En la aldea
13 septiembre 2024

“Ojalá mis nietos puedan tener una Venezuela como la que nosotros tuvimos esa suerte y esa belleza de conocer. Hay que recuperarla, rehacerla”.

🎥Josefina Benedetti, batuta y figura

Vive en gerundio, componiendo, trabajando, enseñando. Su vida se articula entre la música, la cultura, la gerencia, y su familia. Compositora de sentimientos con no pocos reconocimientos y premios a su obra y trayectoria. “Soy femeninamente trabajadora, persistente, insistente. Que nadie me diga que no se puede algo porque busco ver cómo lo logro”, con estas palabras Josefina Benedetti nos lleva por sonidos suaves, fuertes e intensos porque “Venezuela me suena a los grandes compositores venezolanos (…) suena a muchas Venezuelas juntas, que cada una dice algo más bonito que la otra”. Y sentencia: “Como venezolana quisiera contribuir a que podamos avanzar, que este país deje la ignorancia, el sectarismo, las trampas, y las mentiras”.

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Soledad Morillo Belloso | 09 agosto 2021

Venezolanísima, hija de Pipo y Elena, esposa de Nacho, mamá de Ignacio y Alfredo, y, para dos muchachitas de nombre Elena e Ingrid, la abuela a la que le dicen “Bendición, Ete”. Y una de las mejores batutas de Venezuela y mujer que convierte ese “palito” en varita mágica cuando de gestionar asuntos de cultura se trata. Josefina es “Maestra”.

Nunca jamás se la ha visto desaliñada y menos sin oficio. Pero su impecabilidad está compuesta en clave de sencillez. No anda por la vida brincando de balcón en balcón, como pajarito visitante ocasional. Dónde ha ido ha dejado huella, sello, marca.

No es exagerado decir que a “Jose”, con acento prosódico en la “o”, la conozco de casi toda la vida. Ella era el Do mayor entre quienes teníamos la cabeza llena de sueños pero el desorden nos podía, y de veras no sabíamos poner concierto en nuestras pretensiones. Jose sabía a dónde quería llegar. Y algo mucho más importante: sabía cómo hacer para llegar allí y todo el esfuerzo que tendría hacer para conseguir ser alguien en un mundo en el que la competencia entre superlativos es imposible de adjetivar.

El día que inventaron las ínfulas, ella no estaba allí y jamás se puso en la cola. Yo tengo alergia a la pedantería. Es un olor que me causa piquiña en el cerebro y el corazón. Los presumidos, aunque tengan con qué, son incómodos, irritantes, espantosos, porque espantan. Josefina no sufre de ese horrendo mal del que muchos acaban muriendo.

Su currículum es tan abundante que es difícil resumirlo en pocas líneas. Pero, a ver, intentemos.

Egresada de la Escuela de Música Juan Manuel Olivares, por supuesto con impresionantes notas y bajo la guía de maestros enormes, como Gerty Haas, Gonzalo Castellanos Yumar, Modesta Bor, Ángel Sauce, Eduardo Plaza y Alberto Grau. Siguió estudiando: piano en Caracas y en Londres; se gradúa de Maestro Compositor en el Conservatorio Nacional de Música Juan José Landaeta y Dirección Coral en el Instituto Universitario de Estudios Musicales. No era suficiente. Hace Maestría en Musicología Latinoamericana en la Universidad Central de Venezuela (UCV). Su tesis “La estética postmoderna en la música venezolana” fue calificada con honores y, claro, publicada.

“Cuando Aristóbulo Istúriz era Alcalde de Caracas, yo era presidente de la Filarmónica y le mandé una carta invitándole a que los niños de las escuelas municipales asistieran los sábados por la mañana a los ensayos generales. Nunca recibí respuesta”

Josefina Benedetti

Pero hay más. Tres veces Premio Nacional de Composición (‘89, ‘93, ‘98); Premio Municipal de Música de la Ciudad de Caracas (‘90); Premio de Composición Fundación José Antonio y Carmen Calcaño (‘93).

