Mucho se ha debatido en Venezuela sobre el tema de las sanciones que países soberanos han impuesto a nuestro país, por considerar que han habido violaciones a normas o reglas internacionales. Los fervientes defensores de las mismas argumentan que este mecanismo de presión internacional serviría para romper la unidad de las Fuerzas Armadas, sostén casi único del régimen que gobierna a Venezuela para lograr una transición hacia la democracia. Otros más tímidos, y con más razón, argumentan que el único propósito de las sanciones es obligar al régimen de Nicolás Maduro a negociar. Y por último, hay un creciente grupo de analistas que, como hasta ahora las sanciones no han cumplido con ninguno de los supuestos anteriores, se declaran contrarios a las sanciones con la sobrada razón que las mismas solo han producido más pobreza y trabas para el sector privado por culpa fundamentalmente del nunca traducido “overcompliance”.
Probablemente encontremos razones de peso en los tres grupos para defender las respectivas justificaciones, en lo personal, no satanizo y menos bendigo a las sanciones. A mi juicio sin pretender ser nada original, las sanciones no son ni buenas ni malas, solo depende del uso que se les de… Por ejemplo, un asunto poco mencionado en cuando a las cosas positivas de las sanciones es que las mismas -qué duda cabe- han servido para desmontar un Petroestado ineficiente y terminar con un capitalismo de Estado todopoderoso para darle paso a una mayor incidencia del capital privado en la vida económica del país. Un hecho positivo sobre el cual apenas se empiezan a ver sus favorables efectos.
En cuanto a la clasificación de sanciones generales y sanciones personales, yo prefiero calificarlas como sanciones inteligentes y sanciones torpes. Las primeras ayudan al objetivo cualquiera que fuese, las segundas lo obstaculizan.
La anterior introducción me da paso para el objetivo real de este articulo, que no es precisamente dar una cátedra sobre las sanciones, repito, que hay mucha gente calificada opinando al respecto, sino para remitir mi opinión a las recientes sanciones de la Unión Europea contra “funcionarios” venezolanos: José Brito; Bernabé Gutiérrez; Indira Alfonzo; Leonardo Morales; Tania D’Amelio; Remigio Ceballos; Omar Prieto; siete Magistrados del TSJ; José Miguel Domínguez (Faes); dos directores de la Dgcim; un fiscal militar; un viceministro, y Douglas Rico.
Difícil defender a cualquiera de los miembros de esta lista, lejos estoy de hacerlo, pero lo primero que mueve a la reflexión es la oportunidad de las sanciones de la Unión Europea, que no ha sido precisamente muy ágil ni efectiva en cuanto a su política contra el régimen de Maduro, pareciera ser que ahora existe una mayor empatía con los Estados Unidos de Joe Biden para coordinar acciones, ojalá que sea así.
De las anteriores sanciones llama especialmente la atención las aplicadas a Leonardo Morales, un desconocido personaje que ocupó un puesto en el Consejo Nacional Electoral (CNE) tras la renuncia de Rafael Simón Jiménez, y cuya actuación en el proceso electoral del 6D ha sido nula, por no decir inexistente. Su nombramiento es atribuible al cupo de la mal llamada “mesita”.
La otra sanción que sorprende es la de Bernabé Gutiérrez, quien no es precisamente un modelo de político a quien yo admire. La sanción a Gutiérrez es por secuestrar un partido político como lo es Acción Democrática que tiene más de 20 años sin elecciones valiéndose de un apoyo preferencial, que no legal, del Tribunal Supremo de Justicia.
Bernabé, más mal que bien tiene ahora un Partido que es probablemente la mayor fuerza política para enfrentar -a su estilo- al régimen, allí hay diputados valiosos y gobernadores en ejercicio. ¿Era necesario sancionarlo?, ¿es lo mismo Bernabé Gutiérrez que Ceballos?
En la misma tónica, ¿sancionar a un miembro nombrado para el CNE por carambola y de actuación nula no aleja las posibilidades de gente honorable a postularse para el próximo CNE?
El atacar y sancionar a personajes que no son explícitamente funcionarios, es aumentar los costos de salida del régimen al agruparlos a todos en un mismo saco.
Considero entonces que el juego se volvió a trancar, el madurismo se encerrará de nuevo y avanzará para las regionales como meta próxima. Será difícil obtener un CNE confiable y si bien es cierto estas sanciones de la Unión Europea le dan la victoria a quienes más bien sueñan con una negociación integral que incluya elecciones presidenciales; en lo personal pienso que esto no ocurrirá y que lo poco que se había avanzado para preparar a la oposición para una batalla parcial en elecciones regionales que permita acumular fuerzas, se detiene como consecuencia de nuevas expectativas creadas por estas sanciones.
La gran pregunta sería: ¿Estas sanciones presionan para lograr una negociación real? No, yo creo que no han sido unas sanciones inteligentes, a pesar de ser individuales. Me parece que el ritmo de sanciones de cuando en cuando sigue creando unas expectativas de cambio de régimen que no ha ocurrido, y pienso que no ocurra por esta vía.
No pretendo que todos nos pongamos de acuerdo sobre la idoneidad de este tipo de sanciones, pero creo vale la pena levantar una voz de advertencia del peligroso camino de seguir apostando únicamente a las sanciones como presión internacional para salir de la crisis.
El gran objetivo de las sanciones debiera ser fracturar a la clase gobernante para obligarla a negociar, el atacar a las fuerzas periféricas que no son partidarias del régimen, aunque a veces lo parezcan, no es inteligente ni oportuno.
El camino que nos queda, casi por reducción al absurdo tras haber fracasado todas las anteriores iniciativas, es retomar la vía electoral y el próximo compromiso son las regionales que están a la vuelta de la esquina. Para ello es imprescindible comenzar desde ya a crear la plataforma adecuada que permita convencer a la población cansada, desesperanzada y desmotivada, que al menos existe una ruta, larga, llena de obstáculos y dificultades pero que nos permitiría acumular fuerzas para un eventual cambio de régimen en un mediano plazo.
Tarea difícil, pero necesaria.