El fotógrafo Guillermo Angulo, uno de los grandes amigos de Gabriel García Márquez, acaba de lanzar un libro en el que recuerda su amistad con el escritor. Desde que era un inmigrante buscando oportunidades en París hasta su muerte en México.
Este revelador libro es ante todo un libro “de memoria”, antes que de memorias. Por su tono, por su materia misma, que es la intimidad de su autor con el personaje central, el escritor, periodista y amigo Gabriel García Márquez.
Con la ventaja de que esta triple condición de alguien como el Nobel de Literatura, nos sigue acercando a la entraña de la historia, la política, la cultura y especialmente la vida del país, pues como sabemos es alguien cuyo parpadeo desde su infancia lo convirtió en una suerte de máquina de registro de cuanto se le atravesaba, y de todo a lo que se le atravesaba: “Vivir para contarla”.
Con la feliz circunstancia adicional de que quien ahora recuerda, fue por vocación y profesión un connotado fotógrafo cuyos tics, como algunas de las gentes de su generación que desfilan por estas páginas, se sumaron a esa cuádruple condición del Nobel de ser testigo, actor, memorialista y transfigurador literario de muchos de los hechos principales de su época.
Por eso esta narración “de memoria” alcanza por momentos la textura y la densidad de unas memorias, que se ofrecen para dar un paso adelante en la reflexión, el atesoramiento y/o la superación de lo que hemos sido.
El libro describe un arco narrativo que pone en evidencia algo que quizá nos ha hecho falta formalizar: se ha empezado a estrechar y quizá a cerrar el círculo del universo de Macondo, en cuanto al agotamiento de los elementos expresivos de una época y de una sociedad que emergió desde los años ‘40 – ‘50 del siglo pasado como la ebullición de una transformación profunda (urbanización, modernización, apertura de conflictos sociales aún no resueltos…), y que ahora ha empezado a hacer tránsito hacia otras formas de país, aún envueltas en los trágicos capullos de las dubitaciones y angustias de hoy.
Lo primero que nos deja su lectura, es que es imposible valorar la tarea del Nobel sin atender al mismo tiempo a todos esos aspectos de su vida y su época, en muchos casos trenzados en un solo haz, bien sea en su obra literaria (Noticia de un secuestro, sus obras sobre la violencia y el poder, o sobre las costumbres del amor y de la sexualidad); periodística (Relato de un náufrago, series de reportajes y crónicas desde Europa y los países socialistas, los talleres de la Escuela de Periodismo en Cartagena); o cinematográfica y de televisión (guiones, y asistencias a producciones de películas sobre sus libros, talleres en la escuela cubana de cine).
También en sus cabildeos con los poderosos del mundo y del país (Clinton, Castro, Torrijos, Betancur, Gaviria, López,…); en sus conversaciones con el círculo de amigos en la cumbre de sus carreras literarias y culturales (Vargas Llosa, Fuentes, Graham Greene, Mutis, Obregón, Mejía Vallejo, los artistas, escritores y lectores de la Cueva, etc.), en una lista impresionante que revela su incesante actividad y perspicacia; o en sus aventuras hoy legendarias de amistad, de amor y de elusión de la muerte (ver el capítulo “Gabo supersticioso”), durante muchos días y en los recodos de nuestras ciudades o de varios continentes (“De Bogotá a Nueva York”, “De Barcelona a Paris”, “Rogelio Salmona y las Torres del Parque y una casa para Gabo” -en Cartagena-“; “Hernán Díaz y La Colina de la Deshonra”).
Y allí, en muchas ocasiones, estuvo “Anguleto” desde los tempranos años ‘50 hasta el encierro provisional íntimo familiar de las cenizas de García Márquez en el armario de su casa en Ciudad de México. Angulo, como lanzando flashes de una cámara retrospectiva y en muchos casos de tiempo real, fue registrando en su corazón, en su cabeza o en sus fotos mismas, los perfiles de lo que fueron experiencias reveladoras, hasta su lenta dilución en el extravío de los recuerdos de quien se anticipó también a la muerte en vida del Alzheimer, haciendo la metáfora de la peste del insomnio y las evasiones de la memoria en Macondo.
Cuando sus habitantes tuvieron que asumir ponerle rótulos a las cosas para no olvidar sus nombres, y luego a afrontar la “realidad escurridiza momentáneamente capturada por las palabras pero que habría de fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores de la letra escrita” (pág. 77).
Y en ese trance, de algún modo, estamos, Y de ahí la enorme pertinencia de este libro, el cual, desde las anécdotas de unas vidas, del humor corrosivo del poder y de la solemnidad con que se adobaron los días y la obra de ese inquieto personaje universal cuyo mundo empieza a ser tragado por el mar de la historia, ata cabos y claves de lectura de su obra y de la configuración de nuestro destino durante los próximos cien años… ¿de soledad?