En la aldea
07 noviembre 2024

Tortura: lo que no hemos querido ver

“Ahora van a conocer al diablo”, publicado por Editorial Dahbar, relata las torturas aplicadas a 10 presos políticos y desnuda las tragedias que viven sus familias, mientras el prisionero está en manos de quien juró impartir justicia. Las historias recogidas en este libro llenan también las páginas de los gruesos informes elaborados por expertos de la ONU, la OEA y de organizaciones no gubernamentales de Venezuela. ¿Puede una sociedad sobreponerse a este horror, a tanta herida abierta, a tanta familia mutilada?

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Adriana Núñez Rabascall | 29 noviembre 2021

“Lo electrocutaron en diferentes partes blandas de su cuerpo, detrás de las orejas y en los testículos. Cuando el sargento Bandres se desmayó por la electrocución, le echaron agua en el cuerpo y lo electrocutaron de nuevo. A consecuencia de los golpes se defecó encima”. Esta es parte de la historia del sargento Luis Bandres, detenido por participar en el alzamiento en el cuartel de San José de Cotiza, en Caracas, dos días antes de que el entonces diputado Juan Guaidó se juramentara presidente interino de Venezuela. 

El de este joven oficial es uno de los 10 testimonios de presos políticos torturados, narrados en “Ahora van a conocer al diablo”, de Editorial Dahbar.

Los castigos físicos que se detallan en este libro no distan mucho de la crueldad que las series de narcos han mostrado por años en alta definición. Lo que quizás se deja por fuera en esas producciones es la secuela en el torturado y en su entorno.

Cuando comencé a leer “Ahora van a conocer al diablo” debí parar varias veces. Unas para llorar, otras porque no aguantaba más imaginar qué debe sentirse con cada uña arrancada, con cada segundo intentando respirar dentro de una bolsa plástica rociada con pesticida. ¿Cuál será el umbral del dolor de esos cuerpos?, ¿dejarán en algún momento de sentir? La respuesta la encontré en las palabras de Sandra Hernández, esposa del sargento Bandres.

“Que en algún punto estos casos y los muchos más que se denuncian y los que se silencian, encuentren algo de justicia. De lo contrario, estamos ante una espiral que perpetúa el atropello, el motor de la venganza”

“Me dijo que los primeros dos días no podía caminar, que no lloraba, sino que gritaba de dolor, pero que había un momento en que la piel se dormía de tanto golpe y ya no sentía nada”, le contó Hernández a la periodista Florantonia Singer en “Ahora van a conocer al diablo”.

Me pregunté también cuántas veces los torturados dosificarán la verdad a sus familiares para no trasladarles su sufrimiento, para no angustiarlos más. Pero no hay nada que un prisionero pueda hacer para aliviar ese no saber qué pasará que embarga a quien espera afuera, en una libertad confiscada.

La esposa de Bandres dejó su vida atrás y se mudó a La Pica, una población rural a las afueras de Maturín, donde se levanta la penitenciaría en la que Bandres pasa sus días entre excremento y roedores.

¿Cuán miserable puede sentirse Sandra sabiendo que la persona que ama ha perdido la capacidad de sentir? Que ha tratado de beber cloro para ponerle fin a la barbarie. ¿Qué pensarán sus hijos si llegan a tropezarse con las páginas de este libro? Todos esos sentimientos se quedaban atorados en mi garganta mientras imaginaba a Sandra lidiando con la humedad y la plaga que se pegan en la piel en ese pueblo fantasma. Ese con el que, de pequeños, nos amenazaban a quienes crecimos en Monagas.

“Te voy a mandar pa’ La Pica si te sigues portando mal”, nos decían los adultos, refiriéndose obviamente a la cárcel del poblado.

Las historias recogidas en “Ahora van a conocer al diablo” llenan también las páginas de los gruesos informes elaborados por expertos de la ONU, la OEA y de organizaciones no gubernamentales de Venezuela, pero más allá de una cifra, de una legislación violada o de un nombre; los textos conducen al lector a ahogarse en el agua fétida en la que sumergen la cabeza de los encarcelados por motivos políticos y lleva a sentir las pulsaciones atropelladas de quienes rodean a ese ciudadano que ha sido blanco de un Estado torturador. El periodista Óscar Medina, editor de esta compilación, cuenta que estuvieron detrás de otros tres torturados que por miedo, por hastío o por no querer evocar nuevamente aquellos días en los que la piel se despegaba del cuerpo, desistieron de hablar de su tragedia. Pero según Medina, “hay mucha más gente decidida a contar sus historias de lo que uno puede pensar”.

Pero, ¿por qué querrían estas víctimas volver a recordar los golpes? 

