Una caricatura publicada el día después de las megaelecciones del año 2000 presentaba a Terminator con su rostro casi destruido, pero de pie. La maquinaria del robot resistía a pesar del aspecto ruinoso. En el pecho se podía divisar el logo de Acción Democrática (AD). Aunque había pasado de ser el partido con más diputados en el Congreso de 1998, a obtener 33 escaños en la nueva Asamblea Nacional, continuaba siendo el principal partido de oposición en el Legislativo. Y aunque de ocho gobernaciones pasaba a tres, perdiendo había ganado. Demostraba que no estaba muerto a pesar del torbellino que había representado la década de los noventa y, sobre todo, ese 98-99, ocaso de una élite política y de una época en lo que lo civil se había impuesto a lo militar.
Hugo Chávez había jurado acabar con este partido de la faz de Venezuela, pero intentar hacer eso era arrancar una parte de la identidad nacional. Ya decía Pedro León Zapata -fuerte crítico de AD- que cada venezolano llevaba dentro de sí a un adeco, y que cada adeco llevaba a dos. En las primeras décadas del siglo XX Rómulo Gallegos había formado a una generación de jóvenes en el Liceo Caracas, les hablaba del dolor patrio, de construir un país soberano y civilizado. Estudiantes como Rómulo Betancourt y Raúl Leoni abrazaron estas lecciones y las mezclaron con lecturas de su actualidad: el materialismo histórico, las revoluciones mexicana y rusa, la filosofía española.
El partido del pueblo venezolano
Acción Democrática nace de una lectura reflexiva de lo nacional. La revolución que propone entonces Betancourt es una a la venezolana. Esta autenticidad logró reunir en sus filas a maestros, líderes sindicales, obreros y personajes de la cultura. Pero lo que terminó de amalgamar la proyección nacional del partido fue un hecho de violencia. La toma del poder por las armas el 18 de octubre de 1945 pudo haber significado un golpe más en la historia venezolana. Pero las realizaciones, compromisos y excesos del “trienio” le dieron una nueva realidad al país, una que continúa irreversible en algunos aspectos.
La regresión democrática que representó la década militar 1948-1958 construyó la Acción Democrática de mártires, como Leonardo Ruiz Pineda, Antonio Pinto Salinas y Alberto Carnevali. También la de los jóvenes resistentes que se fueron radicalizando; y el partido en el exilio, con un Betancourt más próximo a la conciliación y la defensa democrática internacional. El trabajo de base hecho por AD trajo consigo que gobernaran la primera década de la restituida democracia. Más allá de las dos gestiones de consolidación del sistema y las divisiones internas del partido, la prueba de fuego para Acción Democrática fue aceptar los resultados de las elecciones presidenciales de 1968. No siguieron el ejemplo mexicano del PRI, a pesar de las siempre presentes tentaciones de mantenerse en el poder.
Los adecos en los setenta representaron a la Gran Venezuela. Su adhesión a la Internacional Socialista con Carlos Andrés Pérez les dio un puesto en el debate en boga de las socialdemocracias en la esfera occidental. En esos años AD pasó de ser el partido del Juan Bimba de Andrés Eloy Blanco, al de las clases medias que ayudó a construir. Copó espacios -muchas veces más de los debidos- en la sociedad venezolana, y pasó de representar al venezolano con sombrero de cogollo, a ser el partido de los cogollos (cúpulas cerradas). Los escándalos de corrupción y la utopía tecnocrática también se apoderaron de sus filas, mientras que la maquinaria parecía seguir haciendo su trabajo.
Anclados en la nostalgia
La caída de AD fue de cierta manera antecesora de la crisis de los partidos socialdemócratas a nivel mundial. Solo que esta estuvo intrínsecamente relacionada con la implosión de todo el sistema democrático venezolano. Los fracasos y el hambre creados por la llamada “Revolución Bolivariana” retornaron a Acción Democrática el brillo de la nostalgia. Se ha escuchado insistentemente el “con AD se vivía mejor”, y es que, en buena parte de su historia, sus gobiernos representaron mejores tiempos.
El año 2016 parecía llamado a ser el de la resurrección adeca y hasta parecía probable una próxima candidatura presidencial de su Secretario General. La ilusión del aluvión poselecciones parlamentarias y una situación de crisis total, que desde el poder impidieron cualquier solución democrática posible. Hoy AD, con sus nuevas divisiones y disminuido, vive de su nostalgia. Es un partido histórico, pero pareciera que es solo eso. Como esas “familias proceras” que decía el escritor José Rafael Pocaterra, las cuales vivían de la gloria de sus antepasados, sin conservarlo en el presente.
¿Es una “familia procera” Acción Democrática al cumplir 80 años este 13 de septiembre? La historia siempre puede dar giros inesperados, eso depende del momento, la suerte y la toma de decisiones. Quizás en 1921, posiblemente con menos gloria, algún nostálgico del Gran Partido Liberal Amarillo pensaba que cuando acabara la dictadura gomecista volverían al poder. Lo que nunca sucedió. Queda por dilucidar si el AD actual tiene algo que decirle a los venezolanos del presente y el futuro, o simplemente quedó anclado en la nostalgia. Hace ocho décadas nació un partido que construyó democracia en nuestra sociedad. Eso es lo que celebramos.
*La fotografía fue facilitada por el autor, Guillermo Ramos Flamerich, al editor de La Gran Aldea.