En la aldea
09 septiembre 2024

Hablemos de xenofobia

La gran mayoría de los seres humanos provenimos de movimientos migratorios, sean recientes, anteriores o antiquísimos. ¿O alguno piensa que ser “autóctono” no es solo característico de muy pequeñas minorías en el mundo? La xenofobia es una patología colectiva, que se contagia a través de la palabra del discurso privado y público que construye al otro como enemigo; para ellos las leyes son un recurso potente en su lucha y cualquier otro tipo de discriminación que atente contra los Derechos Humanos; siempre y cuando esté respaldada por un gobierno genuinamente democrático. ¿O alguien duda que el poder a veces manipule porque le interesa desintegrar y oponer, en lugar de integrar y unir?

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Ana Teresa Torres | 05 agosto 2021

Muy bienvenido el giro de Claudia López, alcaldesa de Bogotá, después de lamentables y repetidas declaraciones acerca de la conducta delictiva de los venezolanos emigrados a Colombia. En ocasión de la inauguración del Centro Distrital de Integración y Derechos a Migrantes, Refugiados y Retornados, y el anuncio del decreto por el cual se crea la Comisión Intersectorial del Distrito Capital para la Atención de Integración de la población proveniente de los flujos migratorios mixtos, en declaraciones recogidas por el diario El Carabobeño el pasado jueves 22 de julio, dijo lo siguiente:

Muchas otras naciones nos han dado la mano a los colombianos cuando lo hemos necesitado, y Colombia y con mucho orgullo Bogotá, es la ciudad más generosa con la migración venezolana, es lo que nos corresponde, son nuestros hermanos, vecinos, somos su primera opción de refugio”.

Para que la declaración fuese perfecta podía haberse agregado que Venezuela, y con mucho orgullo Caracas, fue la ciudad más generosa con la migración colombiana, ya que también fue su primera opción de refugio por las mismas obvias razones. Pero quedemos contentos con este nuevo discurso alejado del anterior que nos había dejado el amargo sabor del desagradecimiento. El caso es que, según el último estudio de la Organización Internacional para las Migraciones (2020), los migrantes mundiales superan los 272 millones, de los cuales sabemos que más de 6 millones son venezolanos. Así que la migración forzada, la xenofobia, y otras calamidades asociadas, son un tema de primer orden. Para comentarlo me gustaría comenzar con una cita del Libro del Éxodo, que forma parte del Pentateuco judío y del Antiguo Testamento cristiano:

No molestarás al extranjero, ni le oprimirás, porque también vosotros fuisteis extranjeros en la tierra de Egipto.

Prescribe una norma moral que pudiera simplificarse en: No le hagas a otro lo que tú también has sufrido. Es decir, una norma de siglos remotos y prácticamente universal porque, ¿quién es ese pueblo, ese colectivo, ese grupo humano que nunca ha sido extranjero? Probablemente existan algunos casos, aunque sin duda muy pocos, de poblaciones totalmente autóctonas, pero la gran mayoría de los seres humanos provenimos de movimientos migratorios, sean recientes, anteriores o antiquísimos, y consecuentemente de grupos étnicos diversos. La idea de las razas puras también es inconsistente -una noción política con frecuencia utilizada para exterminar a otros, y que las pruebas de ADN han ido desmontando-, así como la noción de religión verdadera, de historia ejemplar, de talento indiscutible, y todo aquello que busca distinguir en forma privilegiadamente única a un colectivo. Todos los grupos humanos son únicos, en tanto son el resultado de una mezcla determinada, aunque cambiante y, al mismo tiempo, parecidos por ser producto de diversos entrecruzamientos a lo largo de la historia.

El miedo al otro, al desconocido, es una reacción común de los seres humanos, pero se puede convertir en un miedo social, y de allí pasar al odio, si el otro se construye como enemigo, y eso ocurre mediante un relato que caracteriza al extraño como un peligro actual o potencial. “Te va a quitar el trabajo, tus beneficios, es un delincuente, te va a engañar, lo único que quiere es llevarse tu riqueza, se considera mejor que tú, te desprecia”, y así se van agregando caracterizaciones del “enemigo”. Se va creando un escenario de prejuicios mutuos, no solo del receptor hacia el migrante, sino del migrante hacia el receptor. Cuando el extraño es minoría no produce tanto temor, pero en la medida en que su número crece se transforma en una amenaza. Esto es claramente lo que ocurre en las migraciones, y particularmente si el migrante adquiere las metas por las que ha emigrado, el éxito lo vuelve no solo más peligroso, sino que eleva el resentimiento y la frustración.

