En la aldea
03 mayo 2024

El Río Grande marca la frontera entre Texas, EE.UU. (izquierda) y México (derecha).

¡No pasen con coyotes!

Llegaron a un paso del Río Grande, ahí los dejaron a su suerte. Los coyotes se quedaron con el único equipaje que llevaban y despojaron al papá del efectivo que le quedaba en la cartera. María recuerda el rumor de la corriente. El padre llevaba a la menor en sus hombros, la mayor caminaba junto a ella, les llegaba el agua al cuello. María, llorando, relata lo que vivió junto a su familia al pasar la frontera entre México y Estados Unidos. “Fue la experiencia más dura que puede pasar un ser humano”. Esta historia tuvo un final feliz, por eso podemos contarla.

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Mari Montes | 23 febrero 2021

Llora cuando recuerda que tuvo que cortarles el pelo a sus dos hijas y vestirlas como varones, para protegerlas. Estaba convencida de que, haciéndolas pasar por niños, eran menos vulnerables, menos atractivas para las mafias que trafican personas en la frontera entre México y Estados Unidos. Le dijeron que esos grupos prefieren a las hembras. Escuchó relatos de terror.

Ella se llama María, reservamos su apellido para mantener su identidad en el anonimato, por petición suya, pero compartiré la historia que nos contó cuando fue atendida en el programa “Raíces venezolanas Miami”.

No son pocos los venezolanos a quienes les han vendido la idea de que entrar  a Estados Unidos por la frontera es una buena opción. Aquellos que pueden pagar un pasaje de avión para luego emprender el viaje al límite con Texas o Arizona, no imaginan la realidad, hasta que viven la dramática experiencia.

Desde que aterrizan, comienza un recorrido que no siempre pueden contar sus protagonistas. Esta familia tuvo que pagar a la policía para que les permitieran volar a Reynosa, fue una “acábala” que tuvieron que pasar, luego de cancelar 3 mil dólares. Al llegar a su primer destino cerca de la frontera, se dieron cuenta del peligro que corrían. 

“Una familia zuliana que salió del albergue cayó en manos de uno de esos grupos de traficantes de personas, y no se supo más de ellos”

Esta familia está integrada por papá, mamá y dos niñas, una entrando en la adolescencia y otra menor de 10 años. Se alojaron en una especie de refugio, que lleva un pastor de una iglesia cristiana, en cuyo jardín hay más de una veintena de carpas para albergar a viajeros que van a los Estados Unidos.  Son personas que se anotan en la lista de inmigración “MPP” o “Espere en México”, y que aguardan respuesta, a veces por meses.

Prácticamente no salían, aterrorizados por lo que escuchaban de personas desaparecidas. Los dos meses que estuvieron ahí, con las niñas vestidas como varones, se adaptaron a la dinámica de convivencia del albergue. Había otras tres familias de venezolanos. Mientras se preparaban para cruzar, se ajustaron al “campamento”. Ahí a todos les tocó hacer un oficio voluntario. En ese refugio suele haber profesionales de la salud, educadores, pueden ayudar en la cocina y en otras áreas.

La idea es no salir, salir es un peligro, las mafias que trafican personas están al acecho. Esos grupos manejan la información del territorio que dominan, saben quiénes están alojados en la iglesia y lo mejor es no exhibirse, salir a horas específicas y en grupo. De esa manera disminuyen los riesgos. Ahí no hay que hacerse notar. Valora que fueron bien tratados, pero con las carencias lógicas de un sitio que no es idóneo para atender a tanta gente: Casi un centenar de personas, adultos y niños.

Sabían que era verdadero el peligro que podían correr. Les asustó mucho saber de una familia zuliana que salió del albergue cayó en manos de uno de esos grupos de traficantes de personas, y no se supo más de ellos. No supieron qué pasó. Esa situación los hizo decidirse a contactar con un “coyote”, para pasar la frontera cuanto antes.

Se desesperaron. Llegaron a un precio, decidieron una hora y un lugar para encontrarse. Les dijeron que podían llevar una maleta, los vendaron; y en el vehículo que los trasladaba, no debían ni levantar la cabeza. Fueron horas de incertidumbre y nerviosismo.

Finalmente llegaron a un paso del Río Grande, ahí los dejaron a su suerte. Los coyotes se quedaron con el equipaje y despojaron al papá del efectivo que le quedaba en la cartera.

El paso del río fue angustiante. María recuerda el rumor de la corriente. El padre llevaba a la menor en sus hombros, la mayor caminaba junto a ella, les llegaba el agua al cuello.

Con el favor de Dios” -subraya-, llegaron a salvo al otro lado. Ahí fueron detenidos por una patrulla fronteriza. Los interrogaron, los llevaron a una oficina donde les mostraron decenas de fotografías de “coyotes”, pero ellos explicaron que no pudieron verlos. En la oficina de inmigración iniciaron su solicitud de asilo y en tres días pudieron salir.

Adicionalmente, les dieron una dirección donde les ayudaron con los pasajes a Miami, porque tenían un familiar a donde llegar. Tuvieron suerte, no hay duda.

Mientras contaba, María lloró mucho, francamente perturbada por recordar lo vivido, pero con necesidad de advertir que no le recomienda a nadie que viva esa pesadilla, y menos si tienen niños.

-“Entramos por Tamaulipas, mi esposo, mis dos hijas y yo. Fue la experiencia más dura que puede pasar un ser humano, vi cosas que me desesperaron. Eso está controlado por las mafias, y no puedes decir nada. Ahí quedaron muchos venezolanos. Ahí no hay autoridad a quien reclamarle, ahí, básicamente, no existes. Ahí dejé amigas que hice en el refugio, que aun no han podido pasar. Es una experiencia que no le deseo a nadie. No le recomiendo a nadie hacer eso. Ahí vi mi vida pasar como una película”.

Jamás se imaginó que sería tan traumático. La mayor de las niñas debe recibir asistencia psicológica para superar lo que padeció. María llora cuando describe el riesgo que corrieron, por ignorancia, por no saber que era tan peligroso.

-“¡Gracias a Dios, nosotros pudimos pasar! Luego fuimos recibidos por personas que fueron consideradas y humanas. Estuvimos bendecidos luego de vivir ese infierno. Porque ahí en la frontera no hay nadie que escuche, en aquel lado mandan las mafias y son sus leyes las que se cumplen. Fuimos afortunados porque Dios nos abrió el camino, pero vi a bastante gente quedarse de aquel lado, y también sabemos que hay muchos venezolanos detenidos por meses”.

Esta historia tuvo un “final feliz”, por eso podemos contarla. Hay otras historias que no sabemos.

A quienes tienen recursos para pagar, les ofrecen pasar a Estados Unidos como si se tratara de un paseo. Como demuestra la historia de María y su familia, no es verdad. El primer obstáculo es entrar en México, a muchos los han devuelto desde el aeropuerto, otros han tenido que pagar para seguir el viaje.

Al llegar a Miami, la familia de María les tenía el garaje acondicionado para alojarlos con comodidad, hasta que se estabilizaron. Están a la espera de la aprobación del asilo. Con sus permisos de trabajo han podido generar ingresos para alquilar su propio espacio, las niñas van a la escuela y juntos se apoyan para superar lo vivido.

-“¡Ahora es otra cosa! Estoy agradecida porque este país nos dio la oportunidad de estar aquí, y bueno, un día a la vez”.

Esto sucedió hace más de un año. Las niñas ya deben tener el cabello largo.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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