Sus obras no fueron metidas en un baúl a pintarse de moho. Han sido interpretadas por destacadas orquestas, grupos de cámara, coros y solistas en Argentina, Cuba, Ecuador, Estados Unidos, Francia y Uruguay. Muchas  están en el archivo de la Biblioteca Nacional y han sido grabadas bajo el sello “Música y Tiempo”, que ella ayudó a fundar junto con productores independientes en 1996.

Ha sido presidente de Juventudes Musicales de Venezuela, de la Fundación Orquesta Filarmónica Nacional y de “Música y Tiempo”. Respiren, que hay más. Secretario General del Consejo Venezolano de la Música; miembro de las juntas directivas de la Sociedad Venezolana de Música Contemporánea y de la Fundación Teatro Teresa Carreño; Directora de Cultura de la UCV.

Josefina no sabe quedarse quieta. Es un “perpetuum mobile”. Vive en gerundio. Componiendo, trabajando, enseñando. Profesora de Teorías y Épocas de la Música y Estética de la Música en la Escuela de Artes de la UCV, Jefe de Relaciones Públicas del Rectorado y, además, coordina la Asociación de Egresados de la casa que vence la sombra. Pero, con todo eso, si alguien le pregunta quién es, ella responde: “Yo soy Josefina Benedetti, Compositora”.

“¿Convencer a la gente que la cultura es fundamental? Bien difícil; hay gente que no entiende”

Josefina Benedetti

Y, sí, puliéndome las uñas en la camisa, digo que es mi amiga. La que se ríe con mis confesiones de escritora torpe, la que me ha abrazado en esos momentos cuando la vida me ha golpeado duro, la que nunca se cree más que los demás, ni menos. La que ama a Venezuela con igual intensidad que yo.

Jose entiende bien ese pensamiento de la flautista española Magdalena Martínez: “La música es el arte más directo, entra por el oído y va al corazón”.

Es difícil y delicioso hablar con alguien superior que suda sencillez. Soy una descarada y me atrevo. Hay cosas que revolotean en su cabeza, pensamientos que nos hará mucho bien pormenorizar y metabolizar y que habitan en el alma y cerebro de esta mujer que ha dedicado su vida a crear, a dar, a construir.

Escribió Milán Kundera, el maravilloso literato checo, que “la cultura es la memoria del pueblo, la conciencia colectiva de la continuidad histórica, el modo de pensar y de vivir”. Josefina eso bien que lo sabe y lo ejercita.

Ella lucha, sin parar. En este país destrozado, donde la cultura ha sido sumergida en pantanos, ella sigue. No se rinde. Sabe que la cultura no es fatuo adorno, que es alimento para el crecimiento espiritual, antídoto para la destrucción, imán que nos junta como sociedad. La cultura es ese aroma que nos marca la ruta y anima a dejarnos caminar por este país nuestro que algunos, por grave error conceptual, suponen de unos y (ya) no de todos. La cultura nos da la medida de lo que podemos ser.

Me pongo muy cerca para conversar con ella, “aun arriesgo de tener que llorar un poco”. Para que nos diga cosas importantes que nos hará bien mirar. Son pensamientos a los que necesitamos abrirles las ventanas y las puertas para que nos entre una brisa que nos suavice dolores. Esta entrevista es una terapia. Es escuchar el sonido del amor bonito, dejarnos refrescar por un rocío que cae sobre nuestra piel cuarteada por la sequía de los odios. Su tono es emocionalidad; su vida es un concierto sinfónico de pasiones y sentimientos. Nada en ella es un desperdicio. Esto nos dice. Préstenle atención, les ruego.

Tiene usted la batuta y la palabra, Maestra.

-Los músicos tienen la cabeza llena de música. ¿Cómo son tus silencios?

-Ay, qué complicado. Mis silencios. Cuando no hay música mía en mi cabeza, hay de otros, que me martilla, me da vueltas. En mis silencios están mis hijos, mis nietas, mi marido, mi familia, mis amigos, mis distracciones. Me encanta la jardinería; cuando jardineo no es en silencio, es con música dándome, revoloteándome. Es que es complicado. Hay muchas cosas en mi vida que me llenan, que no dejan que me aburra. Algún libro, un programa de televisión, una película. Eso llena mis silencios, que no son muchos. Ojalá yo lograra alguna vez estar en absoluto silencio. Mi marido ha tratado que haga meditación y no, no puedo. Inmediatamente empieza ese cerebro a girar, así sea una canción, hasta un reguetón. Y me suena y me suena, me da vueltas y vueltas. Mis silencios son bastante ruidosos.

