El editor de La Gran Aldea me ha sugerido un texto sobre el tránsito de Carlos Andrés Pérez (CAP) por los corredores de la democracia venezolana que no voy ni siquiera a intentar, pero la idea permite plantear un problema cada vez más arraigado en la sociedad venezolana sobre la apreciación del pasado. La carga del chavismo ha sido tan pesada y nefasta que no solo produce reacciones sobre el tiempo en el cual ha imperado, sino también en el análisis de los hechos del ayer reciente. Un análisis orientado a la benevolencia y a las conclusiones entusiastas en la aplastante mayoría de las reacciones, como sucede en el caso del expresidente a quien un diagnóstico post mortem ha elevado a las cumbres de una biografía sin mácula. Defenestrado en su tiempo por sus coetáneos, los hombres del futuro lo quieren presentar como paradigma de una época preciosa que la actual dictadura ha convertido en infierno. Es una apreciación vana y, por supuesto, insostenible, sobre la cual conviene la somera reflexión que ahora se esbozará.
Las atrocidades de la actualidad invitan a la sociedad a pensar que ha perdido el paraíso. Mientras se agiganta la tragedia que hoy nos abruma, su prólogo es visto con los ojos más complacientes del mundo. Damos un salto del averno a la Tierra de Gracia sin pensar en cómo esa comarca virtuosa no existió jamás, o en cómo se fue endureciendo progresivamente hasta parecerse a un pedernal antes de la llegada triunfal del teniente coronel. Si ese ascenso fulgurante hubiera sucedido mientras un pueblo sensato y responsable se solazaba en los frutos morales y materiales de la democracia representativa, entraríamos con creces en la categoría colectiva de los idiotas sin excusas. Pero, como ocurrió en medio de un estado de descomposición que reflejan las fuentes de la época y provocó fundada incomodidad, y aun exasperación, hemos optado por una salida que no nos convierte en campeones de la clarividencia sino en expertos en escapismo.
“Las atrocidades de la actualidad invitan a la sociedad a pensar que ha perdido el paraíso. Mientras se agiganta la tragedia que hoy nos abruma, su prólogo es visto con los ojos más complacientes del mundo”
Si no vemos la porquería de hace dos décadas, si no nos repugna su olor nauseabundo, no solo nos libramos de haberla consentido sino también de culpar a los líderes bajo cuya conducción se multiplicaron, antepasados y amigos o conocidos nuestros. Los que ya eran jóvenes o tenían uso de razón cuando las espinas más venenosas buscaron el pellejo de las figuras más reconocidas y célebres de Venezuela antes de diciembre de 1998, fecha de la primera consagración electoral de Hugo Chávez, son testigos de un declive descomunal. Sin embargo, hoy no solo los domina la amnesia sino también la necesidad de mentir sin recato sobre un desfile de calamidades. Las han expulsado de la historia contemporánea, y de sus vicisitudes individuales.
El asunto consiste, me parece, en sacarle el cuerpo a una historia que nos ha pasado factura poniendo al chavismo en la vanguardia de la sociedad. Pero, ¿por qué la historia nos ha cobrado sin moratorias y con intereses excesivos, leoninos? Porque, como no pudimos remendar el capote de la democracia representativa, o debido a que no asumimos como sociedad la cuota de responsabilidad que tuvimos en su brutal deterioro, nos pusimos a fabricar el universo criollo de las fantasías para jurar que fue así como nos sorprendieron, en mala hora pero después de una medianoche sin luna, los disparates y los delitos del chavismo.
Es vender la idea de la ingenuidad, o de la inexperiencia, o de la ignorancia de los desinformados, o de las sorpresas que en ocasiones son pavorosas, para que sigamos con la necedad de repetir que “antes éramos felices y no lo sabíamos”; hasta el extremo de desconocer, inexplicablemente, injustamente, equivocadamente, las cualidades cívicas, la honradez y el talento de un mandatario que en período y medio de gestión presidencial nos edificó con la luz de su ejemplo y con los testimonios de su coherencia.
Pero no solo sentimos así por bobería, sino también por analogía. Tales afirmaciones provienen de las gríngolas que nos ha puesto la atrocidad de la dictadura en nuestros días, capaces de obligarnos a ver excelencias donde la mediocridad terminó por predominar, de invitarnos a encontrar etapas y personajes que sin duda son sobresalientes si se comparan con sujetos como Nicolás Maduro y como su predecesor; de impedir la captación de los matices propios de todos los procesos humanos, aunque no debe olvidarse que muchos impedimentos de la visión son, en no pocas ocasiones, de responsabilidad individual. Y, ahora sí: Feliz aniversario de su nacimiento, presidente Carlos Andrés Pérez.