“Ningún colectivo tiene el monopolio de la virtud o de la transgresión porque todos forman parte de la naturaleza humana (…) debemos aspirar a lo mejor para lograr lo posible”

Hay un narcisismo, es decir un amor por lo propio, que es natural y común en la psicología colectiva, en pensar, o más bien sentir que lo mío, lo nuestro, es lo mejor, y que no hay nada igual en el mundo. Ese sentimiento es lo que nos permite la pertenencia a nuestra familia, nuestra sociedad, nuestra patria, aunque, como bien dijo Benedict Anderson, la nación es una “comunidad imaginada”, pero un imaginario necesario para proveernos de identidad, otra palabra complicada. Pero en esa apropiación imaginaria de la nación y de la identidad nacional, se sostiene no solamente el amor por lo propio sino el miedo de lo ajeno. Miedo, porque etimológicamente fobia es miedo, que fácilmente se convierte en odio. Ese que no es como yo, que de algún modo me niega, ese desconocido que puede ser una amenaza, primero para mi narcisismo fundamental, -lo mío es lo mejor-, pero también para mi supervivencia porque ese otro es un animal que no conozco, proviene de una especie extraña, no sé cómo se comporta, ni cómo hacerlo mi amigo. Ese otro, por lo tanto, es mi enemigo. Cómo puede protegerse al organismo social de esta situación, es un tema central difícil de abordar.

En cierta forma la xenofobia es una patología colectiva, que se contagia a través de la palabra del discurso privado y público que construye al otro como enemigo. Cuando el otro, el extranjero, ha sido declarado enemigo, el problema ha avanzado mucho y se ha convertido en epidemia, entonces ya no son suficientes las medidas preventivas. Los anticuerpos deben instalarse antes, cuando el otro es solo alguien distinto, extraño, pero no un enemigo. Si el otro es un enemigo, la enfermedad ha atravesado la barrera de las defensas que se pueden introducir en el organismo sano para reforzar el sistema inmunitario, pero al igual que ocurre en las enfermedades somáticas, algunos individuos tienen una defensa inmunitaria más eficaz que otros, de modo que nada está garantizado.

Las maneras con las que las sociedades reaccionan negativamente ante lo nuevo y desconocido son múltiples. El primer nivel es el prejuicio, literalmente el juicio anticipado que no proviene de la experiencia o del conocimiento, sino de la necesidad de llenar el vacío que deja la ignorancia. El prejuicio puede atribuir condiciones positivas o negativas, “ese extranjero es más educado que yo”, o “esos extranjeros no son personas honestas”. Del prejuicio se puede pasar al juicio condenatorio y excluyente, “esa gente es indeseable, no hay que tratar con ellos”, y progresivamente ir cargando la identidad del extranjero migrante con todas las identificaciones indeseables posibles, hasta llegar a las prácticas de humillación y maltrato. El último peldaño lo conforman la expulsión y exterminación, que pertenecen a los delitos de lesa humanidad y genocidio. Veamos algunas defensas ante la xenofobia:

a) Restaurar la confianza de que los nativos no serán postergados para favorecer a los migrantes.

b) Explicar las causas de la migración y vincularlas con las migraciones que en otros momentos se hayan producido desde el país de acogida.

c) Combatir los prejuicios construidos contra los migrantes mediante información confiable.

d) Asegurar que la conducta de los migrantes será evaluada y controlada por las mismas leyes que rigen para todos.

e) Y desde luego la acción educativa y cultural.