“Es un tema muy complejo. Y es muy triste que en este país no se dé importancia al arte, a la cultura”

Josefina Benedetti

-Tu vida está llena de hombres importantes. Tú eres una mujer femeninamente poderosa. ¿Cómo es ser así en un mundo en el que cuesta todavía decir “Maestra”?

-Me encanta eso de “femeninamente poderosa”. No me considero así, para nada. Soy femeninamente trabajadora, persistente, insistente. Que nadie me diga que no se puede algo porque busco ver cómo lo logro. Ese es de mis peores defectos, que no abandono nada, sigo y sigo. Sí, todos hombres fortísimos. Pero yo como que soy muy fuerte; han tratado de montarme la pata encima y ninguno ha podido. Las únicas que me dominan son mis nietas, femeninas al fin. Mi trabajo siempre me ha hecho enfrentarme a hombres fuertes. Y ha sido una experiencia bien interesante; muchas veces esa fortaleza es de la boca para afuera. Cuando tú tienes que tratar con una persona que te grita, que intenta hacerte sentir que vale más que tú, y tienes el raciocinio, sabes que físicamente eres más débil, pero que no es posible que te pisen porque no te dejas, eso es, como tú dices, femeninamente fuerte. Una vez me acababa de ganar el Premio Nacional de Composición con una obra coral; fue el primer premio que gané. Estaba estudiando con Alberto Grau Dirección Coral y él nos obligaba a componer. Y él me dijo: “Mira, esta obra está de lo más bonita”. Llego a mi casa y mi papá me dice: “Mándala para un concurso”. Y le respondo: “Papá, ¿cómo?; yo no me voy a ganar ningún concurso. No he estudiado Composición, esto mío es música coral”. La mandé por aquello de que ‘más pierde el venado que quien lo tira’, y me dieron el premio. Entonces un compañero que tenía un programa de radio me entrevista. Y lo primero que me pregunta: “¿Y cuál es la diferencia entre un hombre compositor y una mujer compositora?”. Le respondí: “Mira, le vas a tener que preguntar a un psicólogo o a un psiquiatra cuál es la diferencia entre el cerebro femenino y el masculino, porque para mí es exactamente el mismo. Claro, distintos niveles, unos más desarrollados, otros menos, pero en música, iguales”.

-Llevas años en la cultura, ¿cómo convencernos que la cultura es tan importante como el aire que respiramos?

-Ese es el “otro yo del doctor Merengue”. Yo soy compositora. Pero soy gerente cultural desde hace muchos años. Eso pasó de manera fortuita. Estaba estudiando Composición y nos dijimos, “tenemos una cantidad de música… vamos a sacar unos discos… vamos a hacer un festival”. Y entonces Irene Sáez creyó en nosotros. Nos dio el espaldarazo, a regañadientes de casi toda la gente que trabajaba ahí, que nos veían como de arriba para abajo. Nos dijo que podíamos hacer un festival de compositores venezolanos. Bueno, eso me marcó la vida; más nunca he podido dejar de hacer gerencia cultural. ¿Convencer a la gente que la cultura es fundamental? Bien difícil; hay gente que no entiende. Y no hablo (solo) de estos gobiernos. Estoy hablando de años. Yo llevo en esto mucho tiempo. Cuesta hacer entender que el arte te llena la vida. Estos momentos tan duros de pandemia deberían hacer reflexionar a toda persona que, si no tiene un ratico para escuchar música, para leer un libro, para disfrutar de un cuadro así sea en una postal a través del teléfono, está perdiendo la mitad de la vida. Y hay más. Tú no puedes comprender una cantidad de cosas en el mundo si no tienes cierto nivel de cultura artística. Incluyo, claro, a la literatura como una de las grandes fuentes de cultura. Leer te permite saber una cantidad de cosas que no puedes experimentar porque no es posible tener cien vidas. Escuchar música sublima el espíritu. Puede deprimirte, o alegrarte. Y así como oyes música y bailas, te parece extraordinario y lo disfrutas, también hay música que te hace reflexionar, que te da introspección. Un cuadro, el hecho de disfrutar de la belleza, es necesario. ¿Cómo convencerlos? Es muy difícil, y mira que tengo años tratando. Recuerdo cuando Aristóbulo Istúriz era Alcalde de Caracas… yo era presidente de la Filarmónica y le mandé una carta invitándole a que los niños de las escuelas municipales asistieran los sábados por la mañana a los ensayos generales. En un ensayo general la orquesta toca el programa de arriba abajo. Es como estar en la función. Nunca recibí respuesta. Después, cuando ya yo estaba en la Universidad como directora de Cultura, un ministro dijo que la gente no podía asistir a los conciertos porque eran sumamente caros. Entonces le llamé: “Venga, que le abrimos el Aula Magna”, como se la abrimos muchísimas veces a cantidad de escuelas y de niños. Pero uno siente que no les interesa, que no les importa. Y eso es gravísimo. Hay un programa en Film&Arts, “Jóvenes solistas”. Cuando uno ve esa maravilla de jóvenes, eso es importante, vital, esa gente tiene una vida interior muchísimo más rica que el que no está en contacto con la música, el que no está expuesto a un cuadro o a una danza o al teatro, el que no lee, el que no aprecia la belleza. Y no solo la belleza del arte, también de la naturaleza. Es un tema muy complejo. Y es muy triste que en este país no se dé importancia al arte, a la cultura.

