“La beatificación del santo de Isnotú llega cuando más necesitamos su ejemplo y protección para los enfermos del país y para nuestro país gravemente enfermo” (Luis Ugalde, s.j.).
Lo que debía ser una gran celebración, multitudinaria, será un acto más bien modesto, con poco público y con la esperanza de una amplia difusión por las redes. Pero es día de fiesta para todos. La Iglesia católica reconoce formalmente que ese venezolano excepcional merece desde ahora el culto público y el respeto universal.
José Gregorio Hernández, admirado y querido en su tiempo, ha trascendido su época y sigue siendo modelo de virtudes, de dedicación, de competencia. Son pocos los venezolanos que no reconocen su nombre, o que no acuden a él cuando “se avecinan las tormentas”.
Fue admirable su seriedad en el estudio, en la atención de los enfermos, en la docencia, en el cuido de su familia. Un hombre “de una pieza” que supo combinar sabiduría y bondad, firmeza en los principios que sustentaban su vida con la comprensión y tolerancia a los que pensaban distinto.
Creció en la época del apogeo del positivismo, corriente que contó con ilustres seguidores en Venezuela, incluyendo a Adolfo Ernst, Rafael Villavicencio, Luis Razetti. Coincidía esta línea de pensamiento con un intenso anticlericalismo, que se concretó con cierre de templos, abolición de los seminarios, cierre de conventos de clausura. Monseñor Guevara y Lira, Arzobispo de Caracas, fue expulsado en tiempos de Antonio Guzmán Blanco; al igual que Monseñor Juan Hilario Bosset, Obispo de Mérida, pero este murió sobre su caballo camino al exilio.
En el libro de su sobrino Ernesto Hernández Briceño titulado “Nuestro tío José Gregorio”, de 1956, señala que Monseñor Juan Hilario Bosset, Arzobispo de Mérida, fue quién lo confirmó; y que al leer el primer libro que escribió José Gregorio Hernández, cuando tenía solo 12 años, llamado “Modo Breve y Fácil para oír Misa con Devoción”, otorgó 100 días de indulgencia a la persona que lo leyera con fervor.
Venezuela necesita rescatar sus héroes civiles y, sin duda, José Gregorio Hernández es uno de ellos. Estuvo siempre al tanto de las dificultades del país. Cuando el bloqueo de los puertos al inicio del siglo XX, fue de los primeros en alistarse como voluntario.
La descripción de su venezolanidad la encontramos en la introducción de su libro “Elementos de Filosofía”: “El alma venezolana es especialmente dotada para la filosofía… Dotado como los demás de ese mismo amor, publico hoy mi filosofía, la mía, lo que yo he vivido; pensando que por ser yo tan venezolano en todo, puede que ella sea de utilidad para mis compatriotas, como me ha sido a mí, constituyendo la guía de mi inteligencia”.
También es de destacar su molestia e incomodidad por el cierre de la Universidad en el año 1912. Comentaba que así “se le niega la oportunidad de mejorar a tantas familias humildes”.
Es bueno resaltar que José Gregorio nunca escondió su deseo de estar cerca de Dios. Asistía diariamente a misa, comulgaba, era hombre de oración. Nunca hizo diferencias en la atención de sus pacientes. Desde los más encumbrados hasta los más pobres, a los que muchas veces ayudaba con las medicinas. Su fama se extendió muy rápidamente dentro de la población de Caracas, y el día de su muerte la ciudad entera se hizo presente. Rómulo Gallegos escribió en la ocasión: “Toda Caracas estaba presente, cada cual había concurrido con lo mejor de sí mismo, con su dolor los que lo amaron, con su gratitud los que recibieron de él dones o enseñanzas, con su justicia los que lo admiraron, con su desfallecimiento tantos para quienes su virtud fue horma de perfeccionamiento espiritual. No era un muerto a quien se llevaban a enterrar; era un ideal humano que pasaba en triunfo electrizándonos los corazones; puede asegurarse que en pos del féretro del Dr. Hernández todos experimentábamos el deseo de ser buenos”.
Los venezolanos estamos de fiesta con la beatificación delDr. José Gregorio Hernández. En una época de serias dificultades, de Emergencia Humanitaria Compleja, de pandemia en plena actividad, surge su figura como un faro resplandeciente. Brilla, no para encandilar, sino para iluminar, para servir de ejemplo, para ayudarnos como inspiración. Aprovechemos ese día para pedirle al Señor que derrame abundantes gracias sobre nuestro país, sobre los enfermos, sobre quienes los cuidan. Como venezolano, pido que la vida y obra de José Gregorio Hernández nos inspire a ser mejores, a buscar la unión y a la comprensión, a no tener temor a hablar con la verdad. Él trascendió de tal manera, que hoy la Iglesia universal lo presenta como modelo y guía. Un venezolano “de a pie” en quien podemos confiar y confiarnos.