Vivir en Venezuela hoy es un desafío, un país de valientes, hablo de comunidades, hombres y mujeres, de cualquier edad y condición social. Generalizo, porque es lo que logramos constatar a diario tanto en la vida como en la investigación. El hecho salta a la vista, no hay duda, sin embargo, esta generalización tiene cualidades, distinciones, puntos claroscuros. Sujetos que viven el reto de modo diferenciado porque, además, tienen diversos propósitos existenciales.
Lo primero a destacar es que la homogeneidad es análoga a la imposición, los que estamos del otro lado del poder vivimos en la heterogeneidad, en la más completa diversidad. Seguimos el camino de nuestras propias determinaciones, y no es fácil cerrar con afirmaciones externas nuestro destino y luchas.
Es hora de distinguir sectores y los modos de resistir. Es importante tener presente que la vida vivida espontáneamente, esa que llamamos básica, esencial, el acontecimiento primordial de personas y comunidades está en un nivel distinto a los espacios institucionales. La vida cotidiana en la familia y la comunidad tiene una dinámica particular asociadas a la cultura y a un modo de vivirse como persona. Opera distinto a las dinámicas organizacionales o institucionales. Por eso los invito a que nos veamos en distintas dinámicas, porque el sentido que marcan las acciones puede ser diverso. Cito a continuación el relato de Alberto, un joven trabajador y padre de familia, tiene 28 años, decide migrar. Su narración nos obliga a mirar no solo a quien se va sino al joven que se queda, pero bajo el lente del desafío. Ambas realidades son retadoras e implican una salida a la situación límite.
“Es muy difícil, de verdad, emigrar, la palabra emigrar es para valientes. Pero bueno, yo tomé esa decisión, agarré de la mano mi familia y salimos por Colombia…”.
A la luz del relato, Alberto se centra en la decisión, tiene dos opciones, ambas implican determinación, se queda o se va, duda, en ambos casos se juega la vida.
Decide jugársela en la migración. Quedarse implica actuar en otro sentido, su decisión parte del siguiente análisis:
“Venezuela se está cayendo a pedazos, y me da tristeza, me da lástima decir esta palabra que estoy mencionando, pero es la realidad… cómo mantengo mi casa, cómo sigo adelante si en Venezuela nuestros alrededores son inseguridad, no hay educación para los niños. Los maestros dejaron las aulas de clases porque los salarios son miserables, igual los médicos… No hay gasolina, al no haber gasolina todo el sector que produce se paraliza automáticamente”.
Alberto lo ha pensado, se encontró viviendo en el límite y no encontró salidas quedándose. El límite lo expulsó, es un joven pobre y sin recursos, se fue. Tras lo indeterminado, en la inseguridad, en el arrojo de procurarse una vida que en su país no puede permitirse:
“Esa presión, esa gran presión que yo sentí de verme encerrado como un animal dentro de una jaula, me llevó a emigrar…”.
Este encierro es atribuido a la falta de combustible para el desplazamiento, a la inseguridad, a la imposibilidad de trabajar, se trata de un joven comerciante que no logra producir lo necesario.
Junto al límite económico está la desesperanza, amiga de la expulsión y el desplazamiento forzoso porque no se logra ver un horizonte de libertad. Es necesario escuchar a Alberto para dimensionar su punto de vista:
“El motivo que me llevó a emigrar de Venezuela es que ya yo no veo una salida cercana a esta situación. Fíjate, nadie hace nada por nuestro país, ni siquiera nosotros mismos. Somos reprimidos al momento de salir a la calle a expresar nuestro sentimiento, a expresar lo que sentimos. Somos reprimidos, perseguidos, y muchas veces nuestra vida finaliza en la muerte; pues, a través de esa situación de armar una guarimba, de armar una protesta…”.
