En la aldea
03 mayo 2024

Un arma de doble filo: Elecciones en contextos de fragilidad estatal

El éxito o no de unas elecciones no depende del acto electoral en sí, sino de los eventos que puede desencadenar. Los gobiernos locales pueden ser un espacio fundamental de reconstrucción de la capacidad del Estado, solo si se respeta su autoridad. Hoy en Venezuela están planteadas unas elecciones regionales, y el capital social que pudiera acumularse luego de un proceso de esta naturaleza podría ser positivo para la evolución a la democratización, si se usa de manera adecuada; pero si se atomiza más a la sociedad y debilita la capacidad estatal, la crisis se profundizará.

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Diego Lombardi | 14 julio 2021

Las democracias pueden nacer prematuramente. Es común utilizar la metáfora del parto para describir el nacimiento de una Democracia. Este recurso literario por lo general se utiliza para resaltar que las transiciones democráticas son procesos que necesitan un período de gestación, y que, muchas veces, van acompañados de cierto dolor, culminando, eso sí, con la gran satisfacción que produce el nacimiento de algo que será amado por siempre. Sin embargo, esta metáfora también trae consigo de manera implícita un hecho que puede tener consecuencias fatales, el nacimiento prematuro.

En diciembre de 2010 Mohamed Bouazizi, un comerciante tunecino de 26 años, se inmoló. La razón fue la prohibición que recibió de vender frutas, y por lo tanto de contar con un medio de sustento. Este hecho, al menos simbólicamente, dio inicio a la Primavera Árabe, la cual implicó un conjunto de movimientos civiles que se expandieron por toda la región. Diez años después, el balance de resultados de este movimiento que sacudió al mundo árabe no es muy alentador: De los 15 países que fueron parte de él solo Túnez logró empezar a transitar en una senda democrática.

Todos estos movimientos, cada uno con sus particularidades en cuanto a forma y magnitud, buscaban una mayor democratización. Algunos desembocaron en conflictos armados y guerras civiles, otros en una mayor represión, o en el cambio de un régimen autoritario por otro de naturaleza similar. En ese contexto el caso de Túnez fue particular, es el único país que logró transitar hacia la democracia vía un proceso electoral. Hoy el caso de este país puede ser visto con éxito, sin embargo, en sus primeros años se enfrentó a un riesgo: el exceso de democracia.

“Si el fortalecimiento de la capacidad del Estado no va acompañado de una sociedad civil cada vez más robusta, el resultado será un régimen autoritario”

Pensar que puede haber democracia de más es contraintuitivo, pero cuando se piensa que una de las claves para el éxito de un país se encuentra en el balance entre las capacidades del Estado y la sociedad civil esta idea cobra sentido. En The Narrow Corridor (2019), Daron Acemoglu y James A. Robinson plantean la importancia del equilibrio entre Estado y Sociedad, y lo que llaman el “efecto de la Reina Roja”, que consiste básicamente en la competencia (y retroalimentación) que debe haber entre el aparato estatal y los ciudadanos. De acuerdo con esta visión, un exceso de Estado llevaría a un “Leviatán despótico”, y un exceso de sociedad civil conduciría a contextos de anarquía.

Democracias prematuras y elecciones: el caso venezolano

La idea del equilibrio entre Estado y Sociedad no es nueva, incluso para el caso específico de Venezuela. Por ejemplo, en el 2005, Asdrúbal Baptista publicó el libro “El relevo del capitalismo rentístico: hacia un nuevo balance de poder”, adelantando en el título una de sus principales conclusiones, la necesidad de un “nuevo balance de poder”. La interrogante es ¿cómo lograr ese nuevo balance entre Estado y Sociedad? De acuerdo con Francis Fukuyama (2013) esta es una relación compleja, pero en esencia plantea que no puede haber una democracia sólida si esta no se sostiene en un Estado capaz. Este argumento coincide con el de Acemoglu y Robinson (2019).

Venezuela vivió su propia historia en este sentido. Es posible argumentar que el Estado venezolano se consolida con Juan Vicente Gómez, y que es solo después que la democracia logra abrirse camino. Claro que dicho proceso, como plantean los distintos autores mencionados antes, no es lineal, y mucho menos está exento de tensiones. De hecho, si el fortalecimiento de la capacidad del Estado no va acompañado de una sociedad civil cada vez más robusta, el resultado será un régimen autoritario. La primera mitad del siglo XX venezolano pudiera resumirse justamente como la tensión entre esas dos fuerzas.

En la segunda mitad del siglo XX en Venezuela ocurrieron dos fenómenos en cuanto a la relación entre Estado y Sociedad. Pudiera decirse que en primera instancia se consolidó el “Estado clientelar”, ese Estado mágico que describió Fernando Coronil (1997). Luego, en un segundo momento, con la crisis del modelo económico rentista vino un proceso de mayor democratización a través de la descentralización, lo que atomizó el sistema partidista causando un desequilibrio en la manera cómo la élite tomaba decisiones; lo que a su vez dada la dinámica Partido-Estado que había en el país, debilitó la capacidad estatal (Francisco Monaldi y Michael Penfold, 2013).

Hoy en Venezuela están planteadas unas elecciones regionales, las cuales en el mejor de los casos se pudiera argumentar que son un paso hacia una mayor democracia (al menos en cuanto a participación). Se puede suponer además que estas no incrementarán la polarización (aunque de hecho suele ocurrir lo contrario), e incluso se pudiera pensar que uno de los objetivos de la oposición se logra, “acumular fuerza”. ¿Qué viene después? La respuesta a esta interrogante tiene una doble vertiente. Por un lado, está lo que pueda ocurrir en el plano político (y de la sociedad civil); por otro lado, encontramos el punto de vista de la gobernabilidad y la capacidad estatal.

Con respecto al primer punto, si las elecciones son exitosas para la oposición y traen como consecuencia mayor fuerza y, por lo tanto, capacidad de generar demandas de políticas públicas más efectivas, sería un paso positivo hacia la democratización. Si, por el contrario, esa fuerza se usa para insistir en el juego suma cero de “Maduro vete ya”, el resultado pudiera ser adverso, con una mayor confrontación y represión. Así, en el plano político, y en general de la sociedad civil, el capital social que pudiera acumularse luego de un proceso de esta naturaleza pudiera ser positivo para la evolución a la democratización, si se usa de manera adecuada.

La segunda vertiente es específicamente en cuanto a la capacidad del Estado. De nuevo en este caso hay un condicional importante: si el Gobierno respeta los poderes descentralizados y les transfiere recursos pudiera ser una buena oportunidad para fortalecer la capacidad estatal. Pero, por otro lado, si los gobiernos regionales y municipales se continúan asumiendo como feudos en el caso de gobernadores y alcaldes del PSUV o como enemigos en el caso de gobernadores y alcaldes opositores, la capacidad del Estado se debilitará. Los gobiernos locales pueden ser un espacio fundamental de reconstrucción de la capacidad del Estado, solo si se respeta su autoridad.

Como en el pasado, el éxito o no de unas elecciones no depende del acto electoral en sí, sino de los eventos que puede desencadenar. Si un proceso de esta naturaleza contribuye a fortalecer a la sociedad civil y, además, aumenta la capacidad del Estado a través de los gobiernos locales, es un buen paso para salir del atolladero histórico en el que se encuentra Venezuela. Pero, si este evento electoral atomiza más a la sociedad y debilita la capacidad estatal la crisis se profundizará. Como hemos señalado antes, en contextos como el de Venezuela hay un lienzo en blanco donde puede haber grandes avances o darse retrocesos profundos.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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