Laura Quintana es doctora en filosofía por la Universidad Nacional de Colombia y recientemente presentó su libro “Rabia: afectos, violencia, inmunidad”, profundizando así sus reflexiones sobre el tema. A su juicio, la rabia y el resentimiento no solo nacen de vivencias del pasado, de daños que las personas vivieron o padecieron y asumieron como una injusticia, en el contexto de un mundo desigual y con un sistema cruel. Y, bien entendidos y manejados, se pueden convertir en una ‘digna rabia’, en una ‘rabia politizada’, que acaba siendo positiva porque termina buscando la forma de transformar el mundo y el sistema que generó el daño.
Explica que el interés de indagar sobre el tema surgió cuando se dio cuenta de los réditos políticos que tenían las llamadas políticas del odio y del miedo. Su exploración la hizo hallar, por ejemplo, que el resentimiento es una afectividad compleja, que es un tipo de rabia y que no todas las rabias son iguales.
Asimismo, se encontró con una reflexión feminista, sobre todo del feminismo negro norteamericano, sobre la politización de la rabia, particularmente con las reflexiones de Audre Lorde, que mostraba cómo la rabia podía volverse un afecto transformador.
Intentó sacar la discusión sobre el resentimiento de dos lugares comunes: el primero, la visión del resentimiento como un afecto de pobres que quieren salirse de su posición marginal de clase para subir en el estatus social; y el segundo, la visión de la rabia como un afecto vengativo, que solo puede conducir a condiciones muy destructivas.
“El libro se ocupa de pensar cómo la pretensión de absoluta no violencia no solamente es inviable, porque es imposible que eso suceda, sino que también es problemática, porque cuando buscamos eliminar por completo las condiciones de violencia podemos producir mucha más violencia”.
Al poner el tema en la perspectiva de su país, Colombia, señala que el libro tiene una orientación política muy distinta a aquellas visiones que son dominantes, que tienen una comprensión muy poco emocional de la racionalidad y pretenden que la política se pueda modular siempre bajo la lógica del mejor argumento y desde una razón deliberativa, que no se deje afectar tanto por las emociones.
Dice que su libro muestra cómo en contextos como el colombiano se han reproducido muchas condiciones de violencia estructural, que son violencias institucionales, violencias que ha reproducido el Estado en fusión con intereses de todo tipo.
“Yo le apuesto a pensar en cómo las formas de violencia en Colombia han producido marcas corporales que también se dejan sentir en las emociones, en los afectos. Y le apuesto a decir que toda razón, todo argumento, siempre está configurado emocionalmente y afectivamente, es decir, que no hay un punto cero de afectividad; que aquel que todo el tiempo se defiende contra lo que llama, por ejemplo, polarización afectiva; o contra los afectos tristes, ya está enunciando eso desde una posición afectiva. Y le apuesto a decir que negar esa posición afectiva contribuye a la exacerbación de daños sociales, porque muchos de esos afectos reactivos como el resentimiento, la rabia e incluso el odio se desencadenan por experiencias de daño que vivieron las personas. Se desencadenan porque la gente siente dolor, siente que algo se fracturó y percibe una injusticia en ese daño”.
La tesis central de su texto es que hay que escuchar esos afectos reactivos, no solo la rabia politizada, sino también distintas formas de resentimiento, para ver cómo se pueden modular, desestructurar y volver los afectos transformadores.