En la aldea
05 diciembre 2024

¡53 años de atraso para rebelarse! Se dice y no se cree

Lo que está pasando en Cuba por estos días tiene que ver, y mucho, con Venezuela. Ese gentío en la calle, esas voces clamando por libertad, ese pueblo hastiado de calamidades y privaciones, ¿no es demasiado parecido a otro que no es necesario nombrar? El gobierno de Miguel Díaz-Canel ha abierto la posibilidad de utilizar sus propios colectivos armados para infundir temor. Una conclusión desde ya: un gobierno que tenga por enemigo a un poeta debería cesar de inmediato. El castrismo ha debido desaparecer en 1968. El mundo vive, ahora, una noticia antigua.

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Sebastián de la Nuez | 13 julio 2021

De todos estos años de revolución, más de sesenta, se salvan tres cosas: Buena Vista Social Club y los viejos músicos que allí intervinieron gracias a un alemán que los sacó del fondo del armario donde los había dejado la revolución; algunas películas de Tomás Gutiérrez Alea, y las medallas olímpicas que antes ganaba Cuba en atletismo o boxeo. Lo demás ha sido pura pérdida. Esa revolución debió parar en seco el día en que su cúpula decidió que existía, cómo no, una conspiración de intelectuales contrarrevolucionarios y que Heberto Padilla formaba parte, con su libro de poemas Fuera de juego, de ella. En ese momento ha debido rebelarse el pueblo completo y darle una zurra a los Castro. Eso fue en 1968. De modo que este levantamiento popular llega, más o menos, con 53 años de retraso.

Un año antes, en abril de 1967, en el octavo pleno del comité central del partido comunista venezolano -lo relata Teodoro Petkoff en Proceso a la izquierda-, se tomó oficialmente la determinación de suspender las operaciones armadas y efectuar lo que se llamó entonces un «repliegue táctico». Era la confirmación de un enorme naufragio histórico. Teodoro dice en su libro que el fracaso era obvio pero, no por ello, fácil de reconocer «dentro del clima de hiperestesia que se vivía en esos años». Hiperestesia es el aumento anormal y doloroso de la sensibilidad táctil. La lucha armada había llegado a un punto de agotamiento que no admitía eufemismos: lisa y llanamente, el movimiento estaba derrotado. A partir de entonces debía irse por la vía política (de allí aquel 6% histórico en las elecciones, cota máxima a la que llegaba la izquierda).

Solo que 31 años después se alzaría, en elecciones legítimas y verificables, un cantamañanas golpista que superó, y con mucho, aquel 6% histórico. Fue la perdición de Venezuela.

Durante muchos años, el sostén de Cuba fue la Unión Soviética. Hasta que la URSS se quebró y sobrevino el Periodo Especial en Cuba. Luego se produjo una especie de abducción del gobierno chavista por parte de los Castro. Era patético ver por televisión aquellos escarceos entre el obsequioso líder venezolano y su relamido tutor; sobre todo una vez, durante el Aló Presidente en que el primero llamó para felicitar al segundo por su cumpleaños. Parecía una relación entre dos amantes compenetrados, anhelantes en la distancia el uno del otro. Lo cierto es que ese idilio sostuvo la economía de la Isla durante demasiado tiempo, pero eso se ha acabado, o al menos ha ido mermando y ya no le llega a la gente. La vaca ya no da más leche, está seca. Eso y la pandemia y la historia de tanto marielito y tanto bluyín anhelado han traído, a estas alturas, esta rebelión. El gobierno de Miguel Díaz-Canel no parece dispuesto a ningún repliegue táctico; parece más bien inclinado a poner en práctica, en su propio patio, lo que han venido ensayando sus alumnos venezolanos durante los últimos años, sobre todo a partir de aquel grito de guerra: «Échenle gas del bueno a esos escuálidos». 

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Entre los años 2015 y 2016 entrevisté en varias ocasiones, entre otros, a Teodoro Petkoff y Pompeyo Márquez para un libro que me proponía escribir y que nunca he terminado. Siempre me ha llamado a la curiosidad el destino de la carne de cañón: aquellos que son arrastrados por una quimera, sin tener ni formación ni criterio propio pero sí un ciego valor, una determinación suicida en ocasiones. Gente que suele quedar muerta en una esquina por un niple mal colocado; o se vuelven locos en un cerro que se les convierte en una cámara de tortura, como fue el caso de los que se aventuraron estúpidamente en El Bachiller. Esa carne de cañón resulta muchas veces olvidada al borde de la Historia.

