Querido embajador Romain Nadal, no tengo el gusto de conocerle sino a través de sus publicaciones en su cuenta de Twitter, donde lo sigo con especial atención, incluso con las notificaciones de sus tuits, activadas, para no perderme lo que escribe, las fotografías que comparte y los datos e historias que nos cuenta de Francia, pero me animo a escribirle estas líneas porque tengo tiempo queriendo decirle cuánto valoro lo que usted hace por mi país.
Es conmovedor, usted se ha ido enamorando genuinamente de Venezuela, y lo grita a los cuatro vientos, para que todos se enteren.
En cada visita que hace a algún punto de nuestra geografía, usted encuentra sus virtudes y nos hace ver, desde sus ojos deslumbrados, todo lo que tenemos, con un mensaje tácito: “Este país merece el esfuerzo de todos”. Al menos es lo que me pasa a mí, que tengo casi 7 años que ya no vivo allá, cuando lo veo en Mérida, por ejemplo, llevando ayuda humanitaria a quienes sufrieron las consecuencias de las lluvias, consciente de la necesidad que existe, consciente de todo, no hay que entrar en detalles, decidido a aportar.
Es motivador verlo asombrarse con el paisaje del Páramo, compartir con su gente sencilla y confesar, con su prudencia diplomática, que aquellas arepas con natilla le gustaron especialmente. Me alegró saber que está apoyando con financiamiento a una escuela técnica agropecuaria y a Cáritas. Vi además que vivió la dulce experiencia de alimentar un colibrí.
Usted nos acerca Venezuela a quienes estamos en otros países y a los venezolanos que están allá, que tienen tiempo que no van por Los Andes o que no conocen Roraima. No sabe lo emotivo que fue para mí ver cuánto disfrutó su visita a Puerto la Cruz y a Cumaná, sus fotos del Parque Nacional Mochima desde la carretera, mi familia materna es de allá y esas fotos me devolvieron recuerdos muy felices.
Sus fotografías de los amaneceres caraqueños, que usted compara con los cuadros de los pintores impresionistas del Museo de Orsay, son postales preciosas, no solo por la majestuosidad de El Ávila y la luz que ciertamente recuerda una pintura de Claude Monet, sino por sus descripciones, la leyenda que hace usted en cada imagen, es decir, sus amorosas palabras. Lo leo y pienso: “Está enamorado el embajador Nadal, Caracas lo atrapó, usó todas sus artes para seducirlo y el pobre cayó, sin resistirse”.
Lo visitan guacamayas, ardillas y la noble pereza que usted celebra como huésped eventual; va de paseo a la montaña y tiene el privilegio de encontrarse con esas flores enigmáticas que se llaman “bastón del emperador”, aunque aquel día que usted los vio tan radiantes, bien podían ser “bastones del embajador”. Le tendieron una emboscada de colores.
Para escribirle estas líneas, di un minucioso paseo por su cuenta, volví a mirar fotos y videos, y le digo que si alguien puede entender eso que le pasa a usted con Venezuela somos los venezolanos, donde quiera que estemos. Ese amor no se quita, Embajador, es para siempre, creo que ya lo sabe y se entregó.
Espero que alguien lo invite a un juego de beisbol en el Estadio Universitario, para que termine de contagiarse y hasta se haga caraquista, como corresponde, pero como es usted diplomático, mejor dejamos ese tema para otro momento.
Se ha encontrado usted con esos venezolanos que por encima de las dificultades y la situación política, siguen insistiendo en trabajar para ganarse la vida decentemente, porque no quieren renunciar a disfrutar en persona esa luz de la aurora caraqueña, a los atardeceres en El Morro de Puerto La Cruz o a una arepa andina. Los emprendedores del cacao, o la “Mujeres Empoderadas de Petare” que apoya su Embajada, son muestras que usted con justicia y generosidad promueve, porque son experiencias inspiradoras.
Gracias por tomarse el tiempo, durante su viaje a Paris, para contarnos el impacto que ha significado la presencia de Glass Marcano como directora de orquesta en Francia, fue emocionante verla a su lado; así como recorrer el taller del artista venezolano Elías Crispin y ver su obra en el Louvre. Está visto que ni de vacaciones se aleja usted de Venezuela, una prueba más de que está enamorado sin remedio.
Vi que se reunió con representantes de organizaciones que se dedican a la defensa de los Derechos Humanos en Venezuela, para escuchar la visión que tienen de esa situación, es parte de su trabajo como diplomático y es más que un gesto.
Desconozco cuánto tiempo más estará usted como Embajador de Francia en Caracas, pero su trabajo en nuestro país ha sido inolvidable.
Es usted un amigo necesario, de esos que apoya en las buenas y en las malas, que no se queda con palabras e intenciones. Romain, usted nos levanta el ánimo, nos hace vernos en un espejo que no está empañado, nos muestra el brillo de las cosas, nos celebra y nos acompaña cuando necesitamos solidaridad.
Esta carta no es para hablar de lo que sabemos tiene que cambiar porque Venezuela y los venezolanos merecemos estar mejor, usted ha recorrido nuestra geografía y con el tiempo que llevo yo viviendo afuera, difícilmente pueda yo echarle un cuento que usted no sepa.
Escribí estas líneas para agradecerle por ser ese buen amigo, por su apoyo sin aspavientos, las postales y los guiños.
Los países son como una madre ¡Tanto se les quiere! Así que usted entiende la emoción que se siente en el corazón cuando alguien que no es de la familia nos habla bonito de mamá, así como usted habla de Venezuela.
Me despido, querido Romain, encantada de seguirlo, es usted un excelente guía virtual, gracias por acercarnos la patria a quienes estamos lejos, ya usted no es solo de Francia, usted es nuestro Embajador, el novio francés de Caracas.