-Cuando cierras los ojos, ¿cómo es la Venezuela cultural que imaginas en los próximos veinte años?

-Como la que viví hace veinte años. Cuando los museos estaban en manos de las personas idóneas, más preparadas, cuando las editoriales estaban en manos de las personas más conocedoras; cuando las orquestas sonaban, cuando había teatro y festivales, cuando venían los grandes maestros de pintura, de escultura, de música y todos los podíamos ver, los podíamos escuchar, aquí, en Venezuela. El Teatro Teresa Carreño estaba abierto a todo el mundo, el Teatro Municipal, el Teatro Nacional, el Aula Magna. Y los museos. Igual en el interior. Ojalá mis nietos puedan tener una Venezuela como la que nosotros tuvimos esa suerte y esa belleza de conocer. Hay que recuperarla, rehacerla.

“Cuando no hay música mía en mi cabeza, hay de otros, que me martilla, me da vueltas”

Josefina Benedetti

-¿En qué idioma le hablas a  Dios?, ¿en qué idioma te habla Dios?

-Yo hablo con Dios a través de la música barroca y Dios me responde en ese mismo idioma. Es una pasión por la música barroca que me lleva a una espiritualidad poco común. Si estoy triste, puedo profundizar mi tristeza, puedo pedirle a Dios que me explique por qué y casi siempre me llega la respuesta, a través de la música.

-¿Cómo sería esa pieza que compondrías para describirle Venezuela a un perfecto extraño?

-Para mí hay muchas Venezuela. Está la de Miranda, de bochinche, bochinche y más bochinche. Pero hay también una Venezuela bellísima, una que quiere surgir a como dé lugar, que suena a alegría, a himnos, pero no patrióticos militares, nada de eso. Porque como dijo Jorge Luis Borges: “La inteligencia militar es a la inteligencia lo que la música militar es a la música”. Venezuela me suena a himnos alegres, me suena a los grandes compositores venezolanos. Tenemos maravillas de compositores, de todas las épocas, muy poco conocidos y difundidos. Y no solo ahora. Los primeros discos compactos grabados de manera profesional de compositores venezolanos los hicimos Juan Francisco Sanz y yo con la Filarmónica Nacional. Primera vez que se hacían grabaciones profesionales. Pero de los grandes músicos académicos venezolanos no existía. Increíble. Todos esos discos que sacamos se agotaron. Y ya no hay más porque para volver a sacar eso se necesitaría encontrar las matrices, y quien las grabó, que era un tipo maravilloso, Stefan Gosewinkel, se fue de Venezuela. A un extraño le diría que Venezuela es como salsa pero pura y dura. Oscar D’León. También le pondría Juan Bautista Plaza, o la Misa Cromática de Vicente Emilio Sojo, o Los Martirios de Colón de Federico Ruiz. A un extraño le pondría tantas cosas, le llenaría tanto el alma que diría “yo me quiero ir a Venezuela a oír esa maravilla de música”. Trina Medina cantando, mi hermana, no tiene igual. Yordano. Por solo decir unos pocos. Venezuela suena a demasiadas cosas. Muchas Venezuelas juntas, que cada una dice algo más bonito que la otra. Hasta el reguetón. Yo soy una estudiosa del reguetón. Me parece que es una manifestación popular así como en otros tiempos lo fue el merengue. El reguetón es expresión del pueblo urbano.

