Entre los motivos que aconsejan la participación en las elecciones regionales que la dictadura quiere convocar, está la confianza que todavía se le tiene a la dirigencia dispuesta a jugarse el pellejo en los comicios. Una supuesta oposición que no levantaba ni el polvillo de la voluntad popular invitó a votar en la pasada justa sin que nadie atendiera el llamado, pero ahora nos convidan unas figuras que todavía retienen las simpatías de los ciudadanos. No estamos ante un cambio radical de escenario, capaz de transformar la apatía en dinamismo, sino solo frente a las posibilidades ofrecidas por el vínculo que todavía se mantiene entre un liderazgo al cual no ha arropado el descrédito en forma abrumadora y un pueblo cada vez más descreído que aun se aferra a la necesidad de creer.
En principio solo estamos frente a una mudanza de invitadores, ante la alternativa de un entusiasmo que puede inflamar el resto de fe que mantiene la sociedad en un grupo de políticos y del cual no podían medrar los convocantes de la jornada anterior, creadores de una orfandad de ideas y de sentimientos labrada a través de los años que los condenaba a la soledad. Si solo los ilusos creyeron en los llamadores del pasado reciente, ahora puede, aunque con renuencia y recelo, crecer el número de quienes acudan a sufragar porque no se les ha apagado la llama titubeante de la esperanza en unos capitanes que han resistido la tentación de las talanqueras para mantenerse a su estilo, aunque a veces con más pena que gloria, en una trinchera desguarnecida. Además, como todavía tienen peso en el panorama internacional porque son los únicos a quienes atienden los gobiernos y la opinión pública de las democracias del extranjero, son el íngrimo palo que tenemos a mano para meter el cogote entre todos. Todavía no tienen reemplazo, ni hay tiempo para inventar otros, o para que otros se inventen y los desplacen.
Más aun cuando grupos organizados de la sociedad civil están clamando por la participación electoral. Ahora no se trataría de la voluntad de un cogollo que habitualmente se niega a las consultas, sino de un impulso que parece tener combustible en numerosos lugares del mapa y en el seno de diversas agrupaciones dignas de atención. Más aun cuando estamos viendo los resultados de la hegemonía chavista en la Asamblea Nacional, lograda sin competencia en las pasadas elecciones llenas de ventajas y pillerías, y gracias a las cuales obtiene la dictadura las bendiciones y las aquiescencias que necesita cuando quiere tapar sus desmanes. Más aun cuando nos retorcemos ante el bochornoso espectáculo del enjambre de alacranes engordados por la turbia elección, capaces de conmover las motivaciones éticas que todavía no ha enterrado el chavismo. El resorte de una ciudadanía relativamente organizada y cada vez más angustiada, junto con el reconocimiento del hueco que no se medio tapó a tiempo para que la usurpación reinara a sus anchas en el Parlamento, sugieren un cambio de actitud que no debe quedarse en saludar a la bandera republicana sin fijarse en los que la quieren tremolar. En consecuencia, parece que se han dado o se están desarrollando los factores que permitan el retorno a los procesos electorales que ayer nos llenaban de prevenciones y nos espantaban por razones obvias.
Pero la dictadura sigue haciendo de las suyas en la parcela de los Derechos Humanos, en la persecución de los líderes de la oposición y en la asfixia de la libertad de expresión, por ejemplo. Si al usurpador y a sus secuaces no les ha temblado la mano para atacar a mansalva prerrogativas esenciales de la sociedad y valores primordiales de la convivencia civilizada, ¿van a permitir el juego limpio en las elecciones regionales que están convocando? Si continúan su conducta de barbarie y de desconocimiento de la cohabitación democrática; ¿van a abandonar una querencia que le ha proporcionado réditos infinitos para permitir que los partidos de la oposición vuelvan por sus fueros y los echen de las gobernaciones en justa lid? Si se desentienden y burlan de acusaciones graves como las que hace, con evidencias en la mano, la Comisionada Bachelet desde la ONU; ¿van a recibir ahora con beneplácito las decisiones que tome la voluntad popular en las urnas? Si han promovido las inmorales persecuciones de los alacranes contra sus antiguos compañeros de camino, dignas de universal repulsa; ¿van a debutar ahora como bienaventurados? Si, por último, el proceso viene precedido por las bélicas arengas del ministro de la Defensa, a través de las cuales presenta a sus soldados como siervos de la “revolución” y como custodios del legado precioso del Comandante Chávez, ¿los uniformados del Plan República velarán por una votación decente?
No son preguntas retóricas, sino apenas la referencia a un conjunto brutal de valladares que deben ponderar y superar los líderes de la oposición antes de ponernos a hacer fila frente a los parapetos reforzados con alambre de púas que tiene el Consejo Nacional Electoral (CNE) para burlarse del pueblo. Es un rompecabezas tan intrincado que ningún perplejo opinador, como quien escribe, puede ofrecer consejos. Pero para eso todavía ocupan, entre brumas y barrancas, entre dudas y firmezas, entre distancias y cercanías, lugar estelar en el candelero de la política los que ahora se entusiasman con el retorno a las justas cívicas y con la sorpresa que darán los villanos cuando se conviertan en individuos preclaros porque los rivales supieron ponerle el cascabel al gato después de recuperar la astucia de los ratones. Aunque tal vez siempre han conservado la maña de los roedores, y el opinador que quiere votar ni se entera.