Hay varias imágenes en uso para describir la situación política venezolana. Las hay muy simples, por ejemplo todas las que giran alrededor de las ideas de fuerza o debilidad relativas. El régimen está fuerte, las fuerzas que se le oponen están débiles, o al revés. Otros hablan de que lo que hay es un “empate catastrófico”. Eso sin contar la imaginería, ya más académica, que gira en torno a la ciencia de las transiciones, la “transitología”, con su compleja y copiosa taxonomía.
Por mi parte, y aunque suene extraño decirlo, veo al régimen como un boxeador que está contra las cuerdas. No lo parece ciertamente. Parece estar firme en sus pies, ni tambaleante ni groggy. Tiene delante un contrincante, las fuerzas democráticas (FD). Pero, en este caso, ese contrincante no luce en condiciones de derribarlo, ni de infligirle mayor castigo. Más aun: No es ese contrincante el que lo tiene contra las cuerdas. Pero lo cierto es que está contra las cuerdas y que no puede salirse de ellas.
¿Qué es pues lo que lo tiene en esa posición, tan indeseable para cualquier boxeador?, ¿qué es lo que le impide zafarse de ella?
La respuesta es que no es nadie en concreto, sino una situación. Es una situación lo que lo arrincona. Esa situación tiene dos componentes. La precariedad y la ilegitimidad. La precariedad es la mala vida que está llevando la gran mayoría de los venezolanos, y que la lleva a desear un cambio de régimen tan pronto como sea posible. La ilegitimidad es la convicción de la gran mayoría, y de una parte muy importante del mundo, de que ese régimen carece de títulos legítimos para gobernar, por cualquier lado que se le vea, origen o desempeño.
La precariedad, de la cual el único responsable es el mismo régimen, no da descanso. Cuando no es una cosa es otra: Diésel, inflación, escasez de agua, luz, trasporte, Koki. El régimen no tiene forma de salirse de ella. Se lo impiden sus ideas, sus miedos, su incompetencia, su corrupción, su aferramiento al poder. Es común y fácil pensar que la precariedad le importa un bledo al régimen, y que está feliz con su poder, que es lo que le importa. Para nada es así: lo afecta y mucho. Ese poder del que parece disfrutar es tan precario como la situación que viven los venezolanos. Él lo sabe, o lo olfatea. Por eso no se mueve, por eso no se aventura a cambiar nada, pues no sabe qué movimiento, por pequeño que sea, lo puede echar todo abajo. Así que está condenado a vivir en ese equilibrio inestable en el que en realidad vive.
Algo parecido pasa con la ilegitimidad. La tiene estampada en la frente como una calcomanía indeleble. “Usted, legítimo no es”. Para colmo, en este tema,
Así que, arrinconado por esas dos fuerzas contrarias, el régimen está contra las cuerdas. Lo acosan, lo aherrojan. No puede salirse de ellas: no sabe cómo, no tiene con qué, no tiene permiso.
En cuanto al contrincante, es cierto que, al parecer, no puede derribar al régimen, ni darle muy duro. Tiene sus propios enredos, que le quitan pegada. Pero es importante que esté allí, porque es su presencia la que da significado político a la precariedad y la ilegitimidad. Si no estuviera presente, tanto la precariedad como la ilegitimidad serían irrelevantes. Y así como es importante que esté allí, frente al régimen, lo es igualmente que no le alivie la situación a quien está contra las cuerdas. En realidad, de los dos componentes mencionados, las FD tienen incidencia en una sola, la ilegitimidad. Es el peso de tal factor el que pueden aliviarle al régimen. La precariedad es asunto de este mismo, y de nadie más. Si las fuerzas que se oponen al régimen le alivian el peso de la ilegitimidad, le abren camino para que se salga de las cuerdas. Por el contrario, les corresponde no cejar un día de hacer cosas que profundicen su ilegitimidad.
Pero, se dirá, esa imagen no ofrece salidas al drama del país. El régimen puede permanecer de pie, asediado por la precariedad y la ilegitimidad, pero de pie. Es una objeción de peso. La respuesta que tengo para ella es que alguien que está contra las cuerdas está a merced de cualquier cosa. Ni siquiera sabemos cómo está en realidad ese boxeador. Parece firme, pero no lo sabemos. Tal vez lleva una procesión por dentro, tal vez algo lo está carcomiendo. En el fondo, está sumido en la inestabilidad. No tiene un solo día de verdadera tranquilidad. Por eso, decíamos, no se mueve de ahí. Teme que cualquier paso en falso puede dar al traste con su aparente firmeza.
La mejor prueba de que el régimen está contra las cuerdas es su disposición a ir a las negociaciones de México, a ver qué saca. Para mí está claro que su objetivo en las negociaciones es ese de encontrar un momento, un espacio, de respiro, de estabilidad. Tal cosa puede otorgársele sólo a cambio de compromisos muy claros y de cumplimiento verificable e irreversible en cuanto a someterse al veredicto popular de unas elecciones.
Hoy por hoy no sé en qué puede consistir esa “cualquier cosa” que mencioné. Lo único que puedo decir en este momento es que es decisivo que, cuando ocurra lo que haya de ocurrir, el régimen esté inestable y contra las cuerdas.