En el número correspondiente al verano de 1993, la revista Foreign Affairs publicó un artículo de Samuel Phillips Huntington, venerado profesor de Harvard con una tesis, que fue muy debatida, en torno al reacomodo del sistema internacional que emergería de la Guerra Fría. Se titulaba “Choque de civilizaciones” (Clash of civilizations) y sostenía, entre otras cosas, que las ideologías ya no serían las razones del enfrentamiento entre las naciones. Los Estados se debilitarían y serían sucedidos por alianzas (civilizaciones) alineadas según identidades culturales como la historia, la costumbre y, en particular, por la raza y la religión.
El punto más relevante, a los fines de esta nota, es la clasificación que hizo de cuáles serían las civilizaciones que conformarían el nuevo sistema internacional. Lo más sorprendente para muchos estudiantes y académicos de las ciencias políticas y sociales fue que América Latina había sido excluida de la civilización occidental, y ubicada por Huntington como un tipo aparte. Su argumento para hacerlo fue que Latinoamérica no estaba cohesionada en torno a los valores occidentales. Nuestra civilización es un híbrido -por el mestizaje de la cultura europea con la indígena y, además, tiene una acentuada cultura populista y autoritaria-. Los argumentos en contra desde las universidades, dentro y fuera de Estados Unidos, fueron muchos y rigurosamente fundados en el cuerpo de la ciencia. Tanto que cortaron las alas de las tesis del insigne profesor de Harvard y no pudieron volar mucho al sur del río Grande.
Casi treinta años después, con la aparición de Pedro Castillo en el radar político del Perú, sin embargo, la tesis de Huntington sobre la condición occidental de América Latina vuelve a cobrar vida. Después del éxito de Hugo Chávez, Evo Morales, López Obrador y con el probable triunfo de Pedro Castillo en Perú, uno de los señalamientos de Huntington (el del populismo autoritario como ideología política, quedó confirmado en la realidad). Quienes aún lo dudan, pueden darle una mirada a los documentos de las organizaciones políticas que han respaldado a esos líderes. El factor común es un rechazo claro y decidido a Occidente. Vean al respecto, los papeles fundacionales del MAS de Bolivia.
En Venezuela, por esas vainas locas que han caracterizado a nuestro gentilicio, se originaron mucho de esas ideas que plantean, como ariete político de la izquierda, un rechazo claro a Occidente. Aquella izquierda huérfana de contenido después de la derrota en la Guerra Fría, que en Europa se hizo ferozmente feminista o ambientalista o se abraza a los reclamos de cualquier minoría, en América Latina volvió a las fuentes de las que abrevaron Tupac Amaru y sus émulos: El rechazo a lo europeo, a los blancos, a lo Occidental. No pocas discusiones tuve con mis amigos de izquierda chavistas y no chavistas sobre el tema. No en balde Chávez lo planteaba en sus maratones televisivos de los domingos: “Nosotros, los negros y los indios”, como si la identidad blanca-hispana no hubiese existido. Adiós materialismo histórico y las tesis del determinismo marxista, lo que tocaba era volver a Guaicaipuro. ¿En qué otro lugar de América Latina se derribó una estatua de Colón? Hubo un profundo simbolismo en aquella tropelía, realizada bajo el amparo y con el regocijo del régimen chavista, por un blanco converso de apellido Boulton.
Decidir, como hizo Chávez, que el enemigo es Occidente fue una carambola perfecta que ni a Fidel Castro se le había ocurrido. No solo se hacía vocero de la madre de todos los resentimientos de la mayoría mestiza “de Venezuela y del mundo”, esa que tiene en el inconsciente la imagen del blanco europeo como fondo de pantalla, el causante de todos sus males. Da muchos más dividendos rechazar a Occidente que militar en él, pero eso no es lo más importante a los fines de mantener asido el poder por el mango. Ocurre que en la cultura occidental (en los términos en que la definió Huntington: Estados Unidos y Canadá, la Europa heleno-judeo-cristiana, Australia, Japón y Nueva Zelandia) los estándares sobre democracia liberal, con clara separación de poderes públicos, libertad lato sensu, transparencia, corrupción administrativa, derechos humanos y, en particular sobre el papel de los militares, son muy exigentes, un fastidio muy grande para hacer una revolución endógena.
Ojalá sea un error de percepción mío, pero creo que no faltará mucho para que alguno de los autócratas populistas anti-occidentales aludidos y los que faltan por seguir sus pasos, se cubra con el manto de Atahualpa y en forma expresa, lance el grito de guerra que hasta ahora ninguno se ha atrevido a dar. Aquel en que pidan a sus hordas arrojar al mar a quienes que se identifican con los valores de Occidente. Parece una exageración, pero Pedro Castillo, ya lo asomó en su campaña cuando prometió que expulsaría a todos los extranjeros. Solo faltaría que añadiera “a los blancos y a los que sepan leer y escribir”. De alguna manera, y sin gritarlo, ya sus colegas lo han hecho.