Dado el velo de información oficial impuesto por el Gobierno, buena parte de los hechos económicos y sociales debemos deducirlos, intuirlos, inferirlos o suponerlos. Unos son más evidentes que otros, pero resulta muy difícil analizarlos sin los datos apropiados. Una de esas realidades es el impacto que ha tenido la pandemia y el confinamiento en la actividad económica del país.
Vamos a tomar el ejemplo del impacto de la pandemia en EE.UU. Para ello me voy a apoyar en una excelente herramienta desarrollada por Harvard y también por Brown University: Economic Tracker. De allí podemos enumerar algunos hechos relevantes. Primero, el consumo en EE.UU. es hoy 10% superior al que tenían previo a la pandemia, pero con algunas particularidades. Los sectores de ventas al por menor (+25%) y de comestibles (+27%) sobresalen por mucho al de transporte (-25%) y al de entretenimiento y recreación (-37%). Pero la desigualdad en impacto no queda allí. A pesar del crecimiento al consumo, la facturación de los pequeños negocios (quienes contratan, por lo general, a trabajadores de relativo bajo salario) presenta una caída de casi 30%. ¿Cómo será una vuelta a la “normalidad”? Voy más allá, ¿habrá algo parecido a lo que llamábamos “normalidad” en el pasado? Preguntas cuyas respuestas están por verse.
La de EE.UU. es una economía privilegiada. La realidad parcial descrita sería mucho peor, si no hubiesen contado con un agresivo plan fiscal que alivió el shock de demanda provocado por el confinamiento impuesto. En nuestro caso, no tuvimos ni un plan fiscal de esa envergadura, es más, muchos pudiesen afirmar, con base, que ni hubo tal plan. Tampoco el crédito bancario fue una opción disponible para aliviar los efectos de la paralización económica y de la caída de demanda nacida de ella.
Por otro lado, la inacción del Gobierno afecta mucho más a aquellos negocios que, por sus características, han tenido una mayor contracción en sus ventas. Para nombrar algunos de ellos: Locales y establecimientos que se dedican al turismo, restaurantes (grandes y pequeños), actividades de entretenimiento bajo techo, peluquerías, etc. Es decir, todas aquellas actividades que implican aglomeración de personas y traslados relativamente largos sufren mucho más que otras como supermercados y actividades al aire libre o ambientes amplios. Muchas empresas tratan de reinventarse, pero para muchas de ellas, es poco lo logrado en esas nuevas facetas.
Unos negocios, por sus características, son más afectados que otros. Unas empresas pueden reinventarse, otras no. Unas vieron su facturación caer levemente, otras la vieron desplomarse. Unas han podido trabajar con cierta normalidad, otras no por la precariedad de los servicios públicos. Empresas con músculo financiero han logrado sortear la crisis pandémica, otras fueron arrasadas por su flujo de caja negativo. Un grupo de venezolanos ha podido sobrellevar la crisis con sus ahorros, otro se levanta cada día preguntándose si podrá generar lo suficiente para comer ese día. Así de desigual es la perversa dinámica pandémica.
Todo lo vivido ha dejado una extendida sensación de que, tanto empresas como ciudadanos, estamos por nuestra cuenta. Esa “red de seguridad” proporcionada por cualquier Estado funcional es inexistente en nuestro país. Y sí, quizás esa sea una de las grandes lecciones de la prolongada crisis venezolana: Es mucho lo que puedo hacer sin esperar determinadas circunstancias. Y será mucho más lo que podamos lograr si ese histórico cambio de paradigma del venezolano coincide con un Estado que esté al servicio del desarrollo integral del ciudadano.
@HenkelGarcia