Evidentemente las leyes son un recurso potente en la lucha contra la xenofobia y cualquier otro tipo de discriminación que atente contra los Derechos Humanos. Que los ciudadanos, nativos y migrantes, conozcan sus derechos es fundamental, y que el Estado aplique las medidas en favor de quienes sufran la discriminación posiblemente es la mejor manera de que así se limiten algunos de los excesos contra los extranjeros. Pero no puede atribuirse a la ley toda la resolución del problema. No olvidemos que la ley no solo representa a la sociedad, la ley es también, y sobre todo, un apéndice y un instrumento del Estado. El caso más tristemente ejemplificante de que las leyes pueden ser un brazo del Estado para eliminar al otro, son las leyes raciales durante el periodo nazi, según las cuales los judíos no eran nacionales de sus países sino extranjeros y enemigos. Otro tanto pudiera decirse de las leyes del apartheid sudafricano; y de las leyes segregacionistas de Estados Unidos que persistieron hasta bastante más allá de mediados del siglo XX. Cuando la propia ley, o el desprecio del Estado ante la ley, concurren con la xenofobia o la causa, es decir, cuando es el propio Estado el agente de un discurso xenófobo, o al menos lo permite, la única respuesta es el activismo, la acción como iniciativa de los ciudadanos. Aquí me gustaría mencionar dos casos ocurridos en Venezuela.

En septiembre de 2000 comenzaron a diseminarse en varias ciudades del país unos panfletos que remedaban el espíritu xenófobo y racista de las Leyes de Núremberg. Aparecía como responsable del texto el Frente Simón Bolívar del soberano pueblo de Venezuela, y estaba dirigido a la Comisión Legislativa Nacional. Acordaba el panfleto juzgar, expropiar y expulsar a los inmigrantes europeos y sus descendientes, aunque fuesen venezolanos por nacimiento. Esta manifestación, absolutamente insólita en un país acostumbrado a la inmigración, estaba en línea con el discurso político anti foráneo de exaltación a lo “endógeno”. En esa ocasión parecía necesario una acción pública y junto con algunos colegas produjimos un comunicado de rechazo, que tuvo muchísimos adherentes, incluso de quienes no pertenecían a los sectores opositores.

En enero de 2009 ocurrieron otras manifestaciones xenófobas y antisemitas que concluyeron en la profanación de la sinagoga Tiferet Israel de Caracas. En esta oportunidad -así como en 2006, en rechazo de algunas declaraciones presidenciales de contenido antisemita- se produjeron sendos comunicados de rechazo. Aunque en estos casos los actos xenófobos se detuvieron, no puede suponerse que fuera gracias a la acción ciudadana, pero sí que esta tuvo un efecto social importante, como fue el mostrar públicamente la posición de gran parte de la comunidad intelectual y académica, y de mostrarnos a nosotros mismos que aquello, aunque pareciera increíble, estaba sucediendo en Venezuela, un país del que nos hemos sentido orgullosos por la integración de nuestras inmigraciones.

En conclusión, para que la ley sea un fuerte instrumento en la lucha contra la xenofobia es indispensable que esté respaldada por un gobierno genuinamente democrático, que no dude en aplicar las normas establecidas en defensa de los Derechos Humanos. El problema social es que no hay un grupo humano xenófobo y otro que no lo es. La intervención política es fundamental en todo esto. Al poder a veces le interesa integrar, atraer, y otras desintegrar, oponer. Por ejemplo, en Venezuela, durante las décadas de los ‘40 y ‘50 del siglo pasado, se necesitaba población calificada, y se abrieron las oportunidades a la emigración europea que, por su parte, aumentaba a consecuencia de la posguerra. El discurso favorable facilitó la integración que ocurrió no solo en el ámbito social. Las uniones conyugales entre inmigrantes y nativos fueron muy numerosas. En cambio, a principios del XXI se optó por desintegrar y oponer a los venezolanos no adscritos al régimen, particularmente a las clases medias, calificándolos de enemigos de la patria y de anti-venezolanos.