-¿Qué es el Aula Magna para Josefina Benedetti?

-Un lugar sagrado, un templo. Cuando me nombraron Directora de Cultura yo estaba un poco renuente; me decía “Dios, eso es demasiada responsabilidad”. Recuerdo que fue con el rector Giuseppe Giannetto. A él lo juramentan un viernes, y el lunes llama a sus directores para juramento en su oficina. Me fui elegantísima, estupenda, porque iba a ser la Directora de Cultura. Llegué me juramenté, y me dice “te van a llevar a tu oficina en el piso 10 de la Biblioteca Central”. Tenía que pasar delante del Aula Magna. Y tú sabes, todo el mundo es muy amable, “pase por aquí, profesora”. Y yo “no, yo lo único que quiero es que por favor me abran la puerta del Aula Magna”. Me persigné, le pedí a Dios mucha fuerza y sabiduría para poder ser la casera de ese templo del arte, de la maravilla, de la cultura y de dónde salen con su título tantos y tantos profesionales que hacen país. Me acuerdo también del primer concierto. Bajo y paran a todo el mundo porque yo entré. Y dije: “Un momentico, aquí el primer trabajador de esta Aula Magna soy yo, la primera que tiene que hacer que en este templo del arte y de la cultura todos se sientan gratamente atendidos soy yo. Ustedes a mí no me atienden”. Me vieron con cara de esta señora está loca. Es un templo, un sitio maravilloso, que para mí ha significado mucho, porque recuerdo que muy pequeña me llevaron mis papás a un concierto de la Filarmónica de Londres que dirigía Herbert von Karajan. Eso me marcó la vida. Ahí vi también una genialidad, Morella Muñoz, Alirio Díaz y Freddy Reyna. Eso es inolvidable. Siempre el Aula Magna ha estado conmigo. Ahora estamos tratando de ver de qué manera podemos ayudar desde la Asociación de Egresados en el arreglo del Aula Magna, porque tiene muchas fallas, por falta de presupuesto. Eso significa mucho para mí.

“Me duele mi país, me deja sin fuerzas, agobiada”

Josefina Benedetti

-¿En qué lugar te gustaría dirigir un coro?, ¿qué te gustaría que ese coro cantara?

-Me encantaría hacer lo que hizo un músico norteamericano, George Crumb, que dirigió un concierto que se llama Voz balenae -Voz de la ballena- en un acuario. Me fascinaría dirigir una obra para coros basada en gritos onomatopéyicos y hacerlo en un zoológico, o en las Cataratas del Niágara. Qué cosa tan fabulosa. Claro, tendría que tener un equipo de sonido que ni te cuento. Pero sería genial. ¿Te imaginas qué belleza? No hay muchas obras corales de ese tipo, hay más para orquesta, pero, ¿te imaginas dirigir el Moldava, el Poema sinfónico de Bedřich Smetana, frente al río? Eso sería extraordinario. Claro, un poquito costoso y complicado. O dirigir en el Pico Bolívar un Te Deum del gran maestro José Ángel Lamas, que son obras muy pesadas, profundas; darles un vuelco, hacerlas mucho más contemporáneas, a una velocidad mucho más rápida, como están haciendo los grandes estudiosos de la música barroca en todas partes del mundo. Dirigir eso en el Pico Bolívar, qué cosa más maravillosa. Sería genial.

-¿Qué tienes pendiente, como músico, como mujer, como venezolana, como ser humano?

