En la aldea
12 diciembre 2024

Sus últimas páginas

Todo esto viene y explota por tres cosas: La fascinación ante la inteligencia, una reivindicación postergada y la personalidad narcisista, exhibicionista y retorcida de un personaje público; Willy McKey o Madrid Lira, quien el jueves pasado decidió lanzarse por una ventana en Buenos Aires.

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Esos tres elementos se han cocinado en una olla a presión donde cabe de todo. Twitter e Instagram son como el papel, que todo lo aguantan. Debería haber una advertencia o lema a las puertas de las redes sociales: «Créete todo lo que aparece aquí, porque incluso los bulos y exageraciones son, de algún modo, la verdad».

Sobre la fascinación ante la inteligencia. El caso Pía vs. McKey revela al país clase media que tenemos o vamos siendo, no a un site en particular, no a una elite intelectual (nada más). Willy McKey era un tipo con quien provocaba conversar, un agitador cultural cool ansioso por cuestionar a los cortesanos de la cultura vernácula, el que se paraba en un foro y le preguntaba a un escritor por qué se había metido él mismo en una antología de cuentistas venezolanos de la cual le habían encargado la curaduría. Con alguien así resulta fácil sentir empatía. Luego ibas y te enterabas de que le había hecho una proposición indecente a la novia de un amigo tuyo y de él, y lo dejabas pasar, coño, vainas de Willy, ¡es tan inteligente, escribe tan bien, es tan cool…!

Venezuela, o lo que queda de Venezuela hoy, es un país sicológicamente enfermo que está asumiendo una lucha universal por los derechos y la dignidad de las mujeres sin haber resuelto, antes, su libertad. Como me dice una amiga en Madrid, ‘el venezolano ha abandonado valores esenciales por estar en otra cosa’. Todo es postergación porque la clase media está en otra cosa, siempre en otra cosa: que cese la usurpación. Resulta que la cosa cotidiana, tal vez no atribuible al chavismo, no al menos de manera directa, se pospone o se olvida. Se posponen los valores, se pospone la civilidad en la calle: ¿Para qué luchar por eso si hay algo mayor y más urgente que nos convoca? He allí un problema. Lo de McKey es un tema de la clase media, no sube cerro aunque él haya venido desde Catia. El síndrome McKey es el país que asume las noticias desde su propia distorsión, truculento, maniaco depresivo; el país digital, el de los guerreros del teclado, el de los que lloraron por Trump en las redes, siempre en las redes. Leo que los ejecutivos de Silicon Valley mandan a sus hijos a colegios libres de tecnología; que ellos conocen todo ese asunto y, por tanto, son los más cautos.

Resulta que estalló un tema postergado, el del abuso a las mujeres. Y estalló mal, de la manera en que no debía estallar.

Noté en estos días, al mismo tiempo, como un clamor desgarrado en algunas voces serenas, mujeres más bien maduras, en Facebook y Twitter. Un dolor genuino por el país las ha traspasado. Hay algo en el final de Willy McKey que nos reclama a todos, por mucho que pensemos (¿tratando de tomar distancia?) que todo lo que hizo en sus últimas horas fue más de lo mismo y además a la quinta potencia: una mise en scène para liberarse y tomar, además, ventaja de la acusación.

Ese reclamo implícito en su muerte crecerá con el tiempo, no va a mitigarse por mucho que salgan testigos a hablar de lo mala persona que fue, que los hay.

De todos modos, siempre los habrá peores.

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Sobre una reivindicación postergada. Alguien, en Venezuela, deberá canalizar las denuncias de jóvenes y adultas que se hayan sentido ultrajadas por hombres en situación de poder, alguna ONG -no sé si ese movimiento #YoSíTeCreo está capacitado como para eso- tendrá que poner al servicio de esta reivindicación fundamental su experticia, su oficio, sus canales, el debido soporte legal. Ya hay quien lo hace, pero el llamado tiene que ser viral y explícito para que los casos no sigan desparramándose por las redes, de una manera visceral, sin soporte, quizá encauzando tan solo una rabieta o un despecho. En las redes priva la búsqueda del retuit por encima de cualquier afán de justicia, es una patología muy humana cabalgando sobre un artilugio muy tecnológico. A las aplicaciones les encantará que salgan muchas Pías, es agua para su molino; el tiempo que la gente pasa pegada de Facebook o Twitter o Instagram es una métrica clave para sus negocios. Los contenidos son lo de menos.

