En la aldea
19 abril 2024

La maravillosa luz al final del túnel

Muchos jóvenes venezolanos anónimos se empeñan ahora mismo, más allá de la guerra que les ha hecho la revolución, en formarse y convertirse en profesionales brillantes en diversas áreas del conocimiento. La mayoría ya lo son y lo ejercen en los países adonde se han ido, pero estoy seguro que un numeroso grupo de ellos se ilusionan con materializar sus sueños en Venezuela. La tarea de agruparse ya comenzó: Maryhen Jiménez, María Corina Muskus y Adriana Boersner, a través de las redes sociales, están amalgamando esta iniciativa con entusiasmo y creciente participación. ¿Serán estos jóvenes las semillas que germinen y reforesten la sabana quemada que han heredado?

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Francisco Suniaga | 10 marzo 2021

“Más allá de la guerra, Venezuela en tiempos de la independencia”, es un libro producto de la investigación de un grupo de historiadores, coordinado por Inés Quintero, en los primeros años de este siglo. Retrata desde un ángulo inusual, el del ciudadano común y corriente, uno de los períodos más complejos y contradictorios de nuestra historia, las dos décadas violentas que van entre 1810 y 1830. El período volcánico en que se formaba la nacionalidad, que la historiografía criolla tradicional registró desde las alturas de sus héroes militares.

Son muchas las conclusiones que alcanza este trabajo, enjundioso por donde se le mire. A los fines de esta nota, sin embargo, voy a destacar solo una: La circunstancia de que, no obstante la turbulencia social y política, de la violencia inimaginable y la destrucción en todos los ámbitos, la vida de los hombres y mujeres de a pie continuaba según el ritmo marcado por su cotidianidad. Ese es el hecho que demuestra la inmortalidad de la nación, y constituye el elemento fundamental para cualquier intento de reconstrucción.

Un ejemplo de esa época es José María Vargas, indiscutido héroe de la civilidad venezolana. Hijo de canarios, en 1813, año del infausto decreto, afectado por la guerra, optó por irse de Venezuela. Marchó a la Gran Bretaña, a Edimburgo, en cuya universidad complementó sus estudios de Medicina. Volvió a una Venezuela aún en ruinas en 1825 y comenzó su carrera académica en la Universidad de Caracas, en cuya reconstrucción académica fue decisivo. Su legado como se sabe, ha sido enorme.

Para muchos venezolanos pesimistas, estos años transcurridos del siglo XXI han sido por lo menos tan destructivos como aquellos de la guerra de Independencia. Más aún, sienten que semejante destrucción ha sido en vano, por una causa que ya probó ser equivocada, el socialismo comunista. Están convencidos además de que los esfuerzos hechos para contener a la revolución chavista han sido inútiles y que es soñar despierto pensar en una restauración. Vale decir, para ellos la famosa luz al final del túnel no existe, ni existirá.

“Esta iniciativa contiene el embrión de una propuesta de cambio radical en Venezuela”

Pero sí está ahí, y puede ser maravillosa. Muchos jóvenes venezolanos anónimos se empeñan ahora mismo, más allá de la guerra que les ha hecho la revolución, en formarse y convertirse en profesionales brillantes en diversas áreas del conocimiento. Muchos ya lo son y lo ejercen en los países adonde se han ido, pero estoy seguro que la mayoría de ellos, Vargas de este siglo, se ilusionan con materializar sus sueños en Venezuela.

Hay tres jóvenes investigadoras científicas, de diferentes áreas del saber, y en países con distintos husos horarios, que creen eso, que se han dedicado en estos últimos meses a levantar un registro de quiénes son las venezolanas que hacen lo mismo que ellas. Maryhen Jiménez, María Corina Muskus y Adriana Boersner. La yunta es totalmente informática, la relación entre las tres discurre a través de las redes sociales, al parecer ni siquiera se conocen personalmente. Se llaman “Venezolanas investigan”, cuentan incluso con un logo y ya son casi una centena de ellas a lo largo y ancho del planeta.

Como objetivos declarados -además de levantar el registro de integrantes y sus respectivas áreas de trabajo, de recoger y difundir la data de sus investigaciones, tesis doctorales, ensayos y obras publicadas– tienen el de hacer visible, la acción de las mujeres venezolanas en ese ámbito. En principio, es una iniciativa feminista. Aspiran lograr, organizándose, que sus voces sean escuchadas en los debates públicos venezolanos, arena dominada por la presencia masculina. No con el ánimo de hacerles competencia, advierten, sino de que el intercambio de ideas en los espacios académicos y públicos deba y pueda ser enriquecido con las, también calificadas, visiones femeninas. No en balde son la otra mitad de la población.

Más allá de las declaratorias y de su impulso feminista, absolutamente legítimo por lo demás, aquí hay otras cuestiones que considerar. Esta iniciativa contiene el embrión de una propuesta de cambio radical en Venezuela. Ese cambio que arranca con una demanda de nuevas conductas de las personas que van a convivir en un espacio y tiempo determinados, su Venezuela. Que se demuestre en el plano material que de toda la destrucción ha emanado un aprendizaje, una ética compartida, una nueva forma de hacer las cosas que los compromete a todos. Está claro que, si de verdad se quiere ver la luz al final del túnel, hay que tener, además de los ojos, la conciencia abierta para adquirir y desplegar esas conductas que demuestren la existencia de un nuevo país.

Ojalá la propuesta de estas tres venezolanas rebase los límites del género y, sobre las bases igualitarias que ellas demandan y merecen, se pueda construir una gran asociación de venezolanos que investigan, crean, producen y generan ideas valiosas en muchos lugares del mundo. Que todos, hombro a hombro con los muchos otros jóvenes que aquí resisten la tragedia, sean la base humana y epistemológica de la Venezuela nueva. Que sean ellos las semillas que germinen y reforesten la sabana quemada que han heredado.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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