Desde hace unos meses se habla de la posibilidad, y más que posibilidad, de los avances de la tercera reconversión del bolívar llevada adelante por la gestión chavista. La inflación es ese mal crónico de vieja data que obliga a una decisión de este tipo, algo que el chavismo no pudo controlar y más bien lo exacerbó.
La primera de las reconversiones la realizaron en 2008, año en el que también implementaron una nueva metodología para hacer seguimiento a la inflación: El INPC (Índice Nacional de Precios al Consumidor). Previo a ese momento la inflación en Venezuela era relativamente baja (para nuestros estándares), aun así el rango anual oscilaba entre 10% y 40%. Chávez le da luz verde a la medida, pero poco o nada se hizo para disminuir la escalada de precios.
Los altos precios petroleros ayudaron, en cierta medida, a que tanto el tipo de cambio como inflación no se desbocaran. Hasta 2013 la inflación interanual se mantuvo por debajo de 40%, después de ese momento la subida abrupta fue inevitable. En 2015 ya teníamos 3 dígitos y para 2018 alcanzamos variaciones interanuales de decenas de miles de puntos porcentuales.
La caída de los precios del petróleo dejó en evidencia profundos males de la economía venezolana. A partir de 2014 acudieron al financiamiento monetario vía Banco Central de Venezuela (BCV), para así tratar de mantener el gasto fiscal. La combinación de desplome del PIB, sumado a esta emisión indiscriminada del BCV, nos metió en el muy hostil y destructivo camino de la hiperinflación.
En 2018 deciden lanzar otra reconversión (la segunda), esta vez realizada en medio de una hiperinflación y también con la presencia de un proceso de dolarización, que para ese momento era incipiente. En esa oportunidad acompañaron la medida con el llamado “Plan de recuperación económica”, con el cual crearon un marco de mayor flexibilidad económica, con esperanza de que con ella se pudiese salir de la postración de la producción, y con respecto a la inflación aplicaron medidas monetarias vía un altísimo encaje legal, para así limitar el crédito bancario, y con ello quitar presión a precios y al tipo de cambio.
Los efectos fueron tardíos y limitados. En 2019, la inercia inflacionaria continuaba y la inflación interanual llegó a millones de puntos porcentuales. A partir de ese momento sí hubo un proceso de desaceleración de la inflación. Sin embargo, todavía sigue siendo alta, muy alta, con tasas muy volátiles y en promedio, por encima del 30% mensual. Cabe mencionar que poco se puede esperar de un plan antiinflacionario que no tome en cuenta tanto expectativas de la gente como la realidad productiva.
Como el “plan” fue insuficiente, la inflación resultante, en tan solo tres años, nos dejó en un nivel de precios en bolívares muy parecido al que teníamos en 2018. Otra reconversión luce necesaria, pero no tanto como las ocasiones anteriores.
El extendido uso del dólar atenúa tanto la necesidad como la importancia de una nueva reconversión monetaria. La gente está “resolviendo” y lo hace en una moneda distinta a la nuestra. La reconversión será útil para esa pequeña parte que todavía se maneja en bolívares y que presenta las incomodidades que hemos vivido en el pasado.
Esta tercera reconversión llegará más temprano que tarde. Hay varias preguntas que quedan en el aire. ¿Cuántos ceros quitarán esta vez?, ¿vendrá con medidas relacionadas a disminuir la inflación?, ¿vendrá con nuevos billetes o la “digitalización de la economía” hará que salga sin estos y queden los actuales circulando por bastante tiempo?
Cierro con otras dos grandes inquietudes:
¿El dólar será nuestra única moneda en el futuro?
Y si la respuesta a esta pregunta es negativa:
¿Volveremos a confiar en nuestra moneda local?
Como en otros aspectos de la vida nacional, no todo está dicho y muchas respuestas dependen de nosotros.
@HenkelGarcia