En dos páginas y con muy pocos párrafos, el mundialmente famoso consultor electoral Joe Napolitan -lo fue de John Kennedy entre otros-, le advirtió al entonces poderoso partido Acción Democrática (AD) que si lanzaban como candidato presidencial a Luis Alfaro Ucero para los comicios de 1998, no solo perderían catastróficamente las elecciones sino que eso significaría la desaparición de AD y el triunfo de Hugo Chávez, lo que sería una debacle para todo el país. El asesor pegó todas sus acertadas conclusiones y el resto, lamentablemente, es historia.
Eran dos páginas que aún guardo como un documento sobre el deber ser de aquellos que se dedican a explorar un paisaje tan complicado como lo es la identidad política de un país y sus consecuencias a mediano plazo. Un trabajo cada vez más difícil en Venezuela, donde no siempre se puede hacer vía telefónica -que lo digamos los usuarios de Cantv-, y enfrentar al encuestador casa por casa se ha transformado en una hazaña cuesta arriba porque, probablemente, el miedo a los colectivos o los favorecidos por las bolsas CLAP obligan a modificar algunas respuestas. O también -en el mejor de los escenarios-, los encuestados están conscientes del poder de su palabra y actúan en consecuencia. Y todo esto sin meter en el saco que alguien, por determinado interés, paga por eso y muy bien. Y no hay manera de saber hasta dónde esa situación influye, quizás sin saberlo, en los resultados que presente la empresa encuestadora o consultora a su mejor cliente. Hasta aquí ningún juicio de valor: Las empresas dedicadas a la difícil tarea de tomarle la temperatura al país cada cierto tiempo, hacen un trabajo y reciben un beneficio, como casi toda la gente. Y si les va bien a ambos, pues mejor.
Pero el asunto se empieza a espesar cuando las cabezas visibles de algunas de estas consultoras políticas deciden convertirse en voceros, en el Pepe Grillo que sabe dónde está el bien y dónde el mal. El pontífice de la verdad -que es la suya-, cuyo trabajo se desdibuja porque en lugar de mostrar los números y analizarlos lo más acertadamente posible, deciden ser parte del mapa político y desde la superioridad que se auto-confieren, se lanzan a ordenarle a los líderes de los partidos lo que deben hacer sin mayor sostén que su propia visión, su óptica particular. Pero no en dos paginitas dirigidas al núcleo fundamental del partido que lo contrató -como hizo Napolitan-, sino que vierten sus opiniones en cuantos medios, redes y posibilidades existan para dejar sentado, públicamente, que “yo tengo la razón”.
Y aquí es donde sorprende ahora Jesús Seguías, un consultor que llevaba tiempo realizando un trabajo de lo más discreto y serio, de los pocos que acertaba en sus predicciones sin recurrir al estilo “lo más seguro es que quién sabe” de Luis Vicente León, ese hombre tan simpático que nunca queda mal con nadie. Seguías, por el contrario, no se había dejado tentar por el gusanillo de ¿la fama, el poder? para desde sus múltiples tribunas ordenarle a los políticos -de oposición básicamente-, cómo deberían actuar.
Pero de un tiempo a esta parte -que es mucho tiempo en estos días-, Seguías comenzó con la misma cantaleta de Chúo Torrealba: “Hagan política, regresen a hacer política, es hora de hacer política”, sin explicar mucho de qué se trata “hacer política” ni con qué se come eso. Un cliché de moda e inexplicable porque si Juan Guaidó anduvo pateando la calle por meses y Henrique Capriles recorriendo Miranda por décima octava vez, ¿qué estaban haciendo?, ¿turismo? Si Juan Guaidó y Miguel Pizarro lograron que el mecanismo Covax funcionara y Nicolás Maduro permitiera que entraran las vacunas contra el Covid-19 para Venezuela, ¿cómo se llamaría?, ¿un milagro de José Gregorio Hernández?
Pero para Jesús Seguías nada de eso es hacer política ni suficiente a la hora de ordenar desde su Twitter lo que Guaidó y afines deberían hacer.
“Carajo, bájense del ring. Ya hay demasiados muertos. Politizar la vacunación de los venezolanos es un acto criminal. Tomar las vacunas como herramienta para la confrontación política y para descalificar al adversario es demostración de egoísmo y obsesión grosera por el poder”, escribió a finales de marzo, repartiendo a partes iguales la responsabilidad por la entrada o no de las vacunas al país, cuando ya el Gobierno había decidido que las de AstraZeneca no vendrían y punto.