“Yo diría que ahí entran en juego varios elementos”, responde Medina. “Es algo como: ya yo pasé por este infierno, ya no me puedes hacer nada peor. También hay un punto en el que ya no te puedes quedar callado y mientras más visibilidad tiene tu caso, estás más cuidado. Todos tienen una gran necesidad de encontrar justicia. Nosotros no queríamos hacer otro informe más de derechos humanos. Había la necesidad de no sólo enfocarse en lo que le pasó a la víctima, queríamos ver qué pasaba con su familia, qué pasaba con ellos después de lo que vivieron, cómo les cambió la vida. Poder empatizar y ponerte tú en los zapatos de esta gente. Estas son tragedias familiares”.

“El periodista Óscar Medina, editor de esta compilación, cuenta que estuvieron detrás de otros tres torturados que por miedo, por hastío o por no querer evocar nuevamente aquellos días (…) desistieron de hablar de su tragedia”

Y esa tragedia alcanza hasta a quienes ni siquiera saben de la existencia del chavismo, como el hijo que esperaba Emirlendris Benítez. La comerciante de 38 años fue detenida en agosto de 2018, en Acarigua, por estar supuestamente relacionada con la explosión de un dron en la avenida Bolívar de Caracas, ocurrida días antes. Su caso lo narra Kaoru Yonekura. 

Los golpes recibidos en la Dirección General de Contrainteligencia Militar le provocaron un aborto a Benítez. A su perrita Azabache no la arropó la Misión Nevado, creada para proteger a animales sin hogar. Los policías que capturaron a Emirlendris Benítez lanzaron a Azabache por la ventana, para evitar ensuciar el carro en el que viajaban.

BamBam también pagó las consecuencias de ser la mascota de un preso político. A su dueño, Alonso Mora, lo encarcelaron por tener nexos con el piloto Óscar Pérez. Mora, ya fuera del país, prefirió no revivir esos días. Todavía es muy pronto para él. Pero su mamá trata de que no se olvide lo que le hicieron a su hijo y se lo relató a Tony Frangie: Mientras torturaban a Alonso, le mostraban también el video de BamBam -su perro- siendo mutilado.

Esperemos que la imagen algún día se haga viral en Twitter para que el Fiscal decida procesar a los implicados.

Medina ya ha recibido comentarios del texto, publicado hace un par de meses: “Gente común -me refiero a personas no vinculadas al periodismo, ni a los derechos humanos- me ha dicho que le da miedo el libro, que no se sienten preparados, que lo pueden ir leyendo poco a poco, que les parece demasiado horrible que esos sean casos reales y estén sucediendo. Siento que hay muchas personas que han preferido mantenerse como ciegos a esa realidad. Saben que esas cosas pasan, pero no quieren enterarse mucho porque es más fácil vivir sin saber eso, porque la sola mención de esto los aterroriza de verdad y no quieren meterse hasta allá. Sienten que eso le pasa a otra gente, no a ellos. Le pasa a quien está metido en ‘cosas’, y eso no es tan así. Le puede pasar a cualquiera. Pese al esfuerzo que han hecho las ONG y los periodistas por documentar todos estos casos, hay gente que vive sin enterarse. Tenemos una tendencia a pensar, cuando nos hablan de casos como estos, ‘¿en qué vaina estará metido?’. ¡Como si eso justificara este horror! No importa si andaba en una o en quinientas vainas. Ni el peor criminal debe ser sometido a tortura. Estamos en una sociedad tan acosada por lo policial, por la conspiración, que el primer pensamiento es ese: ‘andaba en algo’. Y eso hace que, de manera inconsciente, se justifiquen estas cosas. Aunque no queremos, lo pensamos. También llegué a ver a un amigo diciéndole a su esposa: no leas eso que te va a dar una pesadilla”.

Comprendo a ese hombre. Yo misma tuve sueños interrumpidos la noche en la que leí que al capitán de corbeta Rafael Acosta Arévalo lo colgaron desnudo de un árbol. “Lo golpean con palos y tablas en varias partes del cuerpo y le disparan cerca del oído para quitarle la audición. Lo meten en un cuarto helado, en el que le echan agua fría. Le dan latigazos”, describe el periodista Lizandro Samuel, a quien le correspondió reseñar el asesinato en custodia de Acosta Arévalo en una narración que nos ubica en la perspectiva de su esposa. Nuevamente me pregunto, ¿qué pasará por las mentes de Ramses y Rafael, sus hijos?, ¿querrán vengarse?, ¿podrán sobreponerse a -naturalmente- sentir odio y resentimiento?

No lo sé. Y me pregunto más: ¿Puede una sociedad sobreponerse a este horror, a tanta herida abierta, a tanta familia mutilada? Desde la distancia de ser apenas una lectora, he tenido que lidiar con la rabia que se mezcla aquí con otros sentimientos. ¿Lo superarán, lo superaremos? Espero que sí. Que en algún punto estos casos y los muchos más que se denuncian y los que se silencian, encuentren algo de justicia. De lo contrario, estamos ante una espiral que perpetúa el atropello, el motor de la venganza. Eso que ya vemos instalado en el poder y que ni siquiera se molestan en disimular.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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