Se trata de un muchacho que estuvo vinculado a las protestas, a las luchas, un anónimo con rostro, sueños y esperanza. Un joven que debió ser interpretado por la clase política. No se han preguntado ¿por qué a este joven no le dice nada las elecciones?, ¿la política que se acomoda a la obediencia del sistema no la ve como alternativa?, ¿qué tan difícil es pensar desde el lugar de los que no tienen poder, pero luchan por un cambio?, ¿cuál es la caja de resonancia de los que hoy hacen política en Venezuela?
El valor, escribió una vez Arendt, “libera el espíritu de la preocupación por la vida, convirtiéndola en una preocupación por la libertad del mundo…”, que pasa por la libertad de la persona. El límite lleva a preservar la vida, una vez que logras salvarla, te encuentras con la libertad. El sueño de Alberto era conseguirla en Venezuela, protestando, luchando, ese camino se trancó, no hubo interlocutor que hiciera de esa lucha, poder.
El joven que se queda vive también la experiencia del valor, la lucha, en un sentido distinto. El límite, la barrera, la coacción está, pero es capaz de reconocerla y se avanza a partir de las estrategias que tenemos como cultura, veámoslo desde la experiencia de Felipe, un joven de tan solo 23 años:
“Para mí lo más importante en mi vida son mis allegados y los que conviven conmigo… claro está, todos, cada uno tiene su propia personalidad, pero siempre a mí, a mí me… como que si yo estoy bien, quiero que el de al lado este también bien, entonces trato siempre en lo posible de generar pensamientos positivos también a mis compañeros para que salgan adelante, porque todo en la vida es sacrificio. Ya yo tengo 23 años, estudio, estudié también en la universidad y, bueno, por problemas ajenos, también, que pasa con los que vivimos en el país, tuve que dejar esos estudios, y me he involucrado en otras áreas de la vida, pues, pero sin embargo aquí estoy, en pie de lucha, sigo adelante y si me preguntan si me voy del país, pues yo siempre les respondo que ¡NO!”.
Más adelante dice que en algún momento retomará la universidad. El relato es vigoroso, plantea esfuerzo, lucha, no hay resignación, aunque el momento sea duro. Felipe se rehace en la convivencia, en la solidaridad, en la comunidad, se proyecta reconociendo la dureza del camino, pero no lo hace en soledad, aislado, su fuerza está en la trama solidaria y de convivencia. Aunque hay límites, y probablemente sobrevive económicamente, pero hay valentía, hay valor, impulso a pensar en la libertad de y con los otros sin quedarse ensimismado. Esto es potencia.
La imagen que se repiten nuestros muchachos es la del guerrero, el luchador, Mario un joven de apenas 16 años y se lo representa de la siguiente manera:
“Lo que realmente se me viene a la mente siempre, un cuento que estaba leyendo sobre un guerrero, el protagonista luchaba contra monstruos y hay una imagen muy bonita que sale allí: él arrodillado y las bestias lo están rodeando, entonces esa es la imagen que yo tengo, que yo veo cada vez, en cada día. Día a día me veo así, levantándome de la cama, la cama es la tierra y yo levantándome a seguir luchando”.
Esta es una generación que nació en dictadura, en medio de los índices de criminalidad más altos de la región, no conoce la democracia sino desde la narrativa de sus padres, jóvenes que han vivido con capacidad de recordar y significar la vida en los momentos de mayor dificultad del país, en medio de las protestas por las condiciones de vida, hambre, escasez, dolarización, salarios miserables, etc. Pero es interesante que en medio de tanta injusticia y limitaciones se viva desde la fuerza, la lucha, la solidaridad, el apoyo mutuo, se destaque en su vivir el sentido de comunidad.
Nuestros jóvenes dan lecciones, los desafíos a los que se enfrentan son muchos y nos retan a nosotros. Son nuestros hijos, luchadores, fuertes, firmes.
Añoramos una generación de políticos que sepan leer estos signos, que escuchen, que no se encierren en sus pequeñas o grandes verdades. Que su caja de resonancia sea el país, seamos nosotros y nuestros hijos.
*Profesora Titular de la Universidad Central de Venezuela. Investigadora del Centro de Investigaciones Populares.
@mirlamargarita