La gran cantidad de hechos e información que se manejan en nuestro país, hace que temas de verdadera relevancia no sean discutidos de la mejor manera. Un ejemplo claro de esto es la realidad de la educación en Venezuela.
Niños y jóvenes llevan más de un año sin asistir presencialmente a sus escuelas-colegios-universidades. Este hecho tiene numerosas implicaciones, buena parte de ellas recogidas por la Academia Nacional de Medicina a través de un documento titulado “El Caso a Favor de la Reapertura de las Escuelas en Venezuela”.
Las clases a distancia no son sustitutas ideales para la educación de los niños y jóvenes. Más en el caso venezolano dada su precariedad de servicios básicos y una paupérrima conectividad. A esto debo agregar que la educación ya venía empeorando con el pasar de los años, muy a la par de la profundización de nuestra crisis económica. Al igual que la desnutrición, los efectos de esta dura situación no se ven de inmediato, sino unos cuantos años en el futuro, con consecuencias que son difíciles de superar o compensar.
Por otro lado, es entendible sentir cierto miedo acerca de la modalidad presencial. El caso ideal es que dicho regreso a las aulas venga de la mano de un plan de vacunación masivo, pero la realidad es que ese plan podría no llegar en el corto plazo y la urgencia de retomar una educación más eficiente aumenta día a día.
Lila Vega ha afirmado en varias oportunidades que “las escuelas son sitios planificados y ordenados. Si se implementan las medidas, son más seguros para todos incluso que los propios hogares”. Teniendo esto en cuenta, puedo afirmar que es hora de discutir el regreso a clases de manera abierta, de considerar las diferentes opciones, planificar con tiempo cómo sería ese hipotético escenario; es decir, empezar a movernos en la dirección deseada, y más que deseada, la que es más sana tanto para niños y jóvenes, como para el país entero. Lo peor que podemos hacer es ser indiferentes, quedarnos inmóviles.
Hay otros aspectos que tampoco están siendo considerados, en especial con lo referente a la educación pública, tanto básica como bachillerato. Como es público y notorio, los sueldos de los maestros y profesores son de miseria. Muchos de ellos sobreviven gracias a otros trabajos. Unos habrán aprovechado la misma pandemia para trabajar en áreas distintas a la docencia. Otros no están dispuestos a volver a sus instituciones porque lo poco que reciben no les alcanza ni para pagar el transporte público. ¿Cuál será el número de profesores disponibles una vez se plantee el regreso a las actividades? Esta es tan solo una arista del complejo problema que tiene la educación hoy en día.
Nuestro deber ciudadano, como sociedad, es poner el mejor esfuerzo para que nuestros chamos puedan tener la mejor educación posible. Es mucho lo que podemos hacer, no mañana, sino hoy mismo.
@HenkelGarcia