“El conocimiento histórico, geográfico, social, religioso, cultural de otros países y nacionalidades nos ayuda a relativizar nuestras costumbres y creencias, y nuestras virtudes y defectos”

Con frecuencia, como todos sabemos y hemos de alguna manera experimentado, las políticas populistas que han ido en auge en este siglo pueden ser muy hábiles en la utilización del tema migratorio. A veces para condenar a los migrantes y hacerle saber al votante que cuenta con ese partido para reducirlos o expulsarlos. Y otras, al contrario, para fortalecer las ideas grandiosas de “patrias grandes”, de vinculaciones y desvinculaciones ideológicas, etc., entre distintos países. Es decir, convertir la migración en un issue de la política nacional que muchas veces deja de lado el sufrimiento humano que suponen los desplazamientos forzados por las circunstancias.

La herramienta en la que personalmente tengo más confianza, siempre y cuando se aplique a tiempo y en consonancia con las leyes y el Estado de Derecho, es la educación. Los factores educativos son múltiples, y requieren actuar tempranamente y en conjunto, es decir, comenzar en la infancia desde los ámbitos en los que los sujetos están más abiertos a recibir nuevas ideas y a compartirlos con sus pares. Desde el maternal, pasando por las escuelas primarias y secundarias, hasta los centros docentes superiores, el tema de los Derechos Humanos debe ocupar un espacio privilegiado, no solo en la teoría sino en la aplicación práctica que sancione las acciones de acoso por motivos de extranjería, y racialización (nuevo término en uso), frecuentemente asociadas, y premie las acciones en las que los alumnos muestran su defensa por estos derechos universales, y conozcan las leyes y procedimientos de su país en la materia.

Una educación que consista no solo en la información sino en la acción según la cual todos puedan exponer orgullosamente sus orígenes nacionales y familiares, e instruyan a sus compañeros y maestros en sus costumbres y normas, festejos, ritos, historia. Esa permanente información de las diferencias ayuda a que todos puedan ver que somos distintos, pero a la vez similares. Es decir, una práctica dirigida al propósito de mostrar que no hay grupos humanos únicos, y que la convivencia es posible a pesar de las más definidas diferencias si todos aceptamos lo que debe ser común: La ley. Es decir, que ningún colectivo tiene el monopolio de la virtud o de la transgresión porque todos forman parte de la naturaleza humana. Sé que esto suena bastante idealista, y lo es, pero al mismo tiempo me parece que debemos aspirar a lo mejor para lograr lo posible.

Al mismo tiempo la cultura en sentido amplio tiene mucho que decir. El conocimiento histórico, geográfico, social, religioso, cultural de otros países y nacionalidades nos ayuda a relativizar nuestras costumbres y creencias, y nuestras virtudes y defectos, en suma, nos ayuda a situarnos dentro de la comunidad universal, lo que en tiempos de globalización y de información a distancia es una tarea bastante posible. Hay múltiples recursos: Cineforos, lecturas, documentales, escenificación teatral, etc.

No menos importancia tienen otras sedes, como son la familia y los medios de comunicación. En cuanto a la familia, por supuesto que no se trata de obligarla a repetir las consignas de integración y ciudadanía, pero sí que es posible establecer puentes de comunicación con el ámbito familiar, como sociedad de base, para mostrar las ventajas de crear convivencias de respeto y los peligros de establecer barreras excluyentes con parte de los habitantes. Los medios de comunicación, que poseen los mecanismos de amplificación del discurso social, y también de controlarlo e incluso manipularlo, son de extrema importancia. Si ante cualquier acto de la delincuencia ordinaria, del que ninguna sociedad está exenta, los medios comienzan por titular con la nacionalidad y origen del perpetrador, están sembrando la semilla del odio y el miedo. Asunto delicado este, porque alguien podría decir que la libertad de expresión debe ser respetada ante todo, pero también es cierto que en los términos del relato se decide mucho de las conclusiones. Un ejemplo tomado de otra área: La violencia contra la mujer. Si los medios insisten en titular que el femicidio fue cometido por un “marido celoso”, o constituye un “crimen pasional”, ya prácticamente está lista la sentencia: el pobre hombre es la víctima de una mujer que lo agredió con su infidelidad.

*Parte de este artículo fueron ideas expresadas en mi participación en el ciclo de webinars “Anatomía de la xenofobia”, patrocinado por el Instituto Nacional Demócrata. Universidad del Rosario. Observatorio de Venezuela. Diálogo ciudadano. Bogotá, junio-julio 2021.

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