La enorme y densa nube de polvo que se levantó el domingo pasado (21 de noviembre) aún no se ha asentado lo suficiente como para tener conclusiones definitivas de lo ocurrido. Lo más probable es que todavía los efectos del sacudón no se hayan disipado. Quienquiera que se haya paseado el lunes -ese fatídico día después de los domingos electorales- por las distintas redes sociales sabe que es así. Las opiniones de los usuarios reflejaban muy claramente que, en cuanto a diagnóstico se refiere, lo que existe es un caos. Reclamos, acusaciones, mentadas de madre, juramentos, negaciones, gritos, todo menos análisis razonable de los resultados. En fin, una auténtica catarsis nacional que ojalá, para que sea útil, sea como lo indica el RAE en la acepción tercera del término: Purificación, liberación o transformación interior suscitadas por una experiencia vital profunda.
Tampoco es que el martes, día de entrega de esta nota, las cosas estén claras, pero algunas certidumbres comienzan a hacerse visibles. Lo primero que ya está claro es que los votos contra la dictadura fueron tantos o más que aquellos a favor. El domingo, aunque no lo crean los incrédulos furibundos, que no les da la gana de creer en nada ni en nadie, y aunque las gobernaciones ganadas por los chavistas sean muchas más que las opositoras, la dictadura fue derrotada en las urnas. De modo que, como dijo Diosdado Cabello, ellos tienen razones para sonreír, y los no chavistas también.
Luego también parece estar claro que aún con el llamado de los dirigentes abstencionistas, la participación fue bastante buena. Más si se toma en consideración que estos procesos regionales siempre han convocado a menos electores.
Otra conclusión de carácter fundamental es la inevitable necesidad de concurrir unidos a las elecciones. Fue advertido desde hace meses por miles de voces que no fueron escuchadas. Pasó lo que tenía que pasar. De haber tenido la oposición un solo candidato en cada estado, además de las tres (que a esta hora aún podrían ser cuatro) sumadas por la oposición, se habrían conquistado catorce gobernaciones más. Esto marca un hito importantísimo que debería llenar de vergüenza a quienes dividieron a la oposición o nada hicieron por impedirlo. Con la unidad chucuta que se logró, por encima de ventajismos y trampas -debidamente registradas por el informe preliminar de la Misión de Observación Electoral de la Unión Europea– se ha obtenido más votos que la dictadura. También es obvia la tendencia de los chavistas a obtener cada vez menos respaldos, no han cesado de descender en sus apoyos desde 2017.
Con lo sabido hasta ahora también se puede deducir que los líderes de las organizaciones políticas opositoras más prominentes, salvo notables excepciones (Manuel Rosales, por ejemplo) recibieron el pasado domingo una lección de humildad. Es de esperarse que, por su bien y el del país asimilen esa lección. Sus peleas estériles, fundadas en odios mellizales absurdos a estas alturas, y su soberbia fueron castigadas por los electores. Esperemos que recuperen la sensatez porque son imprescindibles para armar la gran unidad nacional que derrote a la dictadura.
Otra conclusión es que un frente opositor democrático podría construirse a pesar de la abstención. Bastaría ir unidos y organizados para triunfar. De manera que se les acaba el chantaje a los líderes abstencionistas que han hecho del no votar un dogma de fe y encuentran en su ejercicio una satisfacción moralista. Creo que con estas elecciones se acaba el chantaje: hacen falta pero no son imprescindibles. Se suben al tren de la participación electoral o se quedan esperando para siempre en el andén. La Venezuela que los demócratas de esta tierra aspiran se puede construir sin ellos. Dios quiera que entren en razón, porque mientras más sean los votos, mejor, pero ya saben por dónde van los tiros.
Lo que sí es impretermitible para los opositores, como quedó demostrado una vez más en el proceso que concluyó el domingo 21N, es concurrir unánimemente unidos a las próximas elecciones. Sin unidad no se puede ganar, ni se podrá. Pero no una unidad electoralista limitada a una suma de letras, una que va mucho más allá. Una que comienza por una catarsis como la señalada al comienzo (que incluye una transformación interior) y con un gran esfuerzo organizativo. Esfuerzo que pasa por la democratización de sus actores: Los partidos. Se requiere una unidad labrada por organizaciones democráticas dirigidas por líderes legítimos y legitimados. La unidad que pueda forjar un plan político que lleve a unas elecciones primarias abiertas a todos los actores del no-chavismo, para elegir al candidato que enfrente a Nicolás Maduro y lo derrote.