En la aldea
17 marzo 2025

“Estoy perdiendo la memoria, pero por suerte se me olvida”: las intimidades de la muerte de Gabo contadas por su hijo

Rodrigo García Barcha presenta “Gabo y Mercedes: una despedida”, un recuento de los últimos días del Nobel de Literatura y de la muerte de su madre, ocurrida el año pasado. El fallecimiento de Gabriel García Márquez estuvo plagado de signos de realismo mágico; la sensación de final y de despedida, esa que se antojaba inevitable, terminó imponiéndose en él como un libro.

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“No somos figuras públicas”, solía decirles Mercedes Barcha a sus hijos, Rodrigo y Gonzalo, para pedirles que mantuvieran sus vidas privadas alejadas de la prensa aunque su padre, el escritor Gabriel García Márquez, fuera toda una celebridad. 

Por eso Rodrigo García Barcha se sintió “algo culpable” cuando durante los últimos días de vida de Gabo, comenzó a tomar notas sobre lo que estaba viendo. 

Pero la sensación de final y de despedida, esa que se antojaba inevitable, terminó imponiéndose en él como un libro. 

Lo consolaba el hecho de que su papá siempre había lamentado que su muerte era la única faceta de su vida de la que no iba a poder escribir nunca nada. 

¡Y sí que le habría encantado hacerlo! Rodrigo cuenta que, como el de muchos de sus personajes, su fallecimiento estuvo plagado de signos de realismo mágico

Él recuerda, sobre todo, que un pájaro muerto apareció sobre el sofá de Gabo el día en que murió, el Jueves Santo de 2014. Imposible no compararlo con las aves desorientadas que se estrellaron contra las paredes de la casa de Macondo de la familia Buendía, cuando Úrsula, la matriarca, amaneció muerta, también un Jueves Santo, en Cien años de soledad

“Me moría de ganas de contarlo”, confiesa el cineasta (ha dirigido películas como Albert Nobbs o Passengers), quien, sin embargo, cuidó siempre de “no traicionar la vida privada de la familia”, como se lo pedía su madre. 

Las intimidades de la muerte de Gabo

Por eso mismo, dijo en una rueda de prensa con varios medios, solo publicó Gabo y Mercedes: una despedida, el libro en el que cuenta los detalles, una vez que ella falleció. 

Cuando la memoria se va 

Los últimos días de Gabo, según Rodrigo, se pueden dividir en dos: mientras estuvo consciente de que estaba perdiendo la memoria, y cuando ya no recordaba casi nada.

Los primeros fueron los más duros. A su padre (un poco como en la película The Father, protagonizada por Anthony Hopkins), lo carcomía la ansiedad de saber qué estaba olvidando y que los recuerdos se le iban de las manos, como agua.  

Algunas veces no reconocía a Mercedes ni a sus hijos y preguntaba quién era la mujer desconocida que estaba dando órdenes en su casa o quiénes eran los hombres extraños de la habitación de al lado. 

En otras ocasiones llegó a pedir, desesperado, que por favor lo llevaran a su casa. Decía que quedaba en Aracataca, y que allá vivía su papá (el abuelo el coronel Nicolás Márquez).

Un pájaro muerto apareció sobre el sofá de Gabo el día en que murió, el Jueves Santo de 2014. Imposible no compararlo con las aves desorientadas que se estrellaron contra las paredes de la casa de los Buendía, cuando Úrsula amaneció muerta, también un Jueves Santo 

“Estoy perdiendo la memoria, pero por suerte se me olvida que la estoy perdiendo”, les dijo Gabo a sus familiares en alguna ocasión. 

Y tenía razón: el último año y medio, cuando la peste del olvido (también sale en Cien años de soledad, como una especie de augurio) había hecho sus estragos, fue más tranquilo. 

Gabo ya no era Gabo, ya no era el escritor reconocido ni el papá de sus hijos, pero tampoco era consciente de lo que había olvidado.

 “Él estuvo tranquilo, no sufría de ansiedad, estaba muy distraído, no se acordaba de muchas cosas, pero estaba bien, estaba tranquilo, y eso nos reconfortaba”, recuerda Rodrigo. 

Lo único que parecía activar su memoria era la música, sobre todo el vallenato. Antes de perder la memoria completamente aún recordaba las letras (así como algunos poemas del Siglo de Oro español). 

Pero después, ya en blanco, también se le aguaban los ojos cuando sonaban notas de acordeón. 

Tanto, que para animarlo, durante los últimos dos días de su vida las enfermeras pusieron los vallenatos a todo volumen en su habitación y abrieron las ventanas de par en par. 

Gabo murió, así, rodeado de lo que había marcado su vida y su obra: el ambiente de la casa de Aracataca y su música favorita. 

El adiós a Mercedes

El último capítulo del libro es un homenaje a Mercedes, su madre, quien falleció el año pasado, en medio de la pandemia. A diferencia del resto (escrito en presente), está contada en pasado y evoca la grandeza de la mujer que lo hizo todo por su familia.

Una mujer “de su época”: ama de casa, madre, esposa y que nunca fue a la universidad. Pero aún así, se convirtió en una persona sólida, firme y en gran parte responsable del éxito de su padre. 

También una persona consciente de que valía por sí misma y no por lo que lograra su esposo. 

De hecho, ella odiaba que le dijeran viuda y tampoco le gustaba mucho ‘la Gaba’. “Todos los que la conocieron sabían que ella se había convertido en una magnífica versión de sí misma”, dice Rodrigo. 

El cineasta también cuenta que aunque ella no habría estado muy de acuerdo en publicar el libro, le habría exigido que si iba a contar su muerte, lo hiciera bien. 

Tan bien que los lectores tenían que quedar tristes, como si estuvieran viviendo ellos mismos el dolor.

Y eso, más allá de algunas anécdotas que hacen reír y que están llenas de color, lo logra Rodrigo. Su texto, una forma de vivir su propio duelo por haber perdido a sus dos padres, termina convertido en el mejor homenaje para Gabo y para Mercedes. 

“Me gustaría pensar que ambos estarían contentos y orgullosos (por el libro), aunque seguro mi madre me diría: ‘¡Qué chismoso!”.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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