¡53 años de atraso para rebelarse! Se dice y no se cree. Hay que ver, por supuesto, la capacidad mitológica que tuvo la revolución cubana en su momento: voló tan alto y con tanto marketing que hasta hoy dura la marca. Si no, que les pregunten a los canarios, el gentilicio español que con mayor contumacia suspira -todavía hoy- por esa posibilidad antiimperialista, utópica, buenista, y su complemento esencial, las idílicas playas de Varadero. Claro que, en el caso de los canarios, hay un antecedente histórico y es que, a finales del XIX y principios del XX, muchos se refugiaron allá tras la ruina de la cochinilla.

Esa fascinación por la marca revolucionaria, ese charm, se palpó primero que todo en Caracas. Y en Caracas ya Teodoro Petkoff formaba parte del engranaje del PCV. Al menos en dos de las entrevistas que sostuve con él, recordaba el tremendo impacto de la revolución cubana en Venezuela. No se anunciaba como comunista, en absoluto; para decirlo de manera simplificada, Fidel aparecía como un adeco armado. Su partido equivalía a Acción Democrática en Cuba, y su programa, su lenguaje, eran típicos de un adeco latinoamericano. Restablecía la Constitución de 1940, hablaba de libertad y democracia. En todo momento hubo una gesta, una épica, una puesta en escena para los anales históricos: Fidel tardó una semana en llegar a La Habana, parándose de pueblo en pueblo durante una marcha triunfal. «Aquello era emocionantísimo», dijo Teodoro, que por lo general se distinguía por su adjetivación comedida.

Quien primero entró a La Habana fue el Che, y se dirigió a La Cabaña, donde estaba el arsenal de Batista, y además los presos. Teodoro no conoció al Che. Oswaldo Barreto, su compañero en el diario Tal Cual, sí, porque fue del círculo de promotores de la Tricontinental hacia 1967. Luben, el hermano de Teodoro, también conoció al Che.

Los militantes del PCV se volvieron instantáneamente los principales activistas de la causa cubana. Cosa que no era muy difícil de asumir porque todo el mundo era cubanófilo en Venezuela, en esa época.

¿Ahora toca a su fin esta longevidad publicitaria de la que hasta el Gabo, Cortázar yVargas Llosa formaron parte? Ha llegado con 53 años de retraso, en todo caso, este levantamiento.

Tremenda estrategia de marketing fraguada por unos tipos que se venden como contrarios a cualquier truco capitalista. Y herramienta más capitalista que el marketing, no la hay.

Esto que está pasando en 2021 prueba que cualquier marca es susceptible de un tropiezo. Ninguna empresa de gran envergadura está exenta de un traspié. Cualquier día le sucede también a la Coca-Cola y entonces sí es verdad que estaremos apañados. En definitiva, se repite el dicho: No puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo.

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El periodista Francisco Goldman hizo un trabajo sobre el famoso club Tropicana para la revista Harper’s Bazaar en el año 1993. Regresó 25 años después para hacer un remake; en su primera visita había conocido y entrevistado al coreógrafo Santiago Alfonso. Sin embargo, en esta segunda vez, Alfonso, mítico y legendario, se negó a ser entrevistado a menos que le pagase. El periodista no tenía presupuesto. Alfonso dijo que eso se lo había aconsejado su abogado.

Buscó al actual coreógrafo, Santiago Álvarez, a quien llaman el Jinagua (el Gemelo) porque es gemelo de Alberto. Ambos comenzaron en el Tropicana como bailarines.

El periodista cuenta sus impresiones sobre el funcionamiento actual del Tropicana (2018), y lo hace para un libro de Editorial Debate titulado Cuba en la encrucijada. Enumera a los grandes artistas que allí se dieron cita antes de la revolución: Rita Montaner, Bola de Nieve, Olga Guillot, Benny Moré, Celia Cruz. Allí estuvo también Nat King Cole. Goldman habla de los mafiosos que solían visitar el Tropicana en aquella época; de una treta de las jineteras ante los turistas extranjeros, la de hacerse pasar por bailarinas del Tropicana pues eso les da cierto caché; del número central del espectáculo, bajo la dirección de Santiago Álvarez: repique de tambores cada vez más alto, se escenifica una rebelión de esclavos y un triángulo amoroso. El amo quiere poseer a la mulata pero la mulata y su novio esclavo logran huir al final hacia la libertad.

Ese final lo justifica Álvarez a Goldman con estas palabras: «Decidí que la tristeza no estaba invitada». En la versión anterior, la solista se lanzaba al vacío desde una escultura de arcos: se suicidaba para evitar caer en brazos del amo.

La gran solista que había conocido antes, Lupe Guzmán, la contactó ahora de la manera más simple: tecleando su nombre y Tropicana en Facebook. La cantante vive ahora en Ciudad de México, hace tiempo huyó de Cuba y tiene una nieta. Goldman la visita y la abuela, entre otras cosas, dice: «Si pudiera morir y volver a nacer, querría volver a repetirlo todo». Pero, ¿con todo y revolución? Hay gente masoquista y lo demás es cuento.

@sdelanuez
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