“Lo que queda de Venezuela hoy, es un país sicológicamente enfermo que está asumiendo una lucha universal por los derechos y la dignidad de las mujeres sin haber resuelto, antes, su libertad”

En el caso Pía-McKey, de inmediato surgió una cuenta en Twitter llamada AgainstPia (o sea, Contra Pía) y el mero hecho de su aparición revela que el monstruo sigue ahí y sigue creciendo. El otro monstruo, al que se refería McKey en su último mensaje, quedará en el misterio por muy explícito que nos haya parecido al primer vistazo. Es baladí interpretar lo que ha podido pasar por la cabeza de un suicida en sus últimos minutos. Es preferible dejarlo así, en la oscuridad. Ante esa decisión, cualesquiera hayan sido las circunstancias que la rodearon, es mejor contenerse y callar.

Ante lo que uno no debe callar, en cambio, es ante el camino que recorrió el poeta antes de llegar a eso.

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Es curiosa la coincidencia de intereses entre las aplicaciones digitales y los factores chavistas. Ambos poderes esperan, como caimán en boca de caño, más Pías, más cuentas o post semejantes o que les lleven la contraria. De eso se alimentan las redes. Por otro lado, resurgió de pronto el Fiscal, esta vez muy solícito y eficaz. Es fácil avizorar la utilidad política que todo esto representa para un régimen que fabrica realidades paralelas. Como dijo una amiga en Facebook (sí, las redes también transportan valiosas opiniones e informaciones importantes, desde luego), solo hay que recordar que 10% de los niños que nacen en Venezuela, 95 sobre cada mil, son de madres menores de edad. Sin embargo, nunca se ha escuchado por parte de los preocupados voceros chavistas o maduristas la palabra estupro respecto a cada uno de los hombres que las han preñado.

Todavía falta un enorme camino por recorrer en esta historia. Claro que en el fondo todo es un problema de educación; con la educación obtienes un punto de mira que te hace ver cosas que por tu propia cuenta, o por costumbres heredadas, antes no veías. No voy a dar detalles, por supuesto, sobre esta anécdota que ahora me parece significativa: Una vez, una alumna me dijo: «Es que a mí me gustan los hombres con poder». Para ella, desde su punto de vista, un profesor universitario, es decir, un pobre diablo (al menos en Venezuela), era un hombre con poder.

A propósito de anécdotas y de Willy McKey, una vez fue una alumna a entrevistarlo. Ella misma lo escogió como personaje. Me entregó una entrevista correcta, que subí a mi blog. Ahora la entiendo como el testimonio más cercano que podría haber guardado sobre este personaje al que apenas llegué a saludar en dos o tres ocasiones, en la cabina de Éxitos 99.9 FM o en alguna Feria del Libro en Plaza Altamira. Lo que más me llama la atención, ahora, es la foto que la propia alumna le hizo. Frente a McKey están su móvil y la pantalla de su ordenador. No podría ser más elocuente la foto. Resultó a la postre que McKey vivía de las redes, eran su biblia y su oráculo y su diario; a través de ellas sufrió sus últimos días y desde ellas intentó revertir su destino; no desde la poesía ni desde la narrativa, que uno podría imaginar habrían sido su consuelo en desgracia, sino desde las redes, el terreno donde suele escribirse sin pensar. La propia antinomia, en su caso.

Seguirán apareciendo paradojas y las paradojas darán tristeza. El apartamento donde citaba a sus víctimas, el de Los Ruices, se lo dejó una furibunda feminista que ahora vive en México.

Por cierto, la alumna que hizo aquella entrevista no reportó ningún impasse con el entrevistado. Si lo hubiese habido, me lo habría contado, estoy seguro. Como lo había hecho, un par de años antes, otra alumna que fue a entrevistar al ex rector Edmundo Chirinos. La joven vino a clase totalmente indignada con el personaje. Con todo y eso, había hecho su trabajo. En fin, es otra historia pero la misma a fin de cuentas, la de los depredadores que andan sueltos y, además, gozan de ese encanto. El encanto del prestigio público.

Solo me gustaría cerrar esto aconsejándole al Profesor Briceño, a quien le tengo aprecio pues compartimos la adhesión y el afecto por una institución educativa que es como nuestra casa, que se calle la boca por ahora. Que no utilice a sus hijas para lavar su imagen. Que no todo en la vida es cálculo mediático o marketing digital. Que las estrategias corporativas son una mierda a la hora de la verdad. Y la verdad es que ese programa que hizo con McKey es una basura.

@sdelanuez
www.hableconmigo.com

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