba a imaginar yo que en esa Remington donde mi papá escribía sus artículos iba a escribir yo también, y que después iba a terminar con una vainita que me llevo para arriba y para abajo y donde además veo películas, hago diez mil cosas y tengo toda la música del mundo. Eso es lo que más me ha impactado de los avances tecnológicos. Ahora, volviendo a la radio, yo empecé en el 74 oficialmente porque ese año me dieron el título de locutor -el 7.458- pero empecé a hacer programas de radio desde el 72, con Mingo Blanco, Marcelino Bisbal… contribuí una vez con Napoleón Bravo e Ibsen Martínez… En fin, yo vivía dando vueltas en torno al mundo de la radio y he hecho muchos oficios en esto. He sido hombre de radio, de televisión, escribí cine, he producido en cine, en televisión, en radio, pero en definitiva lo que de verdad soy es un hombre de radio. Afortunadamente, la radio es eterna. Cuando yo empecé me dijeron “sabes que este es un medio que se va a acabar pronto, que tiene los días contados”. Pues el que está contando, creo que se cansó…
-¿En ese trayecto hubo algún episodio del tipo ese en el que alguien te dice: “Carajito, ponte tu al micrófono, prueba esa voz ahí”?
-Como ese no, pero hubo un episodio precioso. Uno va teniendo en la vida maestros. En la Escuela de Filosofía me marcó mucho Juan Nuño, cuando hice Comunicación en la Católica me marcó mucho el Padre José Ignacio Rey; en el mundo de la telenovela me marcó de manera definitiva y terminó siendo mi compadre, Tabaré Pérez. En la radio, yo empecé haciendo “Música Barroca” y logré convencer al director de Radio Nacional de que me dejara hacer unos programas de salsa. Para que pudiera pasar en Radio Nacional eran unos programas muy sofisticados intelectualmente, se llamaban “Quiebre de quintos” y se transmitían los sábados de 5 a 6 de la tarde. Ahí es donde me inicio formalmente como locutor. El operador era Martín Gutiérrez, quien fue una institución en el mundo de la radio. Para que tengas una idea: Clemente Vargas Jr. publicaba discos de éxitos en los ‘60 y en el más famoso de estos discos sale él en la cabina de Radio Caracas Radio y el operador es Martín Gutiérrez. El negro Martín era un tipo muy elegante. En esa época ser operador de radio era algo muy sofisticado, cortabas aquí, pegabas allá, tenías que ser un pulpo, no como ahora que con un dedo le das a la computadora y todo está resuelto. En ese entonces es cuando empiezo formalmente a hablar por un micrófono. Un día en el que estoy leyendo un texto, de repente levanto la mirada y veo que en la cabina no hay nadie y pienso “coño, qué se hizo Martín” y en ese instante entra Martín al estudio, se para a mi lado, me pone la mano en el hombro y me dice “traga, carajito, que llegamos lejos”. Se refería a que tragara saliva porque uno empieza a hablar, se atora y no traga… Lo cierto es que Martín era muy melómano y le encantaba el programa. Lo disfrutó. A ese programa llevamos a Palmieri, a Roberto Roena, a Ismael Rivera, a Willie Colón… Años después cuando me toca grabar los audios de los textos de Maestra Vida, estoy en el estudio La Tierra Sound, allí estaban Willie Colón y Rubén Blades. Hay un momento en el que me quedo yo solo en el estudio, un estudio para música, inmenso, y cuando voy a empezar a grabar lo que me vino a la mente en ese instante fue la mano de Martín en mi hombro y escucharlo diciendo “traga, carajito, que llegamos lejos”. Dije, coño, Martín, estamos aquí. Es una anécdota que suelo recordar porque de verdad quise mucho a Martín y aprendí muchísimo de él.
-Ya que estamos en la música, ¿sigues usando tu famoso iPod o ya te entregaste a Spotify o a Apple Music?
-No hombre, el iPod famoso mío era el clásico. Yo lo guardo, pero ya se rebasó su capacidad. Entonces ahora entre el iTunes, Spotify y lo otro, está toda la música allí.
-Te entregaste al streaming.
-Me entregué al streaming… Pero lo tengo guardado. Yo llegué a tener tres iPod Classic por si se echaba a perder uno. Fíjate tú cómo piensa uno de viejo: Si se echa a perder uno, aquí tengo el repuesto. Y los guardo. Pero están en Caracas…
-Pero salieron buenos entonces: no se dañó ninguno.
-Salieron buenos, muy, muy buenos…
-¿Cuáles son las canciones que no pueden faltar en una fiesta musicalizada por ti?