“Si Maduro, influenciado por extremistas, decide patear la mesa ante el caso de las vacunas, la obligación de Guaidó no es azuzar la confrontación con insultos sino pedir a Maduro que reflexione, que se baje del ring y piense en los millones de venezolanos acosados mortalmente por el COVID”, también aconsejó. No solo evadiendo el pequeño detalle de que Nicolás Maduro jamás le va a hacer caso a Guaidó ni se va a bajar del ring, sino que Seguías responsabiliza casi exclusivamente a Guaidó de toda esta tragedia.
Y sobran ejemplos similares tomados de su cuenta personal:
“Comenzaron bien y terminaron mal. Hubo acuerdos básicos para adquirir millones de vacunas. Ahora Maduro vuelve al ataque y dice que Guaidó es ladrón. Guaidó dice que Maduro es criminal. 30 millones de venezolanos contemplan estupefactos e indignados esta bochornosa confrontación”… “Si lo que más importa al gobierno es demostrar que ellos son ‘los que mandan’, la respuesta LÓGICA no es hacer lo mismo sino pedirle bajarse del ring y pensar en los venezolanos que están muriendo. Esa es una gran lección política que todos los venezolanos aplaudirán. Elemental”… “Si queremos llegar a acuerdos gobierno-posición, el sentido común dice que el lenguaje que debe privar es el del entendimiento, no el de la confrontación. Si Maduro quiere guerra, Guaidó debe pedir entendimiento. Simple, Carajo. Eso lo reivindica. Quién asesora a Guaidó? Maduro?”.
Posturas que en algunos casos recibieron críticas de sus seguidores con el mismo denominador común: El poder lo tiene Maduro, “es justo tratarlos a los dos como dos muchachos que no quieren hacer caso”, le replicaron. “Se le olvido quién maneja las fuerzas armadas, los aparatos represivos, los colectivos?”.
Aunque no había que ir muy lejos para replicarle todos estos argumentos a Jesús Seguías. Porque el mismísimo Jesús Seguías escribió algún tiempo atrás, que “la única manera de derrotar a Maduro es a través de otro poder de fuego tan parecido o mejor que el que tiene Maduro. Y los únicos que lo tienen son los militares. No vislumbro que los militares asuman una posición, no para dar un golpe de Estado, sino para obligar al Gobierno a ponerse a derecho y deje de romper el hilo constitucional”. Lo que permite inferir que, según esta reflexión, Maduro y Guaidó nunca podrían estar en el mismo ring del que ahora habla Seguías porque uno es un Peso Pesado con todo un armamento en su esquina y el otro es más bien un Peso Liviano, sin más protección que una Constitución descuadernada y una toalla que se niega a tirar.
Me gustaba más el Seguías de antes. El discreto que hacía su trabajo y no mordía el anzuelo de los sabelotodo habituales. No entiendo a este Seguías que escribe “cuando un político anda en una lloradera eterna, pidiendo condiciones perfectas para participar en unas elecciones que debe convocar un gobierno calificado por él mismo como dictatorial, sencillamente no entiende de qué se trata el asunto, o renunció automáticamente al ejercicio de la política, y le aterra confrontar la realidad. Le huye a su propio espejo”.
Porque si bien algunos de sus análisis están muy bien escritos, distan mucho de pertenecer a quien debería ser un observador más imparcial, a un Consultor que vive de hacer encuestas y analizar “la foto del país”, como suele calificarse a ese trabajo. Pero Jesús Seguías se ha convertido en un “Aconsejador” profesional sobre el quehacer ajeno y ahora repite como un mantra que la oposición “debe retomar el ejercicio de la política” (me imagino que no se refiere a un ring), escuchar a los venezolanos y reconstruir a las organizaciones políticas, estas dos últimas recomendaciones de lo más obvias, por cierto.
Y estamos todos tan cansados ya, tan malintencionados ante cualquier iniciativa, tan desconfiados e inseguros, que siempre habrá quien pregunte: ¿A quién benefician esos comentarios de Jesús Seguías?, ¿por qué se somete a semejante exposición pública sin advertir cuánto daño le podría estar haciendo a su empresa? Porque después de leerlo, al menos yo no le voy a creer la mitad de los datos que publique, ahora cargados de sospechas, nada bueno para él ni para nadie.