En la aldea
10 diciembre 2024

Las condiciones

El lapso para actuar con sentido político y con unos objetivos claros en las próximas elecciones regionales y municipales, o lo que equivale a hacer lo posible por participar en ellas, se acorta con cada día. Hay que actuar con diligencia, dándole prioridad al sufrimiento de millones de venezolanos dentro y fuera del país. Si se tiene claro que la vía electoral es el camino posible, y la necesidad de concurrir unidos a cualquier proceso electoral es fundamental, ¿existe otra manera de solventar en democracia los conflictos que surgen de la convivencia social?

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Francisco Suniaga | 26 mayo 2021

Uno de los años más felices de la vida de un joven venezolano de finales del siglo pasado, cuando Venezuela era un tronco de país, era el que se correspondía con el quinto año de bachillerato. Los jóvenes de cualquier época han sido siempre felices, no cabe duda, pero la coincidencia de esa edad alrededor de los dieciocho (la de los primeros cigarrillos, rones y jamones), con el final de la secundaria lo hacía especial. Ese era el año de los bonches -el término en uso-, de las historias de amores a punto de romperse, de irse a la universidad y, para quienes éramos de Margarita o de cualquier otro lugar donde no hubiera educación superior, el de dejar el hogar de los padres, que era la guinda del pastel.

Los saraos de nuestra promoción se montaban siempre en la misma casa. La de una de las muchachas, también graduanda, que estaba de novia con uno de los compañeros de clase. Era su manera de disfrutar las reuniones y burlar la vigilancia de su padre, que era muy severo, como eran todos los de la época. Pero algo mordió “el viejo” porque un día, cuando el picó ya solo admitía baladas, la sala de la casa estaba en penumbra y el pelotón se trancaba, desenchufó el aparato y prendió la luz. “Se acabó la fiesta”. El “por qué” nuestro fue en coro. “Porque me robaron mi martillo”, el papá de nuestra amiga era carpintero. De inmediato, reiterando con entusiasmo que no éramos ladrones y tratando de salvar el baile, se desató una búsqueda y en un par de minutos, con un grito triunfal, uno de los compañeros anunció: “Aquí está el martillo”. El padre de la chica, con absoluto desparpajo declaró: “Ese no es el martillo, el que me robaron tiene el mango rojo”. Listo, en ese instante comprendimos que el bendito martillo jamás iba a aparecer y que nuestro convite había terminado.

“Lo verdaderamente importante no son las condiciones sustantivamente consideradas, sino la actitud política con la que la oposición se aproxima a cualquier convocatoria a elecciones”

Esa anécdota la traigo a colación por una afirmación que vi al voleo en un chat, “Lo determinante para ir a votar son las condiciones”, una suerte de latiguillo que aparece cada vez que se anuncia un proceso electoral. Nada más cierto. Las condiciones son fundamentales en cualesquiera comicios. Eran en el pasado -cuando había instituciones y un sistema competitivo donde ninguna organización por sí sola tenía el control del CSE*- y son ahora. El punto en el que quiero insistir (ya he escrito del tema en notas anteriores) con relación a esto es: Lo verdaderamente importante no son las condiciones sustantivamente consideradas, sino la actitud política con la que la oposición se aproxima a cualquier convocatoria a elecciones, en el contexto de esta dictadura profesional y entrenada como la que tenemos.

Una suerte de interlocutoria antes de entrar al fondo, porque hay por lo menos dos principios que son prerrequisitos para sentarse luego a lidiar con las “condiciones ‘er diablo”, dicho en margariteño. El primero es la convicción de que la vía electoral es la única de la que disponemos, para desbaratar este nudo gordiano que es la dictadura chavista. Quien no lo crea así, que se ponga a hacer lo que propugna, que ejerza su credo y deje de hablar pistoladas. El segundo es la necesidad de concurrir unidos a los procesos electorales. Es tan grande el enemigo y tanto el daño que ha causado que no hay postura o propuesta individual distintiva alguna que pueda superar en lo político o ético la necesidad de la unión. Quienes no lo entiendan así son cooperadores inmediatos en la destrucción definitiva de Venezuela (que es lo que viene).

Si se tienen por lo menos estas dos convicciones, se puede entonces tener una actitud más flexible -lo que en este caso equivale a decir más racional- al negociar con la dictadura las pautas para participar en el proceso electoral. Sí, porque de eso se trata, de negociar (palabra condenada por muchos opositores cuando eso es en esencia la política: negociar intereses opuestos. ¿Existe otra manera de solventar en democracia los conflictos que surgen de la convivencia social?, ¿dónde?). Si el régimen, como hizo en las pasadas elecciones legislativas, decide secuestrar los comicios, pues no se participa y se le deja solo. (El resultado pudo ser más contundente si se hubiera respetado el principio de la unidad, pero valió). Ahora cuenta con una Asamblea Nacional roja rojita que no le puede resolver el problema que querían: Blanqueo político nacional para poder legitimarse en el mundo financiero internacional. Eso es algo que Maduro no quisiera repetir. Por eso permitió ese Consejo Nacional Electoral (CNE) tres a dos y, por lo menos hasta ahora, no ha desautorizado públicamente a los dos rectores no chavistas.

El lapso para actuar con sentido político y con unos objetivos claros en las próximas elecciones regionales y municipales, o lo que equivale a hacer lo posible por participar en ellas, se acorta con cada día. Hay que actuar con diligencia, dándole prioridad al sufrimiento de millones de venezolanos dentro y fuera del país. No se puede dejar su suerte en manos de quienes de manera obtusa no creen en elecciones, no creen en la unidad ante la dictadura y ya están “costumizados” para negarse a participar si Maduro no se rinde y se va (ya). Si eso ocurre, no tardarán en aparecer un día de estos ante los medios y declarar que el martillo con el mango rojo no apareció.

(*) CSE – Consejo Supremo Electoral: Nace el 9 de septiembre de 1936, a través del Congreso de la República
de Venezuela. Desde 1997, con la entrada en vigencia de la Ley Orgánica del Sufragio y Participación Política,
es renombrado como Consejo Nacional Electoral (CNE).

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