Las elecciones regionales y municipales de este 21 de noviembre eran un punto en el camino por el que la sociedad venezolana debía transitar, así como lo es el 2022 con su certera marca de mitad “del mandato” de Nicolás Maduro y el 2024 con las eventuales presidenciales. Son hitos previstos en la ruta ante los cuales, con pensamiento y acción estratégica, se pueden anticipar riesgos, desarrollar potencialidades y, en pocas palabras, estar preparados con un plan. Esto es algo esperable de quienes ven más allá de lo inmediato y concentran sus esfuerzos en construir el futuro, facultad que en líneas generales se asocia a los seres humanos y, en particular, a los líderes de las diversas áreas.
Sin embargo, lo ocurrido con el proceso electoral del 21N parece mostrar otra realidad: Unos líderes que lucieron descolocados o que casi fueron sorprendidos con las elecciones, como si no se hubieran enterado a tiempo de que se debía tener una postura clara y una oferta de valor real para una población sumida en el hartazgo de una crisis sin fin. A menos que, y eso lo dirá la historia, su plan de acción hubiera estado enfocado en echar las bases de un mañana distinto del que reclaman la civilidad y los principios democráticos que mueven al venezolano.
Por eso los resultados de las elecciones no sorprenden, porque son la cosecha de lo hecho por las distintas organizaciones políticas opositoras al régimen de Nicolás Maduro a lo largo de un período que supera este 2021, en conjunción con el paulatino socavamiento de sus estructuras a manos de quienes ejercen el poder y del descrédito al sistema democrático y lapérdida del valor del voto. Esta maraña de agendas particulares e interesadas ha terminado por pintar el “nuevo” mapa político de Venezuela, que no es más que un reordenamiento de facciones concentradas en su propio futuro.
Una vez que se divulguen todos los resultados en detalle se podrá medir el peso de esas facciones y estimar las finas líneas que trazarán unos y otros en lo que parece otra vuelta del bucle, y se podrá leer mejor lo que la sociedad venezolana intenta decir sin que exista un liderazgo capaz de entenderla.
No se puede olvidar que el chavismo apuesta a su sostenimiento indefinido en el poder y que para ello, esencialmente por el debilitamiento de la petrochequera, ha “cedido” espacios en los diversos ámbitos. Para validarse y poder izar la bandera de que en Venezuela existe un sistema democrático necesita de un “opositor”, una fórmula que le funcionó muy bien en el pasado reciente. Habrá que ver a los “nuevos” actores de oposición en acción en la ruta del 2022 y del no tan lejano 2024.