-Tengo muchísimo. Demasiadas obras en la cabeza que quiero escribir. Quiero escribir Variaciones sobre personajes que conozco, como Edward Elgar con sus Variaciones Enigma. Acabo de terminar una obra para clarinete; entonces me quedo con la sonoridad y me digo que me voy a quedar escribiendo para clarinete, pero entonces me encargan una obra para piano y se me olvida lo del clarinete. Quiero seguir haciendo música electrónica, que me divierte a morir. Cómo profesional, ya yo estoy como esa caricatura de Maitena que decía “Ya fui”. Profesionalmente, no he podido salirme de la gerencia cultural. Pero hay tanta gente que puede hacer el trabajo cien veces mejor que yo. Quiero dedicarme a mi música. En eso siento que me falta mucho por hacer. Como mujer, seguir entaconada y pachangueando, divirtiéndome, siendo la abuela más feliz del mundo, teniendo mis amigos, mis conversaciones, mi vida familiar, mi vida de todo, y taconeando. Como venezolana, quisiera contribuir a que podamos avanzar, que este país deje la ignorancia, el sectarismo, el yo-sí-valgo-y-tú-no-vales, el aquí-el-único-que-manda-soy-yo, las trampas, y las mentiras. Quisiera poner un granito de arena. Pero como se necesita la montaña, no creo que yo sola pueda hacer mucha cosa. Como ser humano, me imagino que la suma de todo lo anterior. Quizás humanizarme más, aprender más, tener más empatía, más humildad, más sencillez, más música barroca.

-¿Qué te duele tanto que sientes que te deja sin aliento?, ¿qué te inspira todos los días para seguir luchando?, ¿Qué te hace “despeinarte”’ de la risa?

-Me duele mi país, me deja sin fuerzas, agobiada. Todas las mañanas me levanto y lo primero que digo es “Dios, ayúdame a ver cómo logro hacer algo para tratar de levantar cabeza”. ¿Qué me inspira para seguir luchando? Mis hijos y mis nietas… Ver que tus hijos no tienen las mismas oportunidades que uno. Ojalá mis nietas las tengan. Yo tengo un hijo viviendo fuera; no es fácil. El otro vive acá. No es la vida que uno tuvo, ni las oportunidades, y mucho menos las que tuvieron nuestros padres, todavía mayores que las nuestras. Y eso me pega mucho, mucho… Pero tengo que agradecer a Dios, a la vida: una hermosa familia, mi vida, mis amistades, tengo tanto. ¿Despeinarme de la risa? Bueno, las cosas que escriben mis amigas en los chats. Tu cuento sobre  quedarte varada meses en Santo Domingo con cinco pantaletas, eso me pareció genial. También me hacen mucha gracia las estupideces, claro, cuando no me afectan. Más que despeinarme, me espeluco de la risa.

-¿Qué quieres que diga tu epitafio?

-Ay, yo no quiero epitafio, para nada. “Aquí yace Josefina”. Punto. Que la gente me recuerde por lo que pude afectarlos, espero que positivamente. Que oigan mi música. Que no la dejen perder, aunque todo se pierde. Es vanidad pretender que la música de uno no se va a perder, cuando la de Bach estuvo doscientos años desaparecida. De verdad, no quiero epitafio. Eso sí, quiero que el día de mi entierro estén todos mis amigos músicos, que ya saben qué tienen que pedirle a la orquesta que toque, porque por supuesto que eso tiene que ser con orquesta y coro. Yo quiero el Adagio para cuerdas de Samuel Barber. Así. Sin epitafio.

Miles, millones de personas, de todo estrato, se han beneficiado del trabajo de personas que, como Josefina Benedetti, han consagrado su vida a la cultura en Venezuela. Está claro, al menos para mí, que gente así es la clase de venezolanos que necesitamos para poder ponernos otra vez de pie y darnos la oportunidad de tener esa nación de todos que deseamos para todos.

Millones de niños y jóvenes serán mejores y más felices adultos si en su vida hay la caricia renovadora de la cultura.

Esa es mi conclusión luego de este concierto de letras con Josefina. Que sus palabras no se las lleve el viento.

*La fotografía fue facilitada por la autora, Soledad Morillo Belloso, al editor de La Gran Aldea.

[email protected]
@solmorillob

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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