-No puede faltar El Nazareno, con Ismael Rivera, porque El Nazareno está donde yo esté, con todo lo que eso implique incluso en el tono místico. Y sobre todo me gusta porque ese es el canto de los amigos: “El Nazareno me dijo que cuidara a mis amigos”. Para mí, un lema de vida es “pa’lante, pa’lante como el elefante y no dejes que te tumben tu plante”. Necesariamente tiene que estar esa. Creo que también tiene que estar Qué rico mambo, de Pérez Prado, porque suena solo. Oyes eso y las cosas se mueven, bailan. Y de allí para adelante, puede haber mucha música que vaya sonando. En la época de Radio Aeropuerto, Iván Loscher y yo hacíamos un programa que se llamaba “Salsa en las rocas”, donde yo ponía una salsa y el ponía un tema de rock. Lo hacíamos en vivo, los sábados de 1 a 6 de la tarde y la gente iba a vernos. Se hacían colas en la Avenida Los Mangos, de La Florida, y entraban por 10 o 15 minutos a vernos poner discos, que es una vaina un poco absurda… Pero después en el Centro Comercial San Ignacio, no recuerdo qué fue lo que inventó Valentina Maninat y entonces Iván y yo hicimos dos noches de DJ’s. Nunca había hecho eso para que la gente bailara y fue muy rico. Y lo terminé, para variar, con Los Beatles, pero con Los Beatles cubanos, así que quedó de lo más chévere. En esa fiesta también tendrían que estar Ah Ah / Oh No, de Willie Colón y Héctor Lavoe; Respect, de Aretha Franklin; cualquier merengue de Juan Luis Guerra; Divina niña, de la Dimensión Latina; y el Mosaico #7 de Billo. Para arrancar…
-¿Cantas en la ducha o no cantas porque hay que cuidar la voz?
-No, no, yo no cuido la voz: no canto porque desafino. No canto por vergüenza conmigo mismo.
-¿Tan malo así?
-Muy feo. Y además, como soy buen melómano, me pasa lo que no le pasa al resto de la gente que cantan en la ducha o en la calle y no se dan cuenta, pero yo sí me doy cuenta de que estoy pelado y no canto ni en la ducha.
-¿Cuál ha sido tu más reciente hallazgo musical?
-Siempre hay gente maravillosa que está por allí. Nella Rojas es sensacional. Siento que va a llegar lejísimo. Es una niña extraordinaria. Y hay ahorita mucha cosa venezolana magnífica. Laura Guevara hace cosas buenas. Entrevisté a Alejandro Zavala, que sacó un disco vocal porque como todo está tan caro y no tenía cómo pagar, él hizo todas las voces y le quedó maravilloso. Siempre estoy metiéndome a averiguar qué descubro, sobre todo en jazz, que es lo que oigo con más regularidad.
-Recomiéndame un disco para escuchar en soledad mientras fumo un buen tabaco…
-“Kind of Blue”, de Miles Davis. Eso no pela nunca. Ese disco es de 1959, lo pones hoy y está intacto. No ha envejecido pero ni un segundo.
-Más allá del trabajo, ¿qué es lo que más te gusta hacer en Miami, de qué manera disfrutas la ciudad?
-Paso mucho tiempo en casa, sobre todo por la pandemia. Pero lo que más disfruto es poder caminar por la playa. Yo soy un individuo de agua, de mar. Y además, es gratis, y esta es una ciudad muy cara. ¡Pasear frente al mar es muy rico y no pagas nada!
-¿Cómo sería una telenovela de hoy ambientada entre Miami y Caracas, cuál sería la trama central de la historia?
-Creo que sería una novela donde está a punto de caer el gobierno y hay gente que está preparando las maletas para irse. Y tienen que bregar con cómo van a organizar la vida allá en Caracas. En Venezuela algunos los van a recibir con los brazos abiertos y otros no tanto. Eso, más qué supone para quienes tienen ya un buen tiempo afuera dejar lo que establecieron aquí. La vida del exilio es complicada porque así como me preguntaste qué dejaste en Caracas y te dije “todo”, tú puedes echar raíces en otras partes. Hay muchas cosas que te jalan, pero una vez que estás en ese sitio que te acogió, que te deparó el destino, ahí echas raíces también. Entonces pasas a ser como aquel personaje que cantaba Leonardo Fabio, “ni soy de aquí, ni soy de allá”. O para hacer una cita más culta, como cantó Lennon con Los Beatles: “Nowhere Man”. Esa creo que sería una buena trama de novela. Pero que la escriba Padrón, pana, ya